Por Hernán Andrés Kruse.-

“La Nación” siempre tuvo en la mira al kirchnerismo. En los días de la asunción de Néstor Kirchner, como presidente de la nación, Claudio Escribano publicó un artículo en el que conminaba al flamante mandatario a poner en práctica un gobierno ortodoxo si pretendía durar en el poder cuatro años. Fue una extorsión inaudita, propia de un grupo mafioso y no de un diario que proclama a diario su defensa de los valores consagrados por la Constitución. Como Néstor Kirchner no obedeció, el mitrismo lo consideró de entrada un enemigo. La virulencia con que “La Nación” criticó al kirchnerismo es inédita en la historia. No recuerdo que un gobierno elegido por el pueblo haya sido tan denostado y ultrajado por uno de los periódicos emblema del país. El ataque se hizo más virulento a raíz del conflicto de Cristina con el poder agropecuario. Tomando partido por los “prohombres” del “campo”, “La Nación” se dedicó a dinamitar todas y cada una de las decisiones que adoptaba el gobierno. Su obsesión por destruir al kirchnerismo llegó al extremo de calificarlo en uno de sus editoriales de “régimen estalinista” por sus “constantes ataques contra la propiedad privada”.

El encono de “La Nación” con el kirchnerismo en general y con Cristina en particular no cedió luego del cambio de gobierno. Prueba de ello lo constituye el editorial del domingo 8 de mayo titulado “De caída libre, a vuelo nivelado”, en el que descerraja toda su artillería pesada contra la antecesora de Mauricio Macri. Dice el mitrismo: “(…) La situación paradojal en que se encuentra el gobierno del ingeniero Mauricio Macri merece recurrir a la alegoría de una aeronave en picada. Siendo el avión la propia República Argentina, causa sorpresa ver bailar en su balcón a la señora piloto que dejó la cabina cuando aquél entró en pérdida, sin que los pasajeros lo advirtiesen, disfrutando todavía la película nocturna y, tal vez, la última cena. La política es impiadosa con los ingenieros pues, cuando llega el momento de retomar el comando del vuelo y salvar a quienes cenan o dormitan, es inevitable apagar las luces, retirar las bandejas, interrumpir la película, bloquear los baños, soltar las máscaras de oxígeno, apretar los cinturones y transmitir la emergencia, en lugar de tararear “Avanti morocha”. Toda la energía de la aeronave y el esfuerzo de su tripulación se centran en nivelar el vuelo y potenciar las turbinas, aunque haya un clamor sonoro para que vuelva la luz, continúe el cine y se devuelvan las bandejas. Todos se quejan por la rudeza de las medidas, gritan las mujeres, se desmayan los ancianos, lloran los niños y se enfurecen los hombres, mientras buscan las bolsitas que no se encuentran, como los botes del Titanic” (…) “Cuando el gobierno del ingeniero Macri dispuso sus primeras medidas para evitar que la Argentina se estrellase contra el piso, debió potenciar los motores de la economía, liberando el cepo cambiario, eliminando retenciones y aumentando tarifas. No lo hizo para favorecer a las empresas en desmedro de los trabajadores, ni a los ricos frente a los pobres. Transfirió combustible y no riqueza para dar energía al avión que debe llevar en su interior a toda la población pagando sueldos y tributando impuestos. Impuestos destinados a pagar más sueldos, jubilaciones, pensiones, planes sociales y subsidios. El país no podrá recuperarse si el sector productivo no se pone en marcha, aumentando inversiones, elevando la producción y creando empleo genuino. En otras palabras, hay que detener la caída libre y alcanzar el vuelo nivelado” (…) “Todos saben que la altísima inflación tiene origen en ese desmadre de lo público y el aprovechamiento masivo de los recursos colectivos. Allí están quienes abordaron gratis y quienes cargaron valijas excedidas. Quienes vendieron caro y pagaron barato. Sin sonrojar, protestan como el resto e intentan ingresar a la cabina para presionar a los pilotos” (…) “El lenguaje metafórico tiene sus límites y la dramaticidad del momento requiere retornar al texto explícito. Han sido tantos años de populismo que todos nos hemos acostumbrado al reino de la gratuidad. Desde 2002, la electricidad, el gas y el transporte fueron casi sin costo. La población se habituó a llenar sus changuitos y a comprar electrodomésticos con el ahorro de esos servicios casi gratuitos. La sociedad argentina se consumió, a través de esos gastos privados, el capital invertido en generar y distribuir electricidad, gas y agua potable; en producir hidrocarburos, carne, trigo y maíz; en rutas y autopistas; en represas, puertos, escuelas y hospitales; en cloacas y viviendas sociales. Y, de paso, se consumió también el capital moral, canjeando principios éticos por subsidios. Hubo además quienes, en lugar de changuitos, utilizaron aviones, camiones y valijas para apropiarse de los recursos públicos en forma masiva, aunque la militancia simule un idealismo superador de las pequeñeces humanas” (…) “En esta coyuntura, la única forma de nivelar el vuelo es mediante una recuperación de precios relativos para que haya inversión, sin la cual no habrá empleos, ni sueldos, ni subsidios, ni planes para nadie. No es una transferencia de riqueza a los más poderosos, como lo imputan dirigentes opositores. Esa visión estática y medieval desconoce que la riqueza de una sociedad no es una cantidad fija, sino una creación que debe fluir todos los días, con el funcionamiento de las fábricas, el cultivo de los campos, la marcha de las oficinas o la construcción de las obras” (…) “Ahora que el frente externo se ha disipado y la Argentina puede acceder al mercado de capitales, es fundamental que el piloto pueda conducir al país hacia un cielo azul de crecimiento con inclusión verdadera y trabajo digno. Y que los opositores, gobernadores, sindicalistas y empresarios no intenten torcerle el rumbo para perpetuar el modelo del fracaso aprovechando el crédito restablecido y los votos del Congreso. Todas éstas son obviedades, pero deben repetirse hasta la saciedad, pues la nariz del avión todavía apunta hacia el suelo y los tumultos de a bordo pueden impedir que el vuelo se nivele y que no sigamos en caída como Venezuela”.

