Por Roberto Fernández Blanco.-

Se cumple este año el 30 aniversario del acto de defunción del socialismo. Su cuerpo yace en avanzado estado de putrefacción bajo una de las placas de cemento del ominoso Muro de Berlín derribado el 9 de Noviembre de 1989 por pueblos en busca de su libertad, asqueados del sometimiento y el empobrecimiento del sistema socialista. Ha sido la caída de este muro la confirmación evidente del colapso socialista, del fracaso absoluto de su tiránico sistema y la más clara e irrefutable demostración de su fracaso productivo, gestor de la inevitable miseria de todos y de cada uno de los pueblos donde se instaló y de los pocos lugares donde aún apenas persiste.

Absolutamente todos los intentos socialistas condujeron y conducen al mismo resultado final, destrucción, pobreza, hambrunas, servidumbre, terror, muerte, violaciones de los más elementales derechos humanos. El fracaso es inherente a la naturaleza del socialismo, demostrado científicamente en vida de Karl Marx por la escuela austríaca que paralizó a Marx en su tentativa de continuar con el segundo tomo de El Capital. Los hechos, la realidad, son evidencias científicas irrefutables y contundentes.

No hay un solo lugar donde el socialismo no haya significado represión y pobreza.

El socialismo murió con el colapso de la URSS, treinta años atrás, con el derribe del Muro de Berlín. Para entonces ya eran cenizas los socialismos alemán (nazismo) de Hitler y el fascista de Mussolini. Y en menos de un año, en Octubre 3 de 1990, la Alemania Oriental soviética socialista se derrumbó siendo rescatada por la Alemania Occidental liberal.

También en 1989 el despótico y momificado socialismo de la familia Castro cumplía treinta años de socialismo, censura, represión y pobreza, que persiste hasta el presente preservando su tiranía en su paupérrimo islote, sostenido por la asistencia económica de la dupla Chávez-Maduro a costa de la caída de bienestar del pueblo venezolano y alimentado por la persistente naturaleza imperialista de los resabios comunistas de la Rusia actual, económicamente bastante liberalizada y únicamente socialista en lo político para garantizar la perpetuidad en el poder de los inevitables megalómanos que el socialismo atrae como la miel a las moscas. El brote socialista venezolano y su actual condición socio-económica, es la más viva demostración de las trágicas consecuencias que implica un vuelco hacia la implantación de esta destructiva doctrina.

Es también una clara demostración de la anacrónica condición pensante de los socialistas la devoción que sienten y tienen por su símbolo, esa cruz formada por un martillo y una hoz, herramienta propia de tiempos medievales.

En un mundo como el actual, donde la nueva juventud ama y preserva su libertad individual, que disfruta de un inalienable derecho a pensar, decidir y actuar en comunidades libres donde no se acepta ni tolera la censura ni la agresión ideológica, una sociedad en la que se goza de la libertad que los medios de comunicación, de movilidad y de producción desarrollados por el pujante capitalismo liberal (internet, celulares, medios informáticos de todo tipo, cosechadoras robotizadas, etc.), resulta asombroso y ridículo que alguien pueda reverenciar como símbolo una cruz con una herramienta anacrónica, de épocas feudales, que les es desconocida.

Nadie reniega ya -ni siquiera los aturdidos socialistas- de los logros del capitalismo liberal, el de las libertades individuales, el del respeto al fruto creado y/o producido por el trabajo personal (léase propiedad personal), el de la libertad de cada uno de intercambiar espontáneamente con sus congéneres el fruto de sus logros personales sin el control policíaco del sistema socialista, sean esos frutos o logros de tipo material, científico, intelectual, artístico y/o afectivo.

Es triste y un verdadero absurdo ver en la Argentina mentes sojuzgadas, poseídas, entumecidas, sometidas a ese plagio del fracasado socialismo bautizado por Juan Perón como justicialismo, mentes dogmatizadas y fundamentalistas en personas preñadas de impotencia, desposeídas de voluntad productiva, que traducen sus incapacidades en una envidia destructiva tratando de convertirse en víctimas de otros cuando son en realidad víctimas de su propia lasitud mental, de sus incapacidades creativas y productivas, dejándose arrastrar como ganado para convertirse en masas mendicantes extorsivas reclamando o pretendiendo apoderarse de los frutos del trabajo productivo de aquellos a quienes deberían emular, en lugar de buscar -por la vía de la destrucción- una igualdad que son incapaces de lograr con su propio esfuerzo, paralizados, en estado de servidumbre, sujetos al manipuleo perverso de conductores corruptamente enriquecidos que los explotan salvajemente manteniéndolos en un estado de permanente pobreza y servil esclavitud.

El 9 de noviembre de 1989 los pueblos sojuzgados por el socialismo derribaron el Muro de Berlín, el ominoso dique que les impedía acceder al mundo del progreso liberal, produciéndose esa multitudinaria huida hacia la libertad que sabiamente Julián Marías denominó “la votación de los pies”.

Los argentinos aún seguimos expuestos al riesgo socialista a través del plagio justicialista de Juan Perón que persiste sostenido por las corruptas oligarquías sindicales y políticas del partido peronista y sus derivados, a quienes solemos ver entonando la marcha peronista, esa de “combatiendo el capital”, cuando tras sus disfraces de falsa humildad esconden las fortunas saqueadas al pueblo argentino.

Ha llegado el momento en que los argentinos debemos reaccionar, purgar nuestras mentes de la colonización y del subliminal adoctrinamiento del dogma socialista/justicialista para integrarnos al mundo de la libertad.

La vida humana sólo tiene valor y sentido en estado de libertad.

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