Por Hernán Andrés Kruse.-

Pasó medio año del triunfo de Mauricio Macri sobre Daniel Scioli en el ballotage. En la sesión del 10 de diciembre de 2015 se vio a un Macri confiado, exultante, canchero. Era lógico su estado de ánimo. Había arribado al cargo político más relevante del país derrotando en las urnas al gigante peronista. Un mérito para nada desdeñable. No todos los días un dirigente no peronista logra hacerle morder el polvo de la derrota al movimiento creado por Perón. Al asumir como presidente de la nación Mauricio Macri prometió mucho, quizá demasiado. Es probable que su enorme ego lo llevara a creer que apenas se sentara en el sillón de Rivadavia arribaría al país aquello que escaseaba: dólares e inversiones foráneas productivas, no especulativas. Macri estaba convencido de que si llegaba a la presidencia, el hecho de que fuera un genuino representante del establishment le abriría las puertas del mundo desarrollado de manera automática. Ello explica el tipo de medidas que tomó durante sus primeros días como presidente. La eliminación de las retenciones, por ejemplo, significó un fuerte desfinanciamiento del estado, un cambio de orientación del dinero que durante el kirchnerismo se empleaba para financiar políticas de inclusión social. Macri creyó que poniendo contento al poder económico concentrado y recibiendo de entrada ayuda financiera del exterior, resolvería fácilmente los problemas que le dejó el kirchnerismo como herencia. El flamante presidente creyó que aplicando un inhumano ajuste ortodoxo lograría “conquistar” a los mercados transnacionales. Quedó inmediatamente en evidencia que su programa de gobierno dependía exclusivamente de la ayuda financiera externa. Así de simple, así de dramático. Porque si algo llegaba a suceder con la ayuda de afuera, si los dólares y las inversiones no llegaban según lo calculado por el gobierno de Cambiemos, el estado argentino comenzaría a sufrir un desfinanciamiento muy delicado. En otros términos: el país se quedaría sin combustible para continuar con su marcha. A medio año de haber asumido ni un mísero dólar ni una mísera inversión foránea arribaron al país. Estamos en junio y Macri no tiene plata para garantizar el funcionamiento del Estado en el futuro inmediato y, ni qué hablar, del futuro mediato.

El gobierno de Cambiemos entró en desesperación. Y, ya se sabe, la desesperación suele ser mala consejera. Angustiado por la carencia de dólares, Macri decidió apostar a una herramienta muy utilizada a lo largo de nuestra historia, siempre con resultados poco satisfactorios: el blanqueo de capitales. En los últimos días el presidente decidió enviar al Congreso una suerte de “megaproyecto” en la que se juega gran parte de su futuro inmediato y mediato. Porque si con el blanqueo el gobierno de Cambiemos no logra hacer entrar al país una importante cantidad de dólares y de inversiones, los próximos meses serán muy duros para todos los argentinos. A tal punto es relevante este megaproyecto que Carlos Pagni acaba de manifestar que lo que pretende el presidente con el proyecto de blanqueo de capitales es plebiscitar su gobierno, no en función de los votos que obtenga sino en la cantidad de dólares que ingresen al país (Carlos Pagni: “Un plebiscito en dólares”, La Nación, 2 de junio de 2016). Según Pagni, el presidente apuesta al blanqueo para que ingresen al país la mayor cantidad posible de dólares (25.000, 30.000 millones), lo que le permitiría presentarlo como un gran éxito de su gestión, como una demostración de confianza del mundo occidental en su gobierno. Si a ello se le agrega una merma en la inflación Macri podría decirle a la sociedad en el segundo semestre que la recuperación económica del país ha comenzado. De esa forma retomaría la iniciativa política y encararía con más fuerza su relación con el siempre difícil peronismo. Pero el megaproyecto no se agota en el blanqueo. Contiene, además, una cuestión muy delicada ya que alude a la difícil situación por la que atraviesan nuestros jubilados. Macri ha expresado que se propone reparar a nuestros viejos, lo que supone una expansión del gasto público del orden del 1,2% del Producto Bruto Interno. El aumento del gasto público nunca formó parte del credo de Macri. El ataque frontal contra el déficit fiscal es una bandera de la ortodoxia económica, defendida desde siempre por el presidente. Muy pronto se dio cuenta de que cuando las cosas no salen como se previeron, cuando hay carencia de dinero, la ortodoxia económica se ve forzada a dejar su lugar a la heterodoxia o, si se prefiere, al “populismo”. Porque lo que pretende hacer Macri con los jubilados, si lo hubiera decidido hacer Cristina, Clarín, La Nación y compañía la hubieran crucificado acusándola de “populista”. Pero como es Macri quien ha tomado la decisión, el poder mediático calla. Macri ha demostrado ser muy calculador y pragmático. Como tiene en la mira las cruciales elecciones de medio término de 2017 necesita imperiosamente exhibir síntomas de reactivación económica para cuando de comienzo la campaña electoral.

