Por Hernán Andrés Kruse.-

Mauricio Macri asumió el 10 de diciembre de 2015. A partir de entonces ha demostrado ser coherente con su ideología. Convencido de que los ricos deben seguir siendo ricos y los pobres seguir siendo pobres, cada decisión que viene tomando apunta a ese objetivo primordial. En este sentido, Macri es una suerte de Robin Hood a la inversa: les quita a los pobres para engrosar el bolsillo de los ricos. ¿Qué sentido tuvo, sino favorecer los intereses de las empresas exportadoras, la devaluación de la moneda en un 40%? ¿Qué sentido tuvo, sino favorecer los intereses del poder agropecuario, la eliminación de las retenciones al maíz, al trigo, etc.? ¿Qué sentido tuvo, sino favorecer los intereses de las empresas prestatarias de servicios, los feroces tarifazos de los últimos meses? ¿Qué sentido tiene, sino favorecer los intereses de los grandes empresarios, los despidos que se vienen sucediendo en la esfera privada? Estamos en presencia no de medidas aisladas e inconexas, sino de un conjunto de medidas que responden a una política perfectamente planificada que busca exclusivamente profundizar la brecha entre los incluidos y los excluidos. Porque el propósito fundamental, excluyente, en realidad, de Macri es hacer de Argentina un país para pocos, un país oligárquico, un país donde todos tengan bien en claro qué lugar ocupan en la estratificación social, un lugar del que no pueden-ni deben-abandonar. Para Macri la rigidez hace a la esencia de la estratificación social. Quien tuvo la mala suerte de nacer en una tapera debe conformarse con vivir en esa tapera el resto de su vida. Quien tuvo la dicha de nacer en un barrio pudiente no tiene de qué preocuparse: vivirá en la opulencia toda su vida. Quien nació pobre, morirá pobre. Quien nació rico, morirá rico. Así razona el presidente de la nación. Que alguien que nació en la pobreza pretenda subir en el escalafón social es un desatino. Que un pobre muera pobre es algo lógico, natural. Si nació en la pobreza es porque así lo dispuso el destino. Y contra el destino no se puede ir en contra. Así se razonaba, por ejemplo, en la época del feudalismo. En ese entonces las clases sociales estaban perfectamente diferenciadas. Los siervos de la gleba estaban condenados a morir en la pobreza mientras que los nobles estaban destinados a morir rodeados de oro. La posibilidad de ascender socialmente en base al mérito y al esfuerzo no era tenida en cuenta. Es más, nadie siquiera pensaba en ello. Todo el mundo sabía de antemano qué le tenía preparado el destino.

Hoy, en pleno siglo XXI, el mundo feudal nos resulta oprobioso. Porque resulta verdaderamente canallesco sentenciar que quien nació pobre no tiene más remedio que conformarse con padecer la pobreza durante toda su vida. Y lo es aún más si quien piensa de esa manera es nada más y nada menos que el presidente de la Argentina, cuya constitución de 1853-60 profesa una filosofía liberal que está en las antípodas del pensamiento feudal. En efecto, el liberalismo, considerado como filosofía de vida, parte del supuesto de que toda persona, en base a su capacidad y talento natural, tiene derecho a progresar en la vida, a abandonar su sitio en la estratificación social para ingresar, en base a su esfuerzo, en otro sitio mejor. También el liberalismo considera que nadie tiene derecho, fundamentalmente los gobernantes, a impedir el ascenso social de las personas. Quien, desde la cúspide del poder, dice a manera de sentencia definitiva que quien nació pobre, morirá pobre, atenta contra la dignidad humana y, en última instancia, contra el progreso material y espiritual de los pueblos.

Emerge, pues, en toda su magnitud el antiliberalismo de Mauricio Macri. Estamos en presencia, qué duda cabe, de uno de los presidentes más siniestros y cínicos de la historia argentina contemporánea. Su gobierno es lisa y llanamente oprobioso, al igual que varios de sus funcionarios más destacados y de algunos economistas que suelen defenderlo públicamente. En su edición del viernes 27 de mayo Infobae reprodujo unas declaraciones de Javier González Fraga, cuyo eje central fue la crítica a la política económica del kirchnerismo. El ex funcionario tildó al gobierno anterior de “populista” y empleó una serie de conceptos por demás polémicos para explicar lo que acontecía hasta antes de la asunción de Macri con el ingreso de los trabajadores medios. “Las cosas no se pueden hacer como uno querría, y menos después de 12 años donde se ha invertido mal, se alentó el sobreconsumo, se atrasaron las tarifas y se atrasó el tipo de cambio”, expresó. En relación con la reactivación, consideró que recién se producirá en 2017. Luego agudizó sus críticas al kirchnerismo: “Le hiciste creer (por Cristina Kirchner) a un empleado que su sueldo medio servía para comprar celulares, plasmas, autos, motos e irse al exterior. Eso era una ilusión. Eso no era normal” (…) “No digo que si era bueno o malo. Por supuesto que era bueno, pero no era normal. No era sostenible” (…) “Estamos sincerando la economía para que en lugar de tener una burbuja de crecimiento que alimente proyectos populistas tengamos décadas de crecimiento. Para que la Argentina vuelva a los niveles que nunca debería haber abandonado en el ránking internacional”. Para el ex titular del Banco Central que un trabajador de clase media tenga aspiraciones de progreso y que dentro de esas aspiraciones esté el deseo de viajar por el mundo, no es más que una ilusión que debe ser evaporada cuanto antes. Ese empleado debe ser consciente de que nació para no tener ilusiones de progreso, para no viajar, para no pretender escalar en la estratificación social. He aquí el mensaje de González Fraga, que hábilmente lo encubre con sus críticas al populismo y su encendida defensa del “sinceramiento” de la economía. Porque ¿qué entiende González Fraga por sincerar la economía? Entiende, no lo que dice públicamente, sino el retorno a la normalidad, es decir, al conformismo social de los más débiles. “Si naciste en la villa, morirás en la villa”: he aquí el “sinceramiento” de la economía según el economista radical. Quien rápidamente salió en defensa de González Fraga fue la vicepresidente de la nación, Gabriela Michetti, quien sostuvo el lunes 30 de mayo que lo más complicado del primer semestre de gestión de Cambiemos fue “salir del populismo y de la fantasía del kirchnerismo” y celebró la política económica puesta en ejecución por Macri.

