Por Hernán Andrés Kruse.-

Las urnas volvieron a hablar. Desde ayer a la noche tenemos nuevo presidente y nueva vicepresidenta. La fórmula del Frente de Todos Alberto Fernández-Cristina Kirchner fe votada por 12.473.709 ciudadanos (48,1%), lo que le permitió superar con cierta holgura las tibias exigencias del ballotage consagrado por la constitución a partir de su reforma de 1994. El segundo lugar fue ocupado por la fórmula de Juntos por el Cambio, integrada por el presidente Mauricio Macri y Miguel Angel Pichetto. En esta oportunidad fue apoyada por el 40,4% de los argentinos, lo que significa que obtuvo 10.470.607 votos. Muy lejos se ubicaron Roberto Lavagna (6,2%), Nicolás del Caño (2,2%), Juan José Gómez Centurión (1,7%) y José Luis Espert (1,5%).

Alberto Fernández fue incapaz de mejorar el porcentaje de votos obtenido el 11 de agosto. Prácticamente fue apoyado por el mismo número de votantes, lo que demuestra que, al menos por ahora, el 48% es su techo. Sin embargo le sirvió para ganar a pesar del notable incremento de votos que se volcó hacia la figura del presidente Macri. En efecto, el candidato a presidente por Juntos por el Cambio logró algo que, a priori, parecía inalcanzable: que dos millones de nuevos electores lo apoyaran en las urnas. El alto nivel de participación que se registró ayer (81%) no hizo más que beneficiar a Macri aunque en ningún momento hizo peligrar la victoria de Alberto Fernández. A los nuevos votantes hay que agregarles el alto número de votantes de Lavagna, Gómez Centurión y Espert que decidieron votar a Macri.

Los grandes derrotados fueron, una vez más, los encuestadores. Prácticamente la totalidad de los analistas de opinión pública pronosticaron una diferencia que oscilaba entre los 17 y los 23 puntos de diferencia a favor de Alberto Fernández. O bien cometieron serios yerros técnicos o bien los encuestados les mintieron en la cara. Lo cierto es que el Frente de Todos ganó por una diferencia de 8 puntos, bastante menor a las pronosticadas por los encuestadores.

La pregunta que los analistas políticos se formularon luego de conocerse el resultado electoral fue la siguiente: ¿cómo fue posible que, a pesar de la desastrosa situación económica, Macri haya estado relativamente cerca de forzar un ballotage? Evidentemente el factor económico no jugó un rol tan gravitante en esta elección. La famosa sentencia clintoniana “es la economía estúpido” no sirve para comprender el mensaje que acaban de dar las urnas. Creo que lo que motivó a esos 10 millones de compatriotas para que acompañaran a Macri a pesar de la malaria reinante no fue otra cosa que la posibilidad cierta del retorno de Cristina al poder. La desesperación por impedirlo hizo que quienes hubieran votado naturalmente por Lavagna, Gómez Centurión y Espert, y quienes no habían participado en las PASO ingresaran al cuarto oscuro con una obsesión: evitar el regreso de la “yegua”. Es probable que un buen número de quienes votaron a Macri estén sufriendo en carne propia los estragos del ajuste. No les importó. En la balanza pesó mucho más el odio a Cristina que la imposibilidad de llegar a fin de mes.

Lo cierto es que Alberto Fernández asumirá el 10 de diciembre. Recibirá un país destrozado, quebrado, maltrecho. Deberá poner en práctica todas sus dotes de hábil negociador para garantizar la gobernabilidad. Porque si bien obtuvo una clara victoria lejos estuvo de su ansiado anhelo: ganar por goleada para ser él el conductor de una nueva hegemonía. Los resultados de la elección lo obligarán a lidiar con una oposición fuerte y cohesionada, seguramente liderada por un Mauricio Macri que demostró ser un hueso duro de roer.

¿Con qué oposición se encontrará Alberto Fernández? Ojalá me equivoque pero creo sinceramente que Macri conducirá una oposición muy dura, que será inflexible a la hora de criticar al flamante gobierno. Alberto Fernández no gozará de los famosos 100 días de luna de miel. Apenas tome las primeras decisiones la oposición le clavará sus colmillos en la yugular. Deberá prepararse para una guerra sin cuartel de parte de una oposición implacable e inflexible. También deberá prepararse para soportar los embates del “periodismo independiente”, que así como protegió a Macri durante los últimos cuatro años hará todo lo posible por esmerilar a Alberto Fernández durante los próximos cuatro años.

