Por Hernán Andrés Kruse.-

“Ser liberal es (…) primero, estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo”. Esta frase describe a la perfección la esencia del liberalismo. Pone en evidencia que se trata fundamentalmente de una filosofía de vida que se apoya en la disposición del ser humano a entenderse con quien está situado, ideológicamente, en la otra vereda. Esa frase fue pronunciada por uno de los más preclaros exponentes de la tradición liberal española, Gregorio Marañón, médico internista, científico, historiador, político y escritor.

El presidente de la nación, lamentablemente, se encuentra en las antípodas del ilustre galeno. Las palabras “tolerancia” y “respeto” no existen en su diccionario. La intemperancia de Milei quedó nuevamente de manifiesto en los últimos días cuando decidió protagonizar con Cristina Kirchner un durísimo cruce público. El viernes 6 la ex presidenta publicó una extensa carta en la que acusó a Milei de “exlibertario” y de ser el responsable de la tragedia social y la crisis de deuda que está azotando al pueblo. La respuesta del presidente no se hizo esperar. Su primera respuesta fue a través de X: “Yo sé que vos de economía no entendés mucho, demostrado por el hecho de que te rodeaste de analfabetos numéricos que destruyeron el país con su chamanismo económico”. “Si querés aprender un poco prende la tele hoy a las 19 hs. que voy a estar dándote una clase particular ad-honorem”.

Milei hacía alusión a su participación en el cierre de la cuadragésima quinta Convención del IAEF celebrada en la ciudad de Mendoza. Delante del establishment empresarial del país, Milei expresó lo siguiente: “Cris, anotá que te paso otra lección. Tasa de interés negativa. Es como el helado. Ustedes tienen un helado, conforme va pasando el tiempo, vale menos. Esa es una tasa de interés negativa. No le puede decir el precio del dinero, señora. Porque la tasa de interés existe independientemente de que exista el dinero”. “Cassius Clay llamaba a los fotógrafos y les decía que se preparan porque venía el knock out. Tomen la foto porque se viene otro knock out para la señora Cristina Fernández de Kirchner”. “Anote, señora, la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario generado por un exceso de oferta de dinero”. “Señora, es una burrada decir que el tipo de cambio es el que determina el resto de los precios” (Fuente: Infobae, 6/9/024). ¿Qué tienen que ver estas expresiones con la característica medular del liberalismo inmortalizada por don Gregorio? Nada. Absolutamente nada.

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Gregorio Marañón y Bertrán de Lis y Antonio López Vega titulado “El último Marañón” (Fundación Ortega-Marañón). Se trata de un magnífico análisis de lo que significó para España la figura de don Gregorio, un emblema del liberalismo como filosofía de vida. Mientras me enfrascaba en su lectura no pude dejar de comparar al ilustre médico internista con Javier Milei. Confieso que se me escaparon varios lagrimones.

“La mayor aportación política de Marañón fue sin duda haber levantado la bandera del liberalismo, de la libertad, en una época en que pocos o ninguno podían hacerlo”. MIGUEL ARTOLA

“Gregorio Marañón entendió el liberalismo como algo más allá de lo estrictamente ideológico, como una pauta de conducta. Imbuido de un profundo humanismo, para él ser liberal constituía algo consustancial a la persona. En este sentido, escribió en “Españoles fuera de España” (1947) que el “sueño de la libertad (…) es imprescindible para el bienestar de los reinos; porque está unido al instinto de vivir. Se ama la libertad como se ama y necesita el aire, el pan y el amor”. En el prólogo a sus “Ensayos liberales” (1947) afirmó: “se es liberal como se es limpio, como, por instinto, nos resistimos a mentir”. Entonces explicó que el liberalismo implicaba, “primero, estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo; y segundo, no admitir jamás que el fin justifica los medios, sino que, por el contrario, son los medios los que justifican el fin”.

Es de destacar la publicación, en plena dictadura, de ambos libros, y lo significativo de sus títulos. En efecto, Marañón, que había regresado del exilio a finales de 1942, iba a representar hasta su muerte la tradición liberal española, en coherencia con lo que había sido su trayectoria anterior. Marañón ya se había opuesto a la dictadura de Primo de Rivera, siendo encarcelado, multado y cesado en su puesto de director del Hospital del Rey. Jugó un papel importante en la llegada de la Segunda República: con Ortega y Pérez de Ayala encabezó la Agrupación al Servicio de la República, y fue diputado en las Constituyentes. Luego, renunció a los más altos nombramientos que se le propusieron, desde la presidencia de la propia República a la formación de un gobierno, para dedicarse a su vocación clínica investigadora y docente.

En los meses anteriores a julio de 1936, al advertir el extraordinario ascenso de la violencia social, Marañón realizó constantