Por Mauricio Ortín.-

La desesperación con la que el kirchnerismo ha salido a meter miedo respecto a las consecuencias nefastas que para los argentinos tendría una presidencia de Macri revela básicamente lo siguiente: el miedo a perder la inmunidad que se auto-conceden desde el poder los funcionarios salientes. El plan B de convertir la provincia de Buenos Aires en “caja chica” y aguantadero K se licuó con el triunfo de María Eugenia Vidal. Son conscientes, también, que no se podrán atrincherar en el Poder Legislativo y que otro Concejo de la Magistratura no les garantizará protección judicial de la que hasta ahora gozaron. Para colmo, sin la teta del Estado, no tendrán con qué enfrentar a la guerra mediática que iniciaron contra Clarín, el campo y todos los enemigos que se inventaron. De pronto, han caído en la cuenta de que el poder se les volatiliza impiadosa e inexorablemente. De allí, que todas sus expectativas de zafar están atadas a que, en la recta final del balotaje, el Yoli gane o gane. Fueron por todo y ahora temen que todos vengan por ellos.

Es típico de los gobiernos populistas, por lo menos de aquellos que no tuvieron la suerte que un golpe de Estado los libere de rendir cuentas por sus estropicios, que inevitablemente terminen metamorfoseándose en una dictadura feroz o desapareciendo como fuerza política al final de su mandato. Ello así porque el fatal colapso económico, a mediano plazo, del modelo populista hace insostenible la retención del poder por vía electoral. Cuando no es posible financiar el pan y circo, lo que viene es “palo y circo”. El régimen cubano-castrista representa fielmente este caso. El venezolano, de Nicolás Maduro, se juega esa disyuntiva (totalitarismo o democracia republicana) el próximo mes de diciembre. El kirchnerista, en cambio, quiere pero no podrá perpetuarse y expirará definitivamente en el balotaje. Devaluado y maltratado por propios y extraños, “Yoli”, no tiene chance, siquiera, de impedir el desbande de las huestes K. “La caja”, no las ideas, fueron el verdadero aglutinante del kirchnerismo. El voto a Macri le arrebatará ese factor espurio de cohesión. Atomizados y vulnerables deberán rendir cuenta de sus actos. Esa impotencia ante un futuro aciago -en el que se ven desfilando por los tribunales- los lleva a la exasperación de cambiar el perfil de la campaña electoral a última hora. En el miedo a un posible gobierno de Macri, se cifra la última esperanza de los ideólogos K. Mas, este “conejo de la galera” puede convertirse en sapo a tragar porque corre el serio riesgo de convertirse en el efecto boomerang que ahuyente más de lo que enamore. Y eso particularmente sucede cuando en lugar de asustar se provoca risa. En las redes sociales ya ha explotado el “Si gana Macri…” (“Si gana Macri la semana tendrá dos lunes”.)

El miedo kirchnerista no es zonzo pero se está tornando ridículo; y del ridículo -ya se sabe- no se vuelve.

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