Cuando Néstor Kirchner se hizo cargo del Poder Ejecutivo, el país se desmoronaba como un castillo de naipes. La sociedad no quería saber más nada con la clase política, las instituciones de la democracia estaban carcomidas por la ineficiencia y la corrupción, y la situación social y económica era dramática. Hay quienes sostienen que el patagónico asumió con una economía ordenada por Roberto Lavagna. Quien logró ordenar la economía fue Kirchner, quien tuvo la sabiduría de reconocer la eficiencia de Lavagna como economista dejándolo en el cargo. Mientras Lavagna reconstruía la economía Kirchner hacía otro tanto con la autoridad presidencial. La economía de Kirchner estuvo muy lejos del despilfarro. En su muy buen discurso de asunción ante la Asamblea Legislativa el 25 de mayo de 2003, dejó bien en claro que los egresos no pueden superar a los ingresos. Para él el déficit de las cuentas públicas era una cuestión muy seria, dando a entender desde el principio que su gobierno no iba a despilfarrar los siempre escasos recursos. En este sentido, Kirchner se mostró cerca de la ortodoxia. Pero no era un ortodoxo puro. En efecto, el cambio que propuso fue en el rol que debe ejercer el Estado en la economía. El patagónico estaba convencido de que el Estado tiene la obligación de intervenir para subsanar las injusticias que inexorablemente comete el “mercado” cuando toma decisiones. Creía sinceramente que si el gobierno no interviene los grupos económicos concentrados hacen y deshacen a su antojo, con el consiguiente perjuicio para toda la sociedad. De entrada dejó bien en claro que abandonaba el paradigma “neoliberal” para reemplazarlo por un paradigma “progresista”. Esta decisión fundamental jamás fue tolerada por el establishment. Acostumbrados a prepotear al presidente de turno, los miembros del círculo rojo se encontraron de golpe con un presidente que no se dejaba intimidar. Kirchner les demostró de entrada que era el nuevo “macho alfa” del peronismo, el flamante caudillo que no estaba dispuesto a dejarse llevar por delante por nadie. Para demostrar que las reglas de juego habían cambiado el patagónico descabezó en persona a la Corte Suprema, dominada por la tristemente célebre “mayoría automática menemista”. Al por entonces presidente, Julio Nazareno, lo obligó a renunciar por televisión. Luego decidió continuar y profundizar los juicios por la verdad histórica, para dejar bien en claro cuál sería su política de derechos humanos. Para que no quedara ningún tipo de duda obligó al jefe del Ejército a retirar el cuadro de Videla en el Colegio Militar. El cambio de paradigma también se manifestó con fuerza en la política exterior. Kirchner sepultó las abyectas “relaciones carnales” sustituyéndolas por una concepción de la política exterior que hacía hincapié en el vínculo con Latinoamérica y no en el alineamiento incondicional con Estados Unidos.

La presidencia de Kirchner transcurrió dentro de una relativa calma. Pese a la extorsión de “La Nación”, entre 2003 y 2007 no hubo, al menos en la superficie, ningún intento desestabilizador. El gran problema surgió cuando el patagónico bendijo la candidatura presidencial de Cristina. En ese momento, comienzos de 2007, ningún dirigente peronista osó cuestionar a Kirchner porque a esa altura detentaba todo el poder dentro del justicialismo. Eduardo Duhalde era historia y no había dirigente que se hubiera atrevido a sacar los pies del plato. Quedaba en evidencia la concepción política del matrimonio Kirchner: el poder reducido a un “asunto de familia”. Es probable que Néstor y Cristina se hayan distribuido los períodos presidenciales así: 2003/07 Néstor; 2007/011 Cristina; 2011/015 Néstor, y 2015/019 Cristina. Pero sorpresivamente entró en escena la biología y, cuando ello sucede, no hay poder humano capaz de doblegarla. El 27 de octubre de 2010 falleció Néstor Kirchner del corazón y todo lo planeado se vino abajo. Cristina se vio obligada a competir por la reelección en 2011 y durante su segunda presidencia naufragó su intento de competir en 2015 al ser derrotado el oficialismo en 2013 por Sergio Massa en provincia de Buenos Aires. El deceso de Kirchner fue un golpe brutal para Cristina, no sólo desde el punto de vista humano sino también desde el político. A partir de esa luctuosa jornada Cristina se quedó sola, literalmente. Aquella “ortodoxia” económica que Kirchner enarboló en sus comienzos como presidente fue dejada de lado por Cristina, quien confió el manejo de la economía a Axel Kicillof, un joven economista formado en el marxismo y el neokeynesianismo. De la primigenia dupla Kirchner-Lavagna se pasó a la dupla Cristina-Kicillof. Con Kicillof en Economía el kirchnerismo se hizo más “populista”, es decir, incrementó la intervención del Estado en la economía, mientras Cristina se alejaba paulatina e inexorablemente del peronismo tradicional y, fundamentalmente, del sindicalismo ortodoxo. Con Cristina en la presidencia y Kicillof en economía, el kirchnerismo se “camporizó”. “La Cámpora”, la organización juvenil liderada por Máximo Kirchner, se adueñó de importantes resortes del aparato estatal, provocando la inquina y el encono en vastos sectores del peronismo, que veían con estupor y desagrado el avance incontenible de las huestes del hijo presidencial.

La etapa “camporista” del kirchnerismo abarcó desde el 27 de octubre de 2010 al 9 de diciembre de 2016. Es precisamente esta etapa la crucificada por el mitrismo en su editorial del pasado 8 de mayo. Aplicando una de las más conocidas tácticas de la propaganda política-la desfiguración y la exageración de los hechos-“La Nación” arremetió con virulencia contra el “cristinismo camporista”, comparándolo con el chavismo. Lo que hace el mitrismo en el editorial comentado no es más que criticar ácidamente la política económica de Kicillof, situada ideológicamente en las antípodas de la ortodoxia económica. Eso es lo que más molesta al mitrismo, no la corrupción que probablemente salpicó a varios de los funcionarios de la ex presidente. Porque si de verdad le preocupara la corrupción, no se explica su silencio en referencia a los Panamá Papers, donde aparece el nombre y apellido del presidente de la nación. Los cinco años en los que estuvo vigente el “cristinismo camporista” fueron intolerables para “La Nación”, no dudando en profundizar la brecha con tal de aniquilar a Cristina. Porque ese fue su objetivo desde el principio: aplastar al kirchnerismo, al que siempre consideró una patología política, una malformación del tejido social argentino. Es tal su obsesión en este sentido que viene afirmando desde la asunción de Macri que las medidas económicas adoptadas por el oficialismo son duras, dolorosas, pero que son necesarias para sacar al país del atolladero en el que lo dejó el “cristinismo camporista”. Lo mismo dijo en 1989 cuando avaló la cirugía sin anestesia aplicada por Carlos Menem. El problema es que el mitrismo nada dice respecto a una injusticia que a esta altura es inaudita: el sufrimiento recae exclusivamente sobre los más débiles, sobre los jubilados y los trabajadores. Lo que hizo Macri, aunque “La Nación” se empecine en negarlo, fue obligar a los más débiles a soportar una crisis que le ha permitido al círculo rojo amasar “respetables” fortunas. He aquí el meollo del sistema político, económico y cultural que impera en la Argentina a partir del 10 de diciembre: un país para pocos, un país donde el reparto de la torta es ferozmente inequitativo, un país donde trabajar se ha tornado una misión imposible. Es cierto que Macri se encontró con un panorama complicado, fundamentalmente en el terreno de la economía. Pero lo que viene haciendo hasta hoy es echar más leña al fuego. Hoy la situación económica y social es mucho más complicada que hace cinco meses y ello se debe no a la “pesada herencia” sino a la ejecución de una política económica que beneficia a la oligarquía y perjudica a los sectores populares. Es por ello que el panorama que se presenta para los próximos meses es sombrío para la inmensa mayoría del pueblo pero brillante para una minoría rapaz y corrupta, uno de cuyos miembros más conspicuos es el diario fundado por Bartolomé Mitre.

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