Desde que asumió el presidente ha sido impiadoso con los sectores más vulnerables. “Después de tantos años de populismo ha llegado el momento de sincerar la economía, lo que implica necesariamente sangre, sudor y lágrimas”: he aquí el credo macrista. Y el gobierno lo aplica a rajatabla. Pero con una salvedad: el sacrificio exigido para sincerar la economía no es parejo, no es democrático. En efecto, el costo del sinceramiento no es pagado por todos los sectores de la sociedad de manera proporcional a su nivel de recursos, sino que recae exclusivamente sobre la espalda de la clase trabajadora. Macri exige sacrificios pero él no hace ninguno. ¿Dónde está, entonces, la ejemplaridad? Porque es muy fácil exigir sacrificios a los demás mientras se goza de las mieles del poder. Mientras tanto, con los poderosos del exterior el gobierno de Cambiemos no ha hecho más que dar manifestaciones de una genuflexión asquerosa. Se vio en la “negociación” con Paul Singer. En pocas semanas el gobierno macrista le pagó al buitre sumas siderales que podrían haber sido destinadas, por ejemplo, a mejorar la salud pública del país, bastante maltrecha desde hace un largo tiempo. Porque no hubo tal cosa como “negociación” sino una capitulación. Macri se arrodilló ante Singer en aras de la “inserción de la Argentina en el mundo desarrollado”. La genuflexión fue evidente durante la visita del presidente Barack Obama, uno de los más “célebres” criminales de guerra de la humanidad. Más que actuar como un verdadero anfitrión, Mauricio Macri hizo las veces de “perrito faldero” del mandatario norteamericano. Realmente, pareció, más que el presidente de la argentina, una mascota más del mandatario norteamericano. Pero el acto de genuflexión más escandaloso, más repulsivo, tuvo lugar hace pocas horas en España y lo tuvo como protagonista central al ministro de Hacienda y Finanzas, Alfonso Prat Gay. Durante un desayuno organizado en Madrid con funcionarios y empresarios de “la Madre Patria”, el funcionario macrista les pidió disculpas “por los abusos de todo tipo que han sufrido los capitales españoles en Argentina”. Por si ello no hubiera resultado suficiente, el ministro consideró que la expropiación del 51% de las acciones de YPF en manos de Repsol por la cual el gobierno de Cristina pagó 4670 millones de dólares fue sencillamente un “disparate”. La genuflexión de Prat Gay no tuvo límites: “Argentina está de vuelta. Empecemos por un aplauso porque estamos de vuelta” (…) “Los últimos años fueron un escándalo donde nos alejamos de todos. Reestablecer los lazos con el mundo y la nación española es una prioridad de nuestro gobierno” (…) “Estamos volviendo a poner a la Argentina en la senda del crecimiento tomando algunas medidas difíciles. No nos guiamos por la instantaneidad de la opinión pública. Con el desastre que nos dejaron era imposible crecer. Si no tomábamos las medidas nos transformábamos en Venezuela” (…) “La ley antidespidos era un cepo laboral a las empresas, era una garantía para no contratar. Nuestro gobierno no tiene miedo de que en el propio proceso de creación económica se pierdan algunos puestos de trabajo, lo importante es que después se creen muchos más puestos”.

En 2007, durante la XVII Cumbre Iberoamericana celebrada en Santiago de Chile, el por entonces presidente venezolano Hubo Chávez mantuvo un serio altercado con el por entonces presidente de España José Luis Rodríguez Zapatero, a quien comenzó a interrumpir durante su alocución hasta que el rey Juan Carlos I estalló de furia y dirigiéndose a Chávez le espetó: “¡por qué no te callas!”. El motivo de la discusión había sido una dura crítica que Chávez le había propinado hacía unos días al antecesor de Zapatero, José María Aznar, a quien el bolivariano había tildado de “fascista”. En ese momento Rodríguez Zapatero puso sus diferencias ideológicas con Aznar a un lado e hizo causa común con el rey, quien había apoyado a Aznar. Primó en Zapatero la defensa del español Aznar, quien en ese momento era criticado por un presidente foráneo. Zapatero fue leal a España, en suma. Prat Gay actuó en España de manera harto diferente. Si en el desayuno con empresarios españoles hubiera estado presente, por ejemplo, Axel Kicillof, y en un momento dado los empresarios dueños de casa lo hubieran comenzado a criticar con dureza, Prat Gay hubiera hecho causa común con los anfitriones. Hubiera sido desleal con Kicillof y, fundamentalmente, con la Argentina. En Prat Gay la nacionalidad argentina poco cuenta. Para él, evidentemente, sólo vale la lealtad a los capitales transnacionales. En consecuencia, si para granjearse la confianza del capital foráneo hay que traicionar a la Argentina, se la traiciona nomás, sin pudor alguno. Porque lo que Prat Gay les dijo a los contertulios españoles fue que con Macri en el poder podían hacer nuevamente en el país todo tipo de negociados, sin “interferencias molestas”.

Así son Macri y Prat Gay: valientes con los débiles y cobardes con los poderosos. Así es de oprobioso el gobierno elegido por un poco más de la mitad del electorado el pasado 22 de noviembre.

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