Por Rodolfo Patricio Florido.-

Hay algunos gobernadores peronistas que pareciera que recuperaron la dignidad que no tuvieron ante Cristina Fernández de Kirchner frente al nuevo Poder Ejecutivo.

Quizás porque no son maltratados ni apretados a billetazos limpios; quizás porque tienen una deformación metodológica y entienden que el que dialoga es siempre débil. En cualquier caso, es una pena. Porque mientras hablan en contra del estigma que reza que los gobiernos no peronistas no llegan a término, comienzan a actuar en ese mismo sentido.

Algún medio dice que Marcos Peña no quiere que los funcionarios hablen del pasado. Si es así, se equivoca. Una cosa es no hablar reiteradamente del pasado y otra muy distinta es hacer una evaluación completa y compleja del paquete colapsado que dejó el gobierno anterior.

El país espera ese diagnóstico. No hacerlo es negarse la posibilidad de que la sociedad comprenda en su totalidad e integridad el desastre financiero, ético, moral, de inseguridad y político que debe reconstruirse.

Algunos, parecieran ser golpistas cuando no controlan la suma del poder y sólo se expresan democráticamente cuando los micrófonos se encienden.

Aprendieron a expresarse en el sentido que la sociedad reclama, aunque se comporten en la praxis de la misma manera que se comportaron siempre: autoritarios en el poder y golpistas en la oposición.

Otros, se empeñan ahora en mostrarle al país que sus desastres provinciales son producto de fallas nacionales. Curiosamente ésos son los mismos que cuando gobernaba el cristinismo decían que sus provincias estaban mejor que nunca y que si algo estaba mal era porque lo estaban enfrentando pero que en cualquier caso estaban mejor que en el 2001.

Todos, apelan a construir un nuevo “relato”. Y, en ese nuevo “relato”, ellos son las victimas que nunca fueron victimarias. Esperan que la memoria ciudadana sea más débil que la inmisericorde Cristina Fernández cuando durante 8 años saturó al país comparando cada mes del 2007 al 2015 con el mismo mes del 2001/2002.

Durante esos 8 años todos callaron. Todos se sometieron al poder ejercido inmisericordemente por Cristina. Todos aplaudían frenéticamente para ver si Cristina les daba algo.

Ahora… cuando el poder los escucha, hablan a los gritos tratando de recuperar la dignidad vendida durante 8 años. Es como si así justificaran que Cristina tenía razón cuando los maltrataba, los humillaba, los obligaba a postrarse por unos pesos y cuando el federalismo era más un truco de Coperfield que una realidad.

Son como Lázaro Báez. Lo único que falta es que este delincuente diga que los despidos en sus empresas son por la falta de pago del nuevo gobierno, mientras él sigue siendo un multimillonario que muy probablemente sacó su dinero del país porque las pérdidas son de todos mientras que las ganancias son solo de él.

No se trata aquí de respaldar sin sentido al nuevo gobierno nacional ni de entregarle un cheque en blanco obviando errores o evitando señalar posibles y mejores caminos. Se trata de no ser ingenuos y de que el gobierno no sea ingenuo frente a algunos sectores del peronismo y del cristinismo que harán lo posible y lo imposible por sepultar cualquier expresión que no sea la propia.

La dignidad del gobierno peronista de Córdoba reconociendo el esfuerzo conjunto y el diálogo con el gobierno de Mauricio Macri, no debería ser menospreciada por la presunta dignidad recuperada de otros gobierno peronistas provinciales que reclaman a los gritos lo que durante 12 años callaron por 30 monedas de Plata cual Judas que entregó a Jesús por esas 30 monedas que en realidad eran “ciclos” del templo y equivalía al valor de la compra de un esclavo. Nunca más acertada la historia sobre el precio de la dignidad. Siquiera Judas tuvo la vergüenza que lo llevó al suicidio y no pretendió recuperar su vendida dignidad pidiendo más dinero.

El estado de destrucción de la Nación. Las obras anunciadas y con dinero acordado que nunca se hicieron. Las inauguraciones reinauguradas una y otra vez. El INDEC destruido al punto de no poder contar por meses con alguna medición. No sabemos cuántos pobres tenemos, cuántos niños muertos por inanición, etc. Las reservas aniquiladas. Los poderes cooptados, corrompidos, policías, inteligencia, justicia, legisladores, empresas y empresarios. La sociedad violenta. La impunidad de los poderosos… ¡Por Dios y, si no creen en Dios, háganlo en nombre de la decencia, la democracia a la que apelan pero que no respetan! Díganle a todo el país dónde estamos, para que todos entendamos que el sacrificio por venir tiene un sentido y no sólo la frialdad de los números.

¿Cómo entenderán los ciudadanos el costo de recuperar la verdad si nadie les dice con claridad meridiana cuan profunda y perversa era la mentira?

Se puede comprender que el gobierno tenga que negociar futuros acuerdos legislativos y que no quiera destruir puentes con algunos pusilánimes de ayer que hoy actúan como si fueran héroes de guerra. Pero no puede ni debe ser ingenuo. Los pusilánimes de ayer, devenidos en presuntos héroes de hoy, traicionaran absolutamente todos los acuerdos significativos porque esa es su naturaleza y no otra.

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