Por Hernán Andrés Kruse.-

Javier Milei sigue siendo, pese a cierto declive en su imagen positiva, la figura estelar de la política vernácula. Su protagonismo logró lo que todo político ansía: que todos hablen, mal o bien, de él. Milei es de esos dirigentes que no admiten grises, términos medios. Jamás pasa inadvertido. Es capaz de sacar de quicio al más calmo. Además, posee una rara virtud: dice lo que piensa. Su honestidad intelectual está, pues, fuera de toda duda, de toda discusión. Se nota que su formación académica es sólida lo que obliga a sus adversarios, incapaces de oponer a sus argumentos los propios, a lanzarle acusaciones falaces y de muy baja estofa. Desde la izquierda marxista hasta dirigentes como Elisa Carrió, todos acusan a Milei de ser de extrema derecha o, peor aún, de nazi-fascista.

Vale decir que para el grueso de la clase política el liberalismo que profesa Milei es sinónimo de fascismo. Autores como Murray N. Rothbard y Friedrich von Hayek, cuyos libros formaron intelectualmente a Milei, serían parientes próximos de Adolph Hitler y Benito Mussolini. Ello constituye, lisa y llanamente, una aberración. Se puede estar a favor o en contra del liberalismo, pero no se puede caer tan bajo igualándolo con el nazismo y el fascismo. Quien lo hace obra de mala fe.

Milei no se cansa de destacar la influencia que ejerció sobre su pensamiento el doctor Alberto Benegas Lynch (h), autor en nuestro país y en el extranjero de un buen número de libros en los que defiende la filosofía liberal. Para poner en evidencia la bajeza moral e intelectual de quienes acusan a Milei de ser un fascista o un émulo de Hitler, qué mejor que bucear en uno de sus libros más emblemáticos. Me refiero a “Hacia el autogobierno. Una crítica al poder político (Ed. Emecé, Bs. As. 1993)”.

¿Qué escribió Benegas Lynch (h) en ese libro? Veamos.

El primer capítulo se titula “La ambición del liberalismo clásico”. La tradición liberal es sinónimo de espíritu de libertad, de respeto entre los hombres, lo que les permite vivir acorde con sus propios proyectos de vida. L. Rougier sostiene en su libro The Genious of the West (Los Angeles: Nash Pub., 1971) que el liberalismo descansa en el mito de Prometeo, quien, harto de la apatía de sus congéneres, se rebeló para comenzar a preguntarse sobre la realidad que lo rodeaba. Vale decir que el liberalismo surgió como una rebelión intelectual ante el conformismo social reinante. Implicó una superación de las anteriores concepciones que se contentaban con explicar cómo sucedían las cosas, para adentrarse en algo más profundo: la indagación del por qué se producían. Emerge, pues, en toda su magnitud, la relevancia otorgada por el liberalismo a la razón. Sin embargo, conviene tener presente lo siguiente. Darle importancia a la razón no es lo mismo que enarbolar la postura racionalista. Tal como sostiene Hayek (“Individualism: True and False”, en Individualism and Economic Order, The University of Chicago Press, 1948) el liberal adopta ante la realidad una actitud socrática del conocimiento. De esa forma el liberal afirma que ante la inmensidad del conocimiento se debe ser humilde, se debe aceptar que la mente sólo puede comprender una ínfima parte de ese infinito. En consecuencia, no hay gobernante, por más poderoso que sea, capaz de planificar la vida de todos y cada uno de sus gobernados como si fuera una deidad.

A continuación Benegas Lynch (h) alude a la libertad de los modernos, o lo que es lo mismo, a las autonomías individuales. Destaca la relevancia de Cicerón (Obras Escogidas, Buenos Aires, 1965) quien afirmó que “El imperio de la multitud no es menos tiránico que el de un hombre solo y esta tiranía es tanto más cruel cuanto que no hay monstruo más terrible que esa fiera que toma la forma y nombre del pueblo (…) ¿Si la prudencia gobierna a la república, qué importa que esa prudencia resida en uno o en muchos?” Cicerón alude a un tema vital de la ciencia política, cual es la de señalar la existencia de gobiernos dictatoriales basados en una mayoría circunstancial. La conculcación de las libertades y garantías individuales puede ser obra de un solo detentador del poder como de una masa enloquecida y fanática. Lo mismo afirmó más adelante Benjamín Constant: “Los ciudadanos poseen derechos individuales independientes de toda autoridad social o política y toda autoridad que viola estos derechos se hace ilegítima (…) la voluntad de todo un pueblo no puede hacer justo lo que es injusto” (Principios de Política). Ningún gobernante, por más que haya sido votado por la mayoría absoluta del pueblo, puede pisotear los derechos y garantías de ningún ciudadano. Si lo hace se sitúa al margen de la ley, pasa a ser un tirano. En consecuencia, el pueblo puede legítimamente resistir a su autoridad. Así lo explicó John Locke en The Second Treatise of Civil Government (Londres: Macmillian Pub, 1974): “Cuando los legisladores quitan y destruyen la propiedad de la gente o los reducen a la esclavitud por medio del poder arbitrario, se colocan en un estado de guerra con el pueblo quien queda eximido de seguir obedeciendo y quedará libre para recurrir al refugio que Dios ha provisto para que se defiendan los hombres contra la fuerza y la violencia”. Esta concepción del derecho de resistencia a la opresión fue recogida por los redactores del acta de la independencia de Estados Unidos: “Cuando cualquier forma de gobierno se convierte en destructiva para este fin (la protección de derechos), es el derecho del pueblo de alterarlo o abolirlo e instituir un nuevo gobierno sobre la base de aquellos principios y formas de organización de los poderes a los efectos de proteger su seguridad y felicidad”·(Documents illustrative of the formation of the Union of the American States, 1927).

