Por Luis Orea Campos.-

Coronavirus debe ser la palabra más pronunciada y escrita en un lapso de 60 días en la historia del mundo. Nadie se priva de poner su granito de arena en el torrente de opiniones, informes, recomendaciones, predicciones y ocurrencias varias. Podría decirse que está de moda sino fuera que tendría un tufillo de humor negro poco apropiado en estos momentos.

Sin embargo, despejando la paja del trigo en este zaquizamí comunicacional aparecen las líneas maestras del fenómeno que hoy aflige a la humanidad toda en lo relacionado con su abordaje.

Por ejemplo, desde el punto de vista de la política sanitaria es posible identificar un punto clave a tener en cuenta para la defensa contra esta peste: los cuellos de botella.

Y es sobre ese punto donde debe enfocarse la acción gubernamental. La enfermedad en sí misma y su transmisión quizás no sean tan graves pero sí lo es su velocidad y eso es lo que las autoridades debieron haber tratado en primer lugar al comienzo de la crisis, pero en rigor de verdad desde el ministro de Salud para abajo y para arriba demostraron que les falta el timing y la capacidad de decisión y hasta el sentido común que caracteriza a los verdaderos líderes ante situaciones catastróficas.

El primer cuello de botella y principal es la capacidad de detección de infectados porque está directamente relacionado con la velocidad de propagación del microbio. La ecuación es sencilla, a mayor velocidad de detección menor velocidad de propagación porque de inmediato los infectados pasan a cuarentena evitándose el contacto

Por una de las tantas decisiones equivocadas de las autoridades la detección está concentrada en el Instituto Malbrán mientras el virus vaga libremente por las ciudades.

El gobierno se niega férreamente a explicar la razón de esta concentración que favorece la diseminación viral porque las instalaciones y reactivos del organismo están lejos de poder procesar en tiempo útil todas las demandas. Si no fuera porque es exagerado podría decirse que esta inacción de las autoridades en cuanto a este punto es casi criminal.

La razón de la antedicho es que la velocidad de propagación tiene que ver con el segundo cuello de botella: la capacidad de respuesta del sistema sanitario que puede verse rápidamente colapsado de no atenderse debidamente el primer cuello porque ante la duda las personas van directamente a la consulta personal dado tampoco funciona debidamente el número telefónico.

No hay instalaciones ni equipamiento para responder a la demanda en caso de una propagación agresiva por lo cual de no frenarse con la detección temprana en breve se llegará a la situación de Italia donde como se sabe se selecciona quien vive y quien muere. Otro punto que desnuda la incapacidad de reacción del gobierno actual.

La paralización de las clases y otras medidas conexas sumadas a las que la población toma por su cuenta quizás ayudan temporalmente en un contexto climático amigable como el presente, pero estamos a las puertas del otoño y del invierno donde se manifestarán los errores o aciertos del esquema de prevención que se implemente en este momento de la expansión.

Por eso el tercer cuello de botella y el más grave tiene que ver con la velocidad decisional y la capacidad ejecutiva de las autoridades que pierden un tiempo precioso en dudas increíbles, medidas inocuas y hasta contraproducentes y amenazas tan vacuas como las calles de Roma en este momento.

Todavía se debe estar escuchando las risas de los empresarios después de las supuestas advertencias de Alberto con respecto a los precios.

Es que Alberto Fernández no es el hombre para esta emergencia mundial, no es el líder que ordena, es el funcionario subordinado que cumple con singular eficacia las órdenes que dan sus superiores. En su gen político no está el don de mando y de organización.

Cuando durante la segunda guerra mundial Churchill advirtió que miles de soldados ingleses iban a ser masacrados por los alemanes en las playas de Dunkerque no dudó un instante en implementar una operación de salvataje totalmente creativa y audaz que permitió salvar sus vidas, entre otras genialidades de uno de los personajes más admirados del siglo XX. No importa a quien se le ocurrió la idea, lo que importa es que el utilizó su poder para ponerla en marcha inmediatamente.

Al gobierno albertista la gente dice “Pónganse las pilas” pero es inútil, no se puede correr una carrera de fórmula uno con un Chevrolet 400 ni las soluciones van a venir por rezarle al Cura Brochero, aunque en estas circunstancias quizás no sea tan mala idea teniendo en cuenta todo lo dicho antes.

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