El país está dividido en dos mitades antagónicas. La grieta está en su esplendor. La presidencia de Albero Fernández no será un lecho de rosas.

Anexo I

El padre del realismo político (primera parte) (*)

El período que cubre aproximadamente desde mediados del siglo XV a fines del XVI se conoce con el nombre de “Renacimiento”. Desde el punto de vista artístico hay un resurgimiento del “estilo clásico y una suerte de paganismo encubierto se hace presente en todas las cosas” (García Venturini), y en el terreno filosófico se mezclan ideas preexistentes. Las raíces del Renacimiento brotan de lo más profundo de la Edad Media: he aquí el aspecto conservador del nuevo período. Sin embargo, hace posible las primeras transformaciones de la realidad política, social y económica que conforman su fisonomía. El Renacimiento alcanzó su más típica expresión en ciudades italianas como Venecia, Florencia, Milán y Génova. La filosofía naturalista italiana tuvo sus más importantes exponentes en Bernardino Telesio (1508-1588), Giordano Bruno (1548-1600), Tomás Campanella (1578-1639) y Nicolás Maquiavelo, padre del realismo político.

Nicolás Maquiavelo nació en Florencia el 3 de mayo de 1469. Fue un filósofo político, un historiador y un filósofo de la historia. Fue secretario de la república de Florencia durante catorce años y luego, durante el reinado de los Medici, cayó en desgracia. Murió en la pobreza e ignorado el 21 de junio de 1527 en la misma Florencia. Profundo conocedor del poder, Maquiavelo se esmeró sobremanera en separar la política de la ética. Su libro “El Príncipe” constituye el más célebre intento por exponer esa separación, columna vertebral del realismo político. En dicha obra Maquiavelo se propuso investigar varias cuestiones de los principados: cuántas clases hay, cuál es su naturaleza (esencia), cómo se adquieren, cómo se mantienen y por qué se pierden.

Maquiavelo comienza por distinguir las siguientes clases de principados: hereditarios, nuevos (algunos son enteramente nuevos y otros son agregados al Estado hereditario) y mixtos. A los primeros (los hereditarios) prácticamente los ignora ya que considera que al príncipe le cuesta muy poco esfuerzo conservarlos. Los principados nuevos, en cambio, son otra cosa. Tanto para adquirirlos como para conservarlos el príncipe debe sortear una serie de obstáculos. A partir de entonces Maquiavelo brinda una lección de realismo político ya que presenta una visión descarnada de la verdadera naturaleza de la política, que no es otra cosa que el ejercicio del poder. Maquiavelo comienza su análisis de los principados mixtos (mezcla de principado nuevo y estado hereditario) sentenciando que el deseo de adquirir es algo completamente natural en el hombre y quien esté en condiciones de anexar un nuevo Estado será alabado por ello. Pero es fundamental que quien desee adquirir un nuevo Estado realmente lo consiga ya que si fracasa, será vituperado por el pueblo. El éxito de la anexión depende fundamentalmente de las fuerzas con que cuente el príncipe para llevarla a cabo. Luego, si logró la anexión, deberá contar con el respaldo suficiente para conservar su dominio. He aquí, en esencia, el realismo político: la política es sinónimo de poder y quien no lo entienda de esa manera, está condenado.

Maquiavelo considera que para todo Estado (antiguo, nuevo o mixto) el principal sostén está constituido por adecuadas leyes y buenas armas. ¿Qué entiende el florentino por “buenas armas”? Para él son buenas armas aquellas tropas que son leales al príncipe, aquellos ciudadanos o súbditos que no se venden por dinero. Maquiavelo detestaba a los mercenarios, seres indisciplinados, infieles y cobardes. Alababa, en cambio, a las tropas propias del país, a las “nacionales”. Al ser la política una actividad tendiente exclusivamente a conquistar y mantener el poder, es fundamental analizar las maneras que tiene el príncipe para adquirir un nuevo Estado, formas que se vinculan necesariamente con su conservación o pérdida. Para Maquiavelo el príncipe puede adquirir un nuevo Estado por la virtud (energía, empuje, decisión, talento, bravura), por sus propias armas (con el apoyo de las tropas nacionales), por la fortuna y por el apoyo de las armas de otro príncipe (los mercenarios).