Más adelante, Benegas Lynch (h) se refiere a la Escuela Escocesa del siglo XVIII, cuyos miembros explicaron de qué manera una sociedad libre permite que sus miembros arreglen contratos de manera libre y voluntaria, haciendo propicio, de manera involuntaria, el surgimiento de instituciones encargadas de proteger los derechos y garantías individuales. En su obra “Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations” (Londres, 1937), Adam Smith expresó: Prácticamente en forma constante al hombre se le presentan ocasiones para ser ayudado por su prójimo pero en vano deberá esperarlo solamente de la benevolencia. Tendrá más posibilidades de éxito si logra motivar el éxito personal de su prójimo y mostrarle que en su propia ventaja debe hacer aquéllo que se requiere de él. Cualquiera que propone un convenio de cualquier naturaleza está de hecho proponiendo ésto. Déme aquello que deseo y usted tendrá esto que necesita. Este es el sentido de un convenio, y es la manera por la cual obtenemos de otros los bienes que necesitamos. No debemos esperar nuestra comida de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero, sino que se debe a sus propios intereses. No nos dirigimos a su humanidad sino a su interés personal, y nunca conversamos con ellos de nuestras necesidades sino de sus ventajas”. Lo mismo pensaba David Hume: “Por un giro de la imaginación, por un refinamiento de la reflexión, por un entusiasmo de la pasión, parecemos tomar parte de los intereses de los demás y nos consideramos despojados de toda consideración egoísta. Pero, en el fondo, el patriota más generoso y el mezquino más miserable, el héroe más valiente y el cobarde más abyecto tiene, en toda acción, una igual consideración por su propia felicidad y bienestar” (Investigación sobre la moral, Losada, Bs. As., 1945).

El poder político fue desde siempre un tema medular del liberalismo. Benegas Lynch (h) cita a dos preclaros liberales que dejaron para la posteridad escritos liminares sobre el tema. Uno de ellos es Federico Bastiat, quien en “La Ley” (Centro de Estudios sobre la Libertad, Bs. As., 1959) escribió: La ley ha hecho algo aún peor; ha procedido en forma contraria a su propia finalidad; ha destruido su propia meta; se ha aplicado a aniquilar aquella justicia que debía hacer reinar, a borrar, entre los derechos, aquellos límites que era su misión respetar; ha puesto la fuerza colectiva al servicio de quien quería explotar, sin riesgo y sin escrúpulos, la persona, la libertad o la propiedad ajenas; ha convertido la expoliación en derecho para protegerla y la legítima defensa en crimen, para castigarla (…) Hasta la época presente la expoliación legal era ejercida por el pequeño número contra el gran número, tal como se ven en los pueblos en los cuales el derecho de legislar se concentra en pocas manos. Pero he aquí que se ha vuelto universal y se busca el equilibrio en la expoliación universal”. Otro es el eminente Alexis de Tocqueville quien, en su libro “La democracia en América”, FCE, México, 1963), escribió: “Durante mi permanencia en los Estados Unidos, observé que un estado democrático tal como el de los norteamericanos, ofrecía una facilidad singular para el establecimiento del despotismo y a mi regreso a Europa vi que la mayor parte de nuestros príncipes se habían servido ya de las ideas, sentimientos y necesidades que creaba este mismo estado social, para extender el círculo de su poder (…) Bien veo que de este modo se conserva la intervención individual en los negocios más importantes; pero se anula en los pequeños y en los particulares. Se olvida que en los detalles es donde es más peligroso esclavizar a los hombres. Por mi parte, me inclinaría a creer que la libertad es menos necesaria en las grandes cosas que en las pequeñas, sin pensar que se puede asegurar la una sin poseer la otra (…) El despotismo me parece particularmente temible en todas las edades democráticas. Me figuro que yo habría amado la libertad en todos los tiempos, pero en los que nos hayamos me inclino a adorarla”. ¿Por qué, en última instancia, el liberalismo se ha ocupado tanto del poder político? Porque, como bien señaló Acton “el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Poder político y corrupción son, por ende, hermanos siameses.

