Por Luis Tonelli.-

Se pueden tejer mil hipótesis sobre la fuga de los tres condenados por el crimen de General Rodríguez. Si fue un escape, un rescate, un secuestro, una señal o una promesa. Si fue un descuido del nuevo Gobierno, una represalia del Servicio Penitenciario por sus anunciadas reformas, o una demostración de poder narco.

Pero cualquiera que sea finalmente la causa específica de esta fuga específica, lo que hay en esencia es una tremenda y escalofriante descomposición institucional. Aquí ya no se trata de complicidades. Aquí ya no se trata de la “debilidad del Estado”. Aquí es parte del mismo Estado, con su poder, sus estructuras, sus jerarquías, sus recursos quien delinque protegiendo a los delincuentes cuando han sido puestas en sus manos para proteger a la ciudadanía.

No es sólo que los narcos se han enquistado en el poder. Es el Poder quien utiliza a los narcos para hacerse de dinero y tener más poder. Una vez le pregunté a un altísimo funcionario provincial, a propósito de los asesinados en General Rodríguez si el cartel de Medellín o el cartel de Tijuana estaban operando en la Argentina. El funcionario me miró con cara espantada y exclamó “!Pero no…hay uno peor que todos los carteles mexicanos y colombianos. Hay uno aquí que tiene el monopolio de la droga y no permite que nadie le haga sombra. Es la Bonaerense. Frente a ella los narcos extranjeros tiran las armas y salen corriendo!”

Son décadas de cultura autoritaria, décadas de decadencia, especialmente aceleradas por la destrucción de la trama social que sucedió en el 2001. Como si fuera una horrible mueca de la suerte, la emergencia del que “se vayan todos” en realidad ha significado el “quedó lo peor”.

En la Provincia de Buenos Aires, el kirchnerismo quizás tuvo una oportunidad cuando venció a la maquinaria duhaldista, todavía vigente esa transversalidad con la que quería atrapar los vientos de cambio. Pero en vez de profundizar la reforma, Kirchner se convirtió en el Jefe del conurbano. La bendita GOBERNABILIDAD ha sido el altar negro al que se le ha rendido culto al poder de las mafias subestatales, las que se valen de la institucionalidad para degradarla cada día más. Es una maquinaria infernal: los agentes estatales corruptos, a lo largo y a lo ancho del país, utilizan sus posiciones institucionales para extraer dinero de todas las actividades ilegales que fomentan.

El Estado, quien debiera ser el órgano máximo de la protección de todos, desprotege a quienes pagan sus impuestos para proteger a quienes realizan las actividades por fuera de la ley. No es un Estado Autoritario, comandado por una cúpula no democrática. No es un Estado Ausente. No son Zonas Marrones, sin estaticidad. Son elementos estatales fuera de la ley, donde cada uno deja al otro hacer, según sus competencias “institucionales”. Son las mismas que se desaparecieron a Julio López, que mataron a Candela, que liberan zonas, que promueven desmanes, que cobran “protección”, que mandan a pobres diablos a matar por robar y mandan otros pobres diablos, estos de uniforme, a matar a los que mandan a matar.

Yo lo llamo el “Lado B” de la sociedad argentina, ya que no se trata de Otra Argentina, sino de su contracara. El “Lado A”, el formal, constituye con su lado oscuro un “sistema”: ahí va el dinero de la evasión, los mercados negros, la provisión de droga, la trata de personas, la explotación de la miseria, las barras bravas, los sicarios, etc., etc., etc.

El kirchnerismo demuestra, simultáneamente, que el Lado B no es un problema de dinero. Nunca fluyó tanta plata hacia allí como en esta década ganada y lo que sucedió es que quedó más reforzado que nunca.

No se trata de dar lucha al narco. Ni meter bala a los delincuentes. Ni de endurecer leyes a la Bloomberg. Eso es presuponer que ya tenemos un Estado saneado y una Sociedad formal. La cuestión es muchísimo más difícil, porque el problema es que tanto la herramienta como la materia sobre la que se tiene que trabajar esta corrupta.

Pero la regeneración es posible, lo muestra el caso de Italia del sur, la ciudad de Nueva York o Chicago, Medellín. Lo único que necesitamos es darnos cuenta de la magnitud del problema. Y querer que Cambiemos de verdad. (7 Miradas, editada por Luis Pico Estrada)

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