Maquiavelo centra su atención en la distinción entre “virtud” y “fortuna”. Nadie, expresa el florentino, por más virtuoso que sea, está sustraído a la fortuna. El hombre que llega a ser príncipe por sus propios méritos (virtud) y apoyado por las tropas leales (sus propias armas) deberá sortear numerosos obstáculos para instalarse en su principado, pero su conservación le resultará bastante sencilla. El establecimiento de nuevas instituciones implica para el príncipe una ardua tarea. Pero es fundamental para la edificación de un nuevo gobierno y para garantizar su propia seguridad. El príncipe debe ser consciente de los peligros que lo asecharán en esta etapa. Numerosos serán sus enemigos. En efecto, quienes se beneficiaban de las instituciones anteriores harán lo imposible por evitar que el nuevo príncipe tenga éxito en la implantación de nuevas instituciones políticas, mientras que quienes se benefician de éstas sólo lo apoyarán al principio, tibiamente. En esta situación el príncipe debe contar con los suficientes medios de coacción para imponer su voluntad. Como las masas son inconstantes es fundamental que el príncipe esté preparado para persuadirlas por la fuerza de la importancia de apoyarlo. Para Maquiavelo el consenso no se obtiene fácilmente. A veces es necesario el garrote. Una vez que el príncipe logró sortear todos estos obstáculos, que logró “convencer” al pueblo para que lo apoye, estará en condiciones de ejercer el poder plenamente y gozar de la felicidad.

Cuando el príncipe adquiere un Estado con la ayuda de mercenarios (las armas de otro) la situación es diferente. Si bien no tuvo problema alguno en adquirirlo, su conservación se torna harto dificultosa. Al depender demasiado de la voluntad y la fortuna de quienes lo ayudaron a anexar el nuevo Estado, el príncipe se encuentra en una situación por demás complicada. Maquiavelo considera que un príncipe, en esta situación, tiene pocas chances de gobernar con éxito. Además, remarca, los Estados que se constituyeron súbitamente se desmoronaron con extrema facilidad, dada la ausencia de sólidas y profundas raíces. Sin embargo, es posible que el príncipe mantenga su poder en estas circunstancias si, servido por la fortuna, está dotado de la necesaria fortaleza espiritual para soportar los embates de quienes no están dispuestos a legitimar su mando.

Maquiavelo considera que también se puede ser príncipe por “perfidias”. Respecto a esta cuestión el florentino habla del “buen” o “mal” empleo de las crueldades para conservar el Estado usurpado. Hay, dice, crueldades bien ejecutadas y crueldades mal ejecutadas. Las crueldades bien ejecutadas son aquellas que el príncipe comete de una vez apenas se sienta en el trono para asegurar su supervivencia. Las crueldades mal ejecutadas son aquellas que con el paso del tiempo se multiplican en lugar de cesar. Los súbditos viven siempre temerosos, inseguros. Incapaz de contar con su lealtad, el príncipe se ve obligado a utilizar permanentemente el miedo para obtener su “apoyo”.

Fuentes:

-Jean-Jacques Chevallier: Los grandes textos políticos. Desde Maquiavelo a nuestros días, primera parte, cap. 1, ed. Aguilar, Madrid, 1981.

-Jorge L. García Venturini: Historia general de la filosofía, tomo 2, capítulo IX, ed. Guadalupe, Buenos Aires, 1973.

-George Sabine: Historia de la teoría política, parte tercera, cap. XVII, FCE, México, 1982.

(*) Publicado en el portal rosarino Ser y Sociedad el 6/5/010

Anexo II

El padre del realismo político (segunda parte y conclusión) (14/5/010)

Nicolás Maquiavelo desarrolló la esencia de su concepción política en cinco capítulos (del XV al XX). Lo primero que hace es preguntarse cómo debe actuar el príncipe con sus súbditos y amigos para asegurarse su permanencia en el poder. Para el logro de tan importante objetivo es muy importante que el príncipe aprenda a ser bueno o a no serlo si las circunstancias así lo indican. A Maquiavelo no se le escapaba el hecho de que lo ideal sería que el principado esté manejado por un hombre generoso, bien intencionado, valiente, afable, honesto y religioso. Pero, reconoce, la condición humana no permite que alguien reúna semejantes condiciones positivas. Hay que darse por satisfecho, reconocía, si el príncipe era capaz de no dejarse dominar por aquellos vicios vergonzosos que rebajaban al ser humano. Maquiavelo se resigna a que el príncipe carezca de aquellas virtudes. Incluso, acepta que algunos vicios y defectos pueden llegar a serle útiles al príncipe para la conservación del Estado. En el capítulo XV el autor pone de manifiesto un gran desánimo, una fuerte desilusión respecto a la condición humana. Sin embargo, creo que se comete un gran error-y, fundamentalmente, una gran injusticia-si se acusa al gran florentino de ser un hombre sin escrúpulos, sin principios morales. Por el contrario, fue capaz de distinguir perfectamente el bien y el mal, la justicia y la injusticia. Lamentablemente, su experiencia con los demás hombres que le tocó frecuentar le demostró que es imposible desconocer las miserias humanas a la hora de analizar la política. Muchas veces la “razón de Estado” impone al príncipe algunas reglas que, pese a su colisión con la moral, son necesarias para asegurar su supervivencia política.