Se sabe desde siempre que no todo lo que reluce es oro. El megaproyecto de Macri no es tan sencillo ni transparente como el gobierno pretende hacer creer a los argentinos. De ahí la relevancia de aquellos periodistas que brindan a la sociedad aquella información que el poder oculta, en este caso referida al blanqueo de capitales y la reivindicación de nuestros viejos. En su edición del domingo 5 de junio, Página 12 publicó un artículo de Horacio Verbitsky titulado “Emergencia y sinceramiento”, en el que expresa que los jubilados son utilizados por el presidente de la nación para colar el blanqueo y la moratoria, tal como a comienzos de los noventa hizo el metafísico de Anillaco para forzar la privatización de Yacimientos Petrolíferos Fiscales. Afirma el autor que Macri ha tenido en mente el ejemplo de Menem de 1992 en la elaboración de su megaproyecto. El proyecto de emergencia previsional y sinceramiento fiscal “se inspira en la vinculación que Carlos Menem y Domingo Cavallo establecieron aquel año entre la privatización de YPF y el pago de deudas previsionales y con las provincias” (…) “Aquel arreglo con jubilados y pensionados precedió a la privatización y bancarrota del sistema previsional, con el experimento de las AFJP, administradoras ad hoc creadas por los principales bancos. El estado dejó de percibir los aportes de patronos y trabajadores pero sin librarse de su compromiso de pagar las jubilaciones cada mes. Para cubrir ese agujero negro debió endeudarse. En vez de crear un auténtico mercado de capitales, como se postulaba, las AFJP le prestaron a altas tasas de interés al estado el mismo dinero que el estado les cedió. Cuando el modelo neoliberal dejó a un cuarto de la población activa sin trabajo, las AFJP les siguieron cobrando por sus servicios, hasta vaciarles las cuentas individuales de capitalización. Los dejaron sin fondos suficientes para jubilarse y el sistema previsional sólo cubría a la mitad de las personas en la edad del retiro. Reparado con las moratorias, la estatización, el regreso a un sistema público y de solidaridad intergeneracional y con un fondo de sustentabilidad para garantizar las prestaciones, la cobertura llegó el año pasado al 97 por ciento. Esta es la reparación histórica que la Alianza Cambiemos se propone destruir, por más énfasis con que el gobierno lo niegue”. Lo que Macri y su equipo económico tienen en mente es, pues, retornar a los dorados noventa donde imperaba el sistema privado de jubilaciones (AFJP), uno de los negociados más viles de nuestra historia ya que Menem y Cavallo jugaron con el futuro de los trabajadores. Aquí conviene recordar el rol que le cupo a Amado Boudou en el proceso de estatización de los fondos jubilatorios en 2008. Pese a su formación ortodoxa (estudió en el CEMA), Boudou fue el máximo ideólogo de la reestatización del sistema de jubilaciones y pensiones, con lo cual no hizo más que revertir la privatización de las jubilaciones realizada durante la época del metafísico de Anillaco, lo que permitió el surgimiento de las AFJP. Boudou logró convencer al matrimonio Kirchner de las bondades de su proyecto, transformándose en ley (número 26.425) el 19 de noviembre de 2008. De esa forma se produjo una gran transferencia de ingresos que perjudicó notablemente al sector financiero privado (se calcula que dicho sector perdió varios miles de millones de pesos). Tres años más tarde Boudou formó parte de la fórmula presidencial del Frente para la Victoria. Fue el premio que le dio Cristina por su activa participación en la reestatización de los fondos jubilatorios. Pero tuvo que pagar un alto precio: la enemistad de sectores muy poderosos de las finanzas, enemistad que se tradujo en los serios problemas judiciales que hoy aquejan al ex vicepresidente.

En su edición del lunes 13 de junio Página 12 publicó un artículo del ex ministro y actual diputado nacional Axel Kicillof titulado “Crónica de un blanqueo a medida”, en el que analiza el blanqueo contenido en el megaproyecto de Macri. Según el autor no existe tal cosa como “reparación histórica” de los jubilados porque su propósito es encubrir cuatro proyectos desastrosos siendo el blanqueo el peor de ellos. ¿Cuál es el propósito de los blanqueos? ¿Acaso se hacen para mejorar la salud y la educación de la población? Lamentablemente, la razón de ser de los blanqueos es muy diferente. Existen en el sistema financiero internacional paraísos fiscales útiles para esconder los capitales que se fugan del resto de los países. Se calcula que el monto de los dólares que los argentinos fugan y mantienen ocultos en paraísos fiscales asciende a 400 mil millones. Quien “guarda” la plata en un paraíso fiscal y no la declara comete un delito. Es, por ende, un delincuente. Lo que sucede es que los países se ven impotentes para detectar y castigar a los dueños de ese dinero por una simple y contundente razón: los paraísos fiscales no suministran información alguna sobre esos fondos ni la identidad de sus dueños. He aquí la razón de ser de los blanqueos: como no se puede identificar a estos delincuentes se procura reducir las penas para que traigan el dinero sucio. Los Panamá Papers modificaron las reglas de juego. Su filtración ha permitido conocer la identidad de los delincuentes. En consecuencia, si se procede a realizar un blanqueo, remarca el ex ministro, los implicados deben ser excluidos porque a partir de ahora están obligados a rendir cuentas. Ahora bien, lo peculiar del blanqueo propuesto por Macri es que no obliga a los delincuentes a traer la plata al país y sólo excluye a funcionarios gubernamentales pero no a sus parientes. En buen romance: los delincuentes que figuran en los Panamá Papers estarán en condiciones de limpiar su “currículum vitae” gracias a este blanqueo. Como bien señala Kicillof, en realidad se trata de una auto-amnistía, un blanqueo a medida del presidente de la nación.

En definitiva, con el megaproyecto lo que Mauricio Macri pretende es premiar con una amnistía a los delincuentes que saquearon a la Argentina.

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