Por Juan Manuel Otero.-

Estoy de acuerdo en respetar los protocolos en cualquier actividad de que se trate, pero no me parecen claros los argumentos dados por la Santa Sede para justificar la omisión de un simple saludo con motivo del triunfo electoral de Mauricio Macri como Presidente de los argentinos.

Y paso a intentar demostrarlo.

Dijo el ceremoniero pontificio, Monseñor Guillermo Karcher: “El protocolo de la Santa Sede prevé solamente que para la ceremonia de la asunción del mando presidencial el Santo Padre nombre un enviado extraordinario que lo represente”.

Asimismo, fuentes de la Santa Sede aclararon que “no es tradición que un pontífice mande un mensaje de augurios en estos casos”.

El significado de no preverlo es muy claro; es lo que no está contemplado dentro de las normas. Es decir que nos encontramos con una situación no prevista. Hecho formalmente similar a las lagunas de los plexos normativos que, luego de promulgados se comprueba que no previeron determinadas situaciones.

Pero no estar previsto no significa en modo alguno “estar prohibido” y lo que no está prohibido está permitido.

No preverlo significa que no lo impone, que no está dentro de las normas y ritos protocolares, los cuales sí son de cumplimiento obligatorio.

Y tampoco se lo impide el hecho de “que no sea tradición mandar un mensaje de augurios en casos similares”. Si entendemos por tradición una costumbre, también claro resultará comprender que el Santo Padre estaba absolutamente habilitado para enviar un mensaje de salutación… si es que hubiera querido hacerlo.

Por lo tanto, no está prohibido y no hacerlo es simplemente una costumbre. Una costumbre que bien puede dejarse de lado ante un hecho tan trascendental como el recambio presidencial en la Patria del Santo Padre.

Y acá es donde quería llegar. Justamente Francisco es alguien que ha revolucionado las costumbres vaticanas acercándose a los hombres y mujeres del mundo a través de sus descontracturadas actitudes. Seguramente que dentro de las normas protocolares o de las tradiciones no figura cita alguna a que el Santo Padre tenga que llamar al titular de una organización barrial para felicitarlo por su tarea de bien público y su lucha contra el crimen, acto de Francisco quien, a través de su comunicación con el director de la organización La Alameda, no sólo se elevó en la consideración de los católicos, sino que demostró claramente la novedosa forma de ejercer su apostolado, de acercarse a su rebaño.

Tampoco creo que dentro de las centenarias y rígidas normas protocolares de la Santa Sede conste alguna cita que lo autorice a tomar el teléfono y en informal y afectuoso saludo expresar: “Hola, soy Francisco. Tengo una pila de papeles sobre el escritorio, pero leí tu historia y me dije: ¡Ma’ sí, yo la llamo!” Y ante la imaginable sorpresa de la receptora continuó: “María Juliana, los hombres, muchas veces somos cobardes. Vos sos ¡una madraza! Las bendigo a las tres. Voy a rezar para que Sara se pueda reunir con su padre. Ustedes, por favor, recen por mí que lo necesito”.

Es el mismo pastor que en su visita a Río de Janeiro nos recomendó “hacer lío”. O que no dudó en ponerse la camiseta de su querido San Lorenzo en ocasión del jubiloso saludo del plantel y ofrecer su sillón -¡el trono de San Pedro!-, para que el Pocho Lavezzi lo utilizara y registrara en una jocosa “selfie”.

Monseñor Karcher: ¿Está Ud. seguro de que Francisco omitió el saludo porque las normas y tradiciones se lo impedían?

Permítame dudar de su palabra, hasta que se me demuestre lo contrario con fundamentos claros.

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