Los capítulos que siguen inmediatamente al XV son una continuación del mismo asunto. En sus páginas Maquiavelo reconoce que sería preferible que el príncipe fuese considerado alguien liberal y generoso. Sin embargo, a veces la parsimonia es un vicio que puede prestarle un aporte invalorable a la hora de tomar decisiones. Si es demasiado condescendiente, poco afecto a ejercer el poder de coacción, lo más probable es que una marea humana se lance en su contra. Empobrecido y desanimado, finalmente sucumbe ante la ira de sus súbditos, quienes no le perdonan su flaqueza como gobernante. Es preferible, reconoce Maquiavelo, que el príncipe sea considerado clemente y no despiadado por el pueblo. Pero la historia ha demostrado en reiteradas oportunidades que el uso inoportuno de la clemencia es letal para sus intereses. Estos razonamientos conducen al tratamiento de un asunto central del realismo político de Maquiavelo: ¿qué vale más para el príncipe: ser amado que temido o temido que amado? Lo ideal sería que el príncipe fuera, algunas veces, más amado que temido, y en otras, más temido que amado. Como ello resulta prácticamente imposible Maquiavelo reconoce que al príncipe le conviene más ser temido que amado. Veamos por qué. Los hombres, dice el florentino, son generalmente ingratos, poco sinceros, cobardes y ávidos de ganancias. Su lealtad se cotiza fuertemente. Apoyarán al príncipe mientras éste los ayude. Mientras su cercanía al poder los favorezca, dirán siempre “amén” delante del príncipe. ¿Pero qué pasa si el peligro acecha? Cuando ello sucede comienzan a alejarse del príncipe, quien observa incrédulo cómo se queda irremediablemente solo.

El príncipe debe saber que los hombres tienden a ofender a aquél que basa su poder en el amor. Por el contrario, respetan mucho más a quien ejerce el poder de manera despótica, a través del temor. El lazo que une al príncipe con sus súbditos que se sustenta en la fuerza es mucho más duradero que aquel que se basa en el afecto y la ternura. No depende del príncipe ser amado por sus súbditos. Quien ama, lo hace a su placer, sentencia el florentino. Por el contrario, depende del príncipe ser temido ya que los súbditos “temen a gusto del príncipe”. Un príncipe es prudente en la medida en que sea capaz de depender de sí mismo y tal independencia queda garantizada por su capacidad para imponer su voluntad por la fuerza. Maquiavelo distingue entre el temor y el odio. El odio de los súbditos (igual que su desprecio) es la fuerza espiritual que los conduce a la rebelión. El odio del pueblo se transforma en una poderosa ola que termina por arrastrar al príncipe y su reinado. Para no ser odiado por sus súbditos es fundamental que el príncipe no atente contra sus bienes y sus mujeres.

