Por Luis Américo Illuminati.-

Cuando Gilles Deleuze y Félix Guattari escribieron «Capitalismo y esquizofrenia» en dos libros fundamentales: el Antiedipo (1972) y «Mil mesetas» (1980), expusieron lo que para ellos era la antitesis o cara opuesta del sistema capitalista imperante, incluyendo las ideas y costumbres de la cultura grecorromana, es decir, la cultura de Occidente, cuestionando a Platón, Aristóteles, Plotino, San Agustín, Santo Tomás, Leibniz, Kant, Hegel, la doctrina católica, etc., etc. El complejo de Edipo es acuñado por Freud para describir un sentimiento de amor en los primeros años de un niño recién nacido hacia su madre, pero Deleuze y Guattari toman a Edipo como símbolo de las creencias que recibe el hombre durante su crecimiento, herencia que recibe de la sociedad, representada por su familia, el padre y la madre y también por las enseñanzas de la escuela.

La figura de Edipo comienza en la Grecia clásica a través del teatro de Sófocles. Es una tragedia épica que termina muy mal, ya que Edipo es víctima de las circunstancias, es inocente pero mata a su padre y se casa con su madre sin saber ambas circunstancias, y se arranca los ojos al enterarse de que su madre se había suicidado por ello. Su hija Antígona, cuya desobediencia a la orden de su tío Creonte, de no sepultar los restos de su hermano Polinices es el germen o semilla del derecho natural. Antígona acompañará a su padre como fiel lazarillo hasta el final de sus días. Cabe aclarar que Deleuze y Guattari toman a la figura de Edipo desde un punto de vista diferente al de Freud, como hemos señalado más arriba. Para ellos, «Edipo» viene a ser un artefacto cultural, algo hereditario, estatuído durante el transcurso de dos milenios de historia, motivo por el cual a su rechazo y oposición lo llaman el Anti-Edipo, es una reacción -alegan- contra la sociedad capitalista establecida. El hijo contra el padre y la madre y contra todos los valores y conceptos de Occidente.

Es una impugnación contra el crecimiento y el desarrollo del viejo sistema en forma de arborescencia y en su lugar proponen el rizoma. Proponen el pensamiento desfundado. Señalan que Platón fue el primero en fundar el pensamiento, vale decir, quien introdujo un «fundamento» en el pensamiento. Se interrogan si hay algo debajo de los cimientos o fundamentos de las ideas y las cosas. Y como conclusión -razonamiento mal encaminado y fuente de tantísimos errores y aberraciones- dicen que existe el -sin fondo del ser, una suerte de abismo, que es el ámbito auténtico de las cosas. David Lapoujade al tratar la cuestión de los «movimientos aberrantes» que recorre la obra de Deleuze y Guattari, explica la línea constante del pensamiento vitalista deleuziano que es el núcleo de la impugnación al Leviatán opresivo que es el aparato del Estado.

Y aquí es donde Lapoujade intenta encumbrar a Deleuze o justificar las aberraciones de los movimientos sociales que más que revoluciones son un desfondamiento del piso, un vacío existencial que conduce a la alienación de la razón, a su autoaniquilamiento. Lo molar y lo molecular, la desterrorialización, el esquizoanális contra el psicoanálisis, todo un mapa para hundirse en las «arenas movedizas», creyendo buscar la salvación en lo subterráneo, en el túnel oscuro como un regreso a la vieja caverna de Platón, no como mito sino como realidad. El hombre-máquina del capitalismo transformado en algo peor que el hombre-masa, una especie de Cromagnon del futuro, un ente subterrestre o subterrícola.

El Antiedipo es la síntesis del posmodernismo sin forma ni contenido, una ideología biomórfica que une a Robespierre, Danton y Marat con la izquierda hegeliana, dispositivo aunado al pensamiento aberrante de Marx, Engels, Lenin y Trotsky; en América Central y Sudamérica se concretó con el surgimiento de Fidel Castro y con el Che Guevara en la Argentina. La desigualdad económica como caballito de batalla para llevar adelante la lucha de clases como pretexto para instalar el Estado Absoluto como meta final a alcanzar como utopía transformada en distopía aberrante. ¿Pero con qué derecho los movimientos aberrantes -por caso, el chavismo en Venezuela y el kirchnerismo en la Argentina- impusieron sus reglas seudopopopulistas en nombre de un falso pluralismo que no es otra cosa que un monismo de dominio del «pensamiento único» que excluye y cancela el o los pensamientos de signo contrario.

Para la supuesta liberación de esa carga impuesta por el Estado burgués y capitalista, de ese poder consolidado por el capitalismo, dichos autores recurren para neutralizarlo a la idea antiteológica de Antonin Artaud (creador del teatro de la crueldad) del «cuerpo sin órganos» que en el pensamiento deleuziano es la destrucción del cuerpo disciplinado y normado. La explicación o teorización que Deleuze y Guattari desenvolvieron a ese respecto tiene que ver con intentar aplicar el devenir reversible, es decir, la capacidad que tenemos nosotros mismos para deshacer nuestra educación anterior, retrotraer todo y llegar al huevo o la semilla original, por así decirlo. Hablan de una «máquina de guerra» que según arguyen no es tal, sin embargo en la Argentina se dio como una máquina de terror, un movimiento subversivo que hizo correr ríos de sangre inocente en nombre de una deletérea ideología que prometía tomar el cielo por asalto. ¿Qué hay debajo de los cimientos o fundamentos seculares? Lo que encontraron fueron arenas movedizas, que es a lo que subtiende el marxismo y el kirchnerismo seudoprogresista. Decir que una cosa «subtiende» quiere decir en geometría unir con una línea recta los extremos de un arco o de una línea quebrada.