Benegas Lynch (h) destaca algo esencial del liberalismo. No existen, enfatiza, mentes iluminadas que se dedican a pontificar, a indicar a los liberales en qué consiste el “verdadero” liberalismo. Lo que se proponen los estudiosos liberales es reducir la ignorancia, que es infinita, y agrandar el campo del conocimiento. Es por ello que el liberalismo es la antítesis del dogmatismo, la intolerancia, el fanatismo. Es por ello que es la antítesis del fascismo y el nazismo. También del stalinismo, obviamente. En la tradición liberal existen temas en donde se ha analizado el rol del estado y la manera más adecuada para alejarlos de su influencia. Tales temas son, entre otros, la educación, la salud y la moneda.

El hombre aprende durante toda su vida. La educación, pues, comienza con el nacimiento y culmina con la muerte. Benegas Lynch (h) parte de una afirmación fundamental: como cada hombre es único e irrepetible, cada uno posee sus propias inclinaciones y vocaciones. En su libro “Free and Unequal: The Biological Basis of Individual Liberty (Universidad de Texas, 1953), R. Williams expresa: De la misma manera que los animales son más complejos cuanto más alto se encuentran en la escala biológica, la individualidad está también más desarrollada cuando se asciende en la escala (…) Los seres humanos difieren entre sí incluso en los menores detalles anatómicos, químicos y físicos; impresiones digitales de los dedos de las manos y los pies, textura del pelo, características de las uñas, espesor y característica de la piel, distribución del sistema nervioso, canales del oído, características de los impulsos eléctricos del cerebro, músculos, actividad cardíaca, estructura sanguínea, glándulas y así sucesivamente, prácticamente ad infinitum”. Tales diferencias biológicas, afirma el autor, son mínimas en comparación con las diferencias de temperamento, capacidad, gustos y deseos.

La pregunta a formular ahora es la siguiente: ¿cuál es el mejor método educativo que mejor se adecua al carácter exclusivo del hombre? Benegas Lynch (h) no duda: dicho método es la tutoría. Pero como ese método es inalcanzable para la inmensa mayoría de los estudiantes, la única posibilidad que tienen las personas para educarse es a través de los institutos de enseñanza en todos los niveles, tanto privados como públicos. Benegas Lynch (h) considera que la educación y la compulsión son antagónicas. Para A. V. Dicey, la compulsión en materia de educación “significa, en primer lugar, que A, quien educa a su hijo de su peculio o no tiene chicos para educar está obligado a pagar para mantener la educación de B, quien, eventualmente, tiene los medios para financiarla pero prefiere que los recursos provengan del bolsillo del vecino” (Lectures on the Relation Between Law and Public Opinión in England during the Nineteenth Century, Londres, 1914). Por su parte, Ortega y Gasset afirmó que “Ahora, por lo visto, vuelven muchos hombres a sentir nostalgia del rebaño. Se entregan con pasión a lo que en ellos había aún de oveja. Quieren marchar por la vida bien juntos, en ruta colectiva, lana contra lana y la cabeza caída. Por eso, en muchos pueblos (…) andan buscando un pastor y un mastín. El odio al liberalismo no procede de otra fuente porque el liberalismo antes que una cuestión de más o menos en política, es una idea radical sobre la vida: es creer que cada ser humano debe quedar franco para henchir su individual e intransferible destino” (El Espectador, Madrid, 1966).

La frase orteguiana es brillante por donde se la mire. Demuestra que el liberalismo hace del respeto por cada persona, que es única e irrepetible, su columna vertebral. Es, por ende, la antítesis de aquellos regímenes políticos que tratan a las personas como meros ladrillos en la pared, como integrantes de un rebaño. En estos momentos me viene a la memoria aquel gran film de Alan Parker, The Wall, donde denuncia al sistema educativo que uniforma a los estudiantes, que los masifica, que los transforma, precisamente, en ladrillos de una pared. Pues bien, hacer de los estudiantes miembros de un rebaño es propio de los sistemas educativos implantados por las democracias de masas (el peronismo, por ejemplo) y por las dictaduras que asolaron al mundo desde tiempos inmemoriales, constituyendo el fascismo y el nazismo su versión más abyecta.