Lo ideal sería que el príncipe respetara la palabra empeñada, que fuera fiel a sí mismo, que jamás se traicionara. Lamentablemente, lo que siempre ha sucedido es lo contrario: príncipes que han basado su dominio violando su propia fe, imponiendo su voluntad, engañando a quienes confiaron en él. Al príncipe le conviene actuar algunas veces como hombre y otras, como animal. Es propio del hombre actuar conforme a derecho, respetando las normas y costumbres vigentes. Es propio del hombre, por ende, actuar con lealtad y fidelidad. Por el contrario, el animal actúa de otro modo. Se vale de la astucia y la fuerza para vencer a su oponente. Si el príncipe actuara siempre como hombre perdería inexorablemente su poder. Para conservar su reinado debe actuar muchas veces como animal, es decir, con astucia y ferocidad. No tiene más remedio, dada la natural imperfección de la condición humana. Cuando actúa como un animal, debe actuar a la vez como un zorro y como un león. Si actúa sólo como un zorro será incapaz de defenderse de los otros lobos; y si sólo actúa como un león, será incapaz de advertir las trampas que le tendieron sus enemigos. Lo ideal para el príncipe es actuar como zorro y ser capaz de dominar a la perfección el arte de la simulación. Lo que verdaderamente importa para el príncipe es si es capaz de ejercer el poder. Como bien señala Chevallier, la concepción política de Maquiavelo se basa en la omnipotencia del resultado. Dice el florentino, citado por Chevallier: “Finalmente, en las acciones de los hombres y sobre todo de los príncipes, que no pueden ser escrutadas ante un tribunal, lo que se considera es el resultado. Que el príncipe piense, pues, en conservar su vida y su Estado; si lo consigue todos los medios que haya empleado serán juzgados honorables y alabados por todo el mundo; el vulgo es seducido siempre por la apariencia y por los acontecimientos; ¿y no es el vulgo lo que constituye la muchedumbre?”

Conclusión

He aquí, en apretada síntesis, el realismo político de Nicolás Maquiavelo. “El Príncipe” asombra por su vigencia. Sus reflexiones sobre la crueldad, el temor y la omnipotencia de los resultados, seguramente han sido leídas-y siguen siendo leídas-por todos los gobernantes del mundo. Guste o no guste, la política implica, pura y exclusivamente, lucha descarnada por obtener y conservar el poder. Maquiavelo, a su pesar, captó la esencia de la política de manera magistral en ese libro inmortal cuya lectura ayuda de manera extraordinaria a entender la historia de todos los pueblos del mundo.

Fuentes:

-Jean-Jacques Chevallier: Los grandes textos políticos. Desde Maquiavelo a nuestros días”. Ed. Aguilar, Madrid, 1981, primera parte, cap. I.

-“George Sabine: Historia de la teoría política, FCE, México, 1982, parte tercera, cap. XVII.

(*) Publicado en el portal rosarino Ser y Sociedad el 14/5/010.

Anexo III

El evolucionismo de Spencer (*)

El 27 de abril de 1820 nació en Derby (Inglaterra) uno de los más ilustres positivistas ingleses: Herbert Spencer. Sus opiniones tuvieron amplia acogida ya que se adecuaban a dos necesidades de su época: a) el deseo de unificación de los conocimientos y b) la necesidad de legitimar el clásico principio del liberalismo económico del “laissez faire”, en boga en aquellos tiempos.

El pensamiento de Spencer fue una respuesta a la realidad social, económica y política de Inglaterra durante el siglo XIX, la que era, conviene resaltar, muy diferente a la del continente europeo. En Inglaterra no se produjo un acontecimiento tan traumático como lo fue la revolución Francesa, lo que pone de manifiesto una marcada estabilidad de la que carecía el resto de Europa. Ello explica por qué Augusto Comte, por ejemplo, estaba obsesionado por sentar las bases de un orden social estable y duradero en Europa, presa del áspero debate entre los socialistas utópicos y los conservadores. La ausencia de cambios drásticos en Inglaterra creó el marco propicio para el surgimiento de una idea evolutiva del cambio, idea que encontró en Spencer a su más ilustre divulgador. Como enseña Juan Carlos Agulla “el fenómeno histórico en Inglaterra y en el continente, desde el punto de vista social, tiene diferencias que se manifiestan en la teoría de Spencer por un lado, y en las de Marx, Comte y Tocqueville, por el otro”.

Spencer tuvo una vida cómoda y apacible. Carente de apremios económicos tuvo todo lo necesario para educarse correctamente. Más que un académico, fue un escritor y un periodista, poseedor de una gran formación en ciencias biológicas. Este dato es muy importante para comprender su pensamiento, fuertemente influenciado por el desarrollo de la sociedad inglesa y la teoría de la evolución de la biología, cuyos máximos exponentes eran Lamarck, Darwin y Malthus. Enemigo de toda intervención del Estado en la vida social y económica, Spencer fue el símbolo más crudo del individualismo. Adam Smith y el utilitarista Bentham ejercieron una gran influencia sobre su pensamiento, que quedó materializado en su obra “Estática social” en la que concibió el desarrollo social como un desarrollo orgánico. Respecto a Darwin cabe decir que Spencer utilizó la teoría darwiniana para explicar la evolución de la sociedad.