Por lo tanto, en oposición al pensamiento deleuziano sobre la «máquina de guerra», hay que pensar que ésta no tiene que ser un simulacro, como de hecho lo es, antes bien, lo deseable sería una máquina del reencuentro y no una máquina de odio y quiebre. Lo que necesita el mundo, y especialmente el pueblo argentino es un ideal de elevación y de auténtico altruismo, sin tirar abajo los muros y columnas que sostienen la cúpula del edificio nacional como símbolo y coronación de una posible convivencia social en armonía. Por el contrario, «el cuerpo sin órganos» es el ideal deleuziano, una idea que sirve a fines indeseables para conseguir un cuerpo, un «corpus» destructivo de los órganos naturales como la nariz, los ojos, la boca, el olfato, de modo tal que el gusto, el tacto, el corazón, la respiración y la digestión funcionen de un modo parecido a una ameba, con un cerebro que sea parecido a una mónada en su primitiva fase, sin ventanas y sin desarrollo, no lo dicen Deleuze y Guattari pero ese ha sido el nefasto resultado de la monstruosa «idea del cuerpo sin órganos» de Artaud, completada por ellos desde su apertura y presentación en sociedad hasta nuestros días. Un cuerpo liberado de los órganos es un cuerpo intenso, intensivo, dicen los autores.

El trabajo que Deleuze y Guattari desarrollaron tiene que ver con intentar aplicar «el devenir reversible» (retrógrado), es decir, la capacidad que tenemos nosotros mismos para deshacer nuestra educación anterior, es decir, la destrucción del cuerpo normado. Artaud en 1947, en un poema radiofónico titulado: «Para acabar de una vez con el juicio de dios», decía estas barbaridades, punto de arranque de muchas manifestaciones rupturistas. «El cuerpo es el cuerpo, está solo / y no necesita órganos, / jamás el cuerpo es un organismo, / los organismos son los enemigos del cuerpo. Artaud era un hombre mentalmente enfermo pero se sentía un artista, un genio y afirmaba que el hombre está mal construido, su soporte existencial y bagaje de conocimientos heredados es «un constructo». Entonces afirma que para curarlo hay que escarbarle ese «animálculo» que le pica mortalmente: dios y sus órganos para liberarlo de todos sus automatismos y devuelto a su verdadera libertad.

En suma, lo que propuso Deleuze es deshacer el organismo en provecho del cuerpo -el cuerpo social-, propuesta emparentada con los deletéreos discursos de Marcusse y Althuser que encandiló a la juventud de los setenta y que terminó en el más completo fracaso al sumergirse en el mundo de la droga, primero con la marihuana y después en el mundo oscuro de la cocaína, sobre todo, en EE.UU., construyendo un edificio sobre «arenas movedizas» en su afán de libertad sin frenos.

En resumen, Artaud y Deleuze, fueron dos referentes extraviados que influyeron en varias generaciones, fueron dos descentrados, desilusionados. Ambos hicieron de su infelicidad una filosofía de la inmanencia para impugnar las bases de la sociedad constituida en nombre de una razón imaginaria o razón en rebeldía para liberarse, cortar las ataduras de un yo enfermo, de un ser implícito que tiene alma y tiene espíritu, encaminaron una idea semoviente. Este falso ideal propuesto como una idea-fuerza aberrante recogió la experiencia revolucionaria del «mayo francés» que catapultó sus fatídicos ideales en todas direcciones y cuya réplica en la Argentina se llamó el Cordobazo (29/05/1969), punto de partida de un camino sangriento sin retorno del guerrillerismo que casi llevó al país a su disgregación y lo puso en las vías de una guerra civil que no se dio merced a la intervención de las Fuerzas Armadas, a cuyos miembros las organizaciones subversivas atacaron con una violencia inusitada antes y después del regreso de Perón en 1973.

Las consecuencias están hoy a la vista después de cuatro décadas. El surgimiento de un comunismo renovado que salió del vientre del peronismo, incentivando los males de la vieja caja de Pandora, los revanchismos y los odios sin fin. Un poder que como un diablo populista gobierna a la Argentina como máquina insensible, fomentando la corrupción y el despojo, la vagancia, la droga y el parasitismo. Un «cuerpo sin órganos», un Estado Bribón y Cínico, que tiene un cuerpo que es mitad cerdo y mitad lobo: el kirchnerismo de la mano de Cristina Fernández. El desplazamiento de la razón por la locura y la mentira en estado puro, un «cuerpo sin órganos» que le dicta sus normas como un doctor a la destreza. Un crimen perfecto, diría Jean Baudrillard.

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