Benegas Lynch (h) es contrario a la educación estatal. He aquí uno de los puntos más polémicos de su pensamiento. Está en desacuerdo con quienes sostiene que la educación estatal garantiza la igualdad de oportunidades. Que todos tengan iguales oportunidades significa que no todos tengan los mismos derechos. A todo derecho le cabe necesariamente una obligación, sentencia el autor. Si A gana mil pesos por mes, todos deben respetar esos mil pesos. Pero si A afirma que tiene derecho a ganar 10 mil pesos por mes, significa que otros deberán abonarle la diferencia (9 mil pesos), lo que implica, a la larga, una lesión del derecho de esas personas. El derecho a la igualdad de oportunidades implica quitar por la fuerza algo a unos para dárselo a otros (dinero, en este ejemplo). “La sociedad libre”, afirma Benegas Lynch (h), “hace que aumenten las oportunidades pero no que se igualen. La redistribución de ingresos implica una mala asignación de factores productivos, lo cual conduce necesariamente a que las oportunidades disminuyan”. Por su parte, Mises manifiesta que “En verdad, sólo hay una solución: el estado, el gobierno, las leyes, en modo alguno deben involucrarse en la educación. Los fondos públicos no deben ser utilizados para tales propósitos. La educación de la juventud debe estar totalmente en manos de los padres y de asociaciones y de instituciones privadas” (The Free and Prosperous Commonwealth, Princeton, 1962).

Benegas Lynch (h) aplica el mismo razonamiento cuando trata a continuación el problema de la salud. Escribe: “En nombre de la “justicia social” se le descuenta coactivamente el fruto del trabajo a la gente más necesitada para asignar esos recursos en “obras sociales” o de “seguridad social” que no son consecuencia de la elección del candidato y donde se reciben “servicios” de muy mala calidad. La socialización de la medicina presta atención “gratis” en estructuras hospitalarias cuyos costos por día y por cama son siempre superiores a la generalidad de las prestaciones de mejor calidad ofrecidas por sanatorios privados (…) Cuando alguien dice que debemos atender la salud de tales o cuales personas parecería que se recurre al plural para diluir responsabilidades. Quienes consideran que se debe atender a tales o cuales personas deben proceder en consecuencia. “Put your Money where your mouth” es un proverbio que encierra una gran verdad y pone a prueba los verdaderos sentimientos de quienes se declaran a favor de la ayuda a otros. Si quien se manifiesta preocupado no cuenta con los recursos suficientes para atender las metas que se propone, puede constituir una fundación y hacer el “fund raising” correspondiente. En verdad, esto es lo que sucede en la medida en que hay libertad”. No debería causar sorpresa alguna si Milei, en caso de asumir como presidente el año que viene, lo primero que haga sea privatizar los sistemas de educación y de salud.

Veamos ahora de qué manera Alberto Benegas Lynch (h) analiza el tema de la inflación. En el mercado los precios se encargan de transmitir información sobre las escaseces y urgencias relativas. Al igualar la oferta y la demanda, el precio limpia el mercado. Las modificaciones que experimentan los precios dentro del mercado son de carácter endógeno. Cambios en los gustos, modos e importaciones, por ejemplo, son reflejados por los precios. Sin embargo, cuando es la propia autoridad gubernamental la que toma la decisión de expandir, contraer o mantener la masa monetaria inalterada, se produce una modificación de los precios de carácter exógeno, ajena al mercado. Ahora los precios operan de acuerdo a lo decidido por la autoridad gubernamental. Cuando ello acontece los precios se alteran. “Los indicadores”, remarca el autor, “no reflejan las preferencias de la gente según sea la situación imperante sino que son el resultado de la política monetaria”.

La inflación no significa un aumento general de precios. Esta definición adolece, según el autor, de ciertos errores. Si el aumento fuera general, es decir, si aumentaran en la misma proporción bienes, servicios y salarios, la inflación no causaría problema alguno. El problema inflacionario surge cuando se produce “una distorsión en los precios relativos”, cuando el aumento de los salarios es inferior al aumento de los bienes y servicios. También hay que destacar lo siguiente. Que aumenten los precios no significa que hay inflación. La alteración de los precios es una consecuencia ocasionada por la inflación. La inflación es una expansión monetaria provocada por fenómenos exógenos-emisión monetaria a cargo del Banco Central-provocando una alteración de los precios relativos. Al alterarse los precios relativos se produce un derroche de los siempre escasos recursos que terminan afectando los ingresos y salarios en términos reales. En definitiva, “la inflación y la deflación conducen a la pobreza debido al consumo de capital que estas políticas engendran (…) Por ende, si se quiere eliminar las políticas inflacionarias debe abolirse la banca central y el curso forzoso. A partir de ese momento la gente queda libre para decidir qué activos utilizará como medio de intercambio de acuerdo a lo que estime le merece confianza y le resulte conveniente para sus transacciones”. Ahora se entiende por qué Milei está obsesionado con el Banco Central.

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