¿Cuáles fueron las ideas fundamentales del evolucionismo de Herbert Spencer?

Según Spencer, tanto a Comte como a Marx les cupo el mérito de haberse percatado de que todo proceso de crecimiento o de progreso responde a una ley universal. Sin embargo, a su juicio ambos cometieron el error de pensar que el progreso de cualquier sociedad puede ser incentivado políticamente por la misma teoría. La evolución social y política de toda sociedad debe darse, sentenció Spencer, naturalmente, sin intervención de la política, es decir, del Estado. Spencer estaba convencido de que la misión fundamental de la sociología era demostrar que el proceso natural que se opera en las sociedades debía seguir su curso sin intervención de los hombres. Es el propio proceso social el encargado de acoger a los más capaces y desechar a los más ineptos. La naturaleza por sí misma está capacitada para crear las mejores condiciones para el advenimiento de una era venturosa para la humanidad. He aquí, en esencia, el pensamiento evolucionista de Herbert Spencer. Dice Agulla: “Este pensamiento es la base de donde sale la especulación sociológica de Spencer; porque toda su teoría va a consistir en la explicación del crecimiento, progreso o evolución de las sociedades (nacionales), siguiendo esa ley natural que no puede ser violentada. Hay, entonces, una suerte de “conformismo” con una ley natural que científicamente se explica por una teoría positiva. No se trata, científicamente, de violentar-dice-el paso de una especie a otra. Es un proceso natural que va siguiendo determinados cánones; y, como se puede ver, aparece una clásica posición conformista con una ley absolutamente inevitable y típicamente determinista, que se manifiesta en todo el pensamiento de Spencer y va desde el “evolucionismo” hasta el “evolucionismo social”. Con esto se afirma la característica básica de ese determinismo inevitable de Spencer, frente a un cierto margen de posibilidades de acción humana, que se ve en Comte o en Marx”.

Políticamente, Spencer fue un individualista extremo, enemigo de cualquier atisbo de intervención estatal. Fue el primero en tratar de separar el hombre de la sociedad o, si se prefiere, el individuo de lo colectivo. Precisamente fueron Comte y Marx quienes dieron al colectivo una sustantividad, sea la sociedad (Comte) o la clase (Marx). Por el contrario, Spencer mantuvo la individualidad dentro del “colectivo”, de esa sustantividad considerada como un todo, sea la sociedad o la clase social. Para Spencer la sociedad-el colectivo-está constituida por una interrelación de naturaleza individual. La sociedad es el fruto de una serie de relaciones individuales que se manifiestan en un concepto que estudió detenidamente: la “estructura”. La combinación de organismos individuales hace surgir ese superorganismo que es el colectivo, la sociedad. Dice Spencer (citado por Agulla): “Un organismo social es semejante a un organismo individual, se desarrolla; al desarrollarse se hace más complejo; sus partes adquieren una dependencia creciente; su vida es inmensa duración, comparada con la vida de las unidades que lo componen. La creciente integración va acompañada de una creciente heterogeneidad y una creciente determinación”. Spencer es terminante a la hora de resolver el problema del vínculo entre el hombre y la sociedad. Lo fundamental, sentencia, es el hombre; en consecuencia, la sociedad no debe inmiscuirse en su vida ya que él está perfectamente capacitado para decidir qué es lo mejor para sí mismo y para el “colectivo”.

Los mecanismos de la evolución constituyen otro aspecto esencial de su pensamiento. Para Spencer es fundamental determinar cuál es el mecanismo en virtud del cual se da el proceso de evolución. Para ello recurre al principio del evolucionismo biológico, que no es otro que la lucha del más fuerte. En su opinión son precisamente las sociedades más fuertes las que lograron evolucionar a través de un proceso natural de especialización de funciones. Por último, destaca qué tipo de mecanismo garantiza la lucha del más fuerte en lo social y llega a la conclusión de que existen causas internas y causas externas que van dinamizando este severo proceso de lucha del más apto. Dice Agulla: “Las causas internas surgen principalmente del aumento de la masa o del volumen, es decir, de la cantidad de personas, de la infraestructura demográfica. El crecimiento de un grupo va dando este proceso de evolución y se van imponiendo los más fuertes; los que cuantitativamente en volumen son más fuertes. En segundo lugar, Spencer dice que surgen de las fusiones o uniones de distintos pueblos, sociedades o grupos. Esta fusión de grupos va haciéndolos más fuertes, y al mismo tiempo, va haciendo más fuertes a las sociedades; con ello, va entrando en este proceso evolutivo. Y en tercer lugar, nos habla de la distancia social, es decir, lo que serán los “contactos culturales” entre los distintos pueblos, que tienen la característica de que unos se imponen sobre otros”.

Este lúcido pensador fue uno de los más importantes ideólogos de los conservadores argentinos, quienes siempre lo mencionaron a la hora de legitimar su sistema de dominación. Herbert Spencer murió en Brighton, Inglaterra, el 8 de diciembre de 1903.

A manera de colofón, transcribo algunas de sus frases célebres:

-“Conserva la calma en las discusiones, porque el apasionamiento puede convertir el error en falta, y la verdad en descortesía”.

-“Educar es formar personas aptas para gobernarse a sí mismas, y no para ser gobernadas por otros”.

-“Tiempo: lo que los hombres siempre tratan de matar, pero acaba por matarlos”.

Fuentes:

-Juan Carlos Agulla: Teoría sociológica. Sistematización histórica, ed. Depalma, Buenos Aires, 1987, primera parte, cap. VI.

-Herbert Spencer. De Wikipedia, la enciclopedia libre.

-Herbert Spencer. De Wikiquote, la colección libre de citas y frases célebres.

(*) Publicado en el portal rosarino Ser y Sociedad el 29/4/010.

Anexo V

La honradez al poder (*)

El 18 de enero de 1983, en las postrimerías de la dictadura militar, falleció en la ciudad de Buenos Aires el médico y político radical Arturo Umberto Illia, quien entre 1963 y 1966 ejerció la presidencia de la república.

Don Arturo nació en la localidad bonaerense de Pergamino el 4 de agosto de 1900. En esa ciudad cursó la primaria y el colegio secundario lo hizo en Buenos Aires (colegio Pío IX, Párroco –San Carlos). 1918 fue un año fundamental para las universidades nacionales del país ya que comenzó el movimiento estudiantil que cambiaría para siempre la vida universitaria argentina: la Reforma Universitaria. El destino quiso que don Arturo comenzara sus estudios universitarios precisamente cuando se encendía la chispa que derretiría al tradicional y conservador sistema universitario vigente hasta entonces. En 1923 el estudiante de medicina Arturo Illia ingresó como practicante al hospital San Juan de Dios de la ciudad de La Plata y cuatro años más tarde se graduó de médico. A partir de entonces ejerció la medicina como un apostolado, tratando a todos los pacientes por igual. Su dedicación por los humildes y desamparados hizo que se lo llamara “el apóstol de los pobres”.

En 1928 le ofreció sus servicios como médico nada menos que al presidente de la nación, don Hipólito Yrigoyen. El caudillo le propuso que se desempeñara como médico ferroviario y don Arturo decidió radicarse en la localidad cordobesa de Cruz del Eje. El ejercicio de la medicina no significó para don Arturo un obstáculo para su vocación política. En 1935 (época del fraude patriótico) fue electo senador Provincial por el departamento de Cruz del Eje. Cinco años más tarde fue electo vicegobernador pero en 1943 la provincia fue intervenida y debió abandonar el cargo.

Durante el apogeo de Juan Perón don Arturo ocupó una banca en la Cámara de Diputados de la nación (1948-1952), siendo miembro de las comisiones de Obras Públicas e Higiene y Asistencia Medicinal. Luego del fallecimiento de Amadeo Sabattini se transformó en el símbolo del radicalismo de Córdoba, históricamente conocido como “sabattinismo”. El 16 de septiembre de 1955 la Revolución Libertadora derrocó a Perón y trató por todos los medios de sepultar al peronismo. Fracasó. En 1958 asumió como presidente de la nación el radical intransigente Arturo Frondizi quien era contrario a la proscripción del movimiento fundado por Perón. Jaqueado por unas Fuerzas Armadas antiperonistas y un Perón que, desde Madrid, observaba con desconfianza sus movimientos, en marzo de 1962 fue derrocado por el partido militar. Asumió como presidente José María Guido, partidario de la proscripción del peronismo. La fórmula del radicalismo del pueblo Illia-Perette se impuso a la fórmula del radicalismo intransigente Alende-Gelsi. Con sólo el 25% del electorado a su favor don Arturo asumió como presidente de la nación el 12 de octubre de 1963.

Apenas asumió don Arturo eliminó las restricciones que pesaban sobre el peronismo. El 17 de octubre el peronismo celebró su nacimiento en Plaza Miserere sin limitación alguna. También el Partido Comunista fue habilitado para retornar a la arena política y se penalizó a la discriminación y violencia racial. Durante su presidencia se publicó en el Boletín Oficial la Ley 16.459, que garantizaba el salario mínimo, vital y móvil. Con esa norma don Arturo atacó la explotación de la clase trabajadora en aquellos ámbitos donde había un exceso de mano de obra. Como complemento de la Ley 16.459 el gobierno radical promovió la Ley de Abastecimiento cuyo objetivo era el control de los precios de la canasta familiar. La educación ocupó un primerísimo plano. En 1963 su participación en el Presupuesto Nacional fue del 12%, incrementándose un 5% en 1964 (17%) y un 11% en 1965 (23%). En 1964 el gobierno nacional puso en marcha el Plan Nacional de Alfabetización destinado a combatir el flagelo del analfabetismo. Su programa económico se orientó a reordenar el sector público, disminuir el peso de la deuda pública e impulsar la industrialización. Durante la gestión de don Arturo el Producto Bruto Interno y el Producto Bruto Industrial crecieron geométricamente. Por su parte, el salario real creció un 9,6% entre diciembre de 1963 y diciembre de 1964, mientras que la desocupación descendió un 3% entre 1963 (8,8%) y 1966 (5,2%).

Sin embargo, don Arturo debió ejercer el poder en un contexto nacional e internacional desfavorable. El peronismo ejerció una oposición salvaje que se tradujo en un plan de lucha que abarcó paros generales y tomas de fábricas. Mientras tanto, el orden conservador puso en práctica una campaña de desprestigio en contra de la figura presidencial con el objetivo de presentar a don Arturo como un hombre lento e irresoluto, incapaz de tomar decisiones. En el orden internacional había comenzado a expandirse por Latinoamérica la doctrina de la seguridad nacional que sostenía que las Fuerzas Armadas debían colocarse por encima del orden constitucional si ello detenía el avance del comunismo.

Sin embargo, don Arturo tomó dos decisiones propias de un presidente con coraje cívico y convicciones democráticas: por un lado, la ley 16.462 (Ley de Medicamentos) cuyo objetivo fue enfrentar el poder de los monopolios farmacéuticos; por el otro, los decretos 744/63 y 745/63 que anularon los contratos petroleros firmados por Frondizi con empresas privadas durante su gestión presidencial.

Don Arturo no resistió tanta presión. El 28 de junio de 1966 fue derrocado, ante la indiferencia popular, por las Fuerzas Armadas dando comienzo a la “Revolución Argentina”. El posterior devenir de los acontecimientos pondría en evidencia la magnitud del error de su derrocamiento.

Arturo Illia fue un político ejemplar. Su honestidad acrisolada y su personalidad incorruptible hicieron de él una personalidad única. Ejerció la medicina y la política de la misma manera: teniendo en mente el bienestar del pueblo, especialmente el de los pobres. Demostró que la ética y el poder pueden convivir, que el ejercicio de la política no implica necesariamente la relación “amigo-enemigo”. Lamentablemente, tuvo en frente suyo poderosos enemigos que no titubearon en destruirlo para implantar un modelo de país para una élite. El 28 de junio de 1966 el orden conservador derrocó a un hombre que enalteció a la Nación, que honró el cargo de Presidente, que al día siguiente sólo tenía como patrimonio una sola casa, sencilla y humilde. Pero había cometido un pecado imperdonable: el haber cumplido con lo prometido en la campaña electoral, el haber cumplido con la palabra empeñada. Don Arturo no mintió, no se dejó manipular, no claudicó. Lo pagó con su derrocamiento.

Fuentes:

-Arturo Umberto Illia. De Wikipedia, la enciclopedia libre.

-Dr. Arturo U. Illia. Biografía escrita por el Dr. Eduardo Zimermann.

-Nuevo aniversario del fallecimiento de Arturo Illia: “El legado de Arturo U. Illia. Por Diego Barovero.

-Centro de Estudios Internacionales para el desarrollo (www.ceid.edu.ar-admi@ceid.edu.ar): “Arturo Illia, un patrimonio de todos los argentinos”.

(*) Publicado en el portal rosarino Ser y Sociedad el 18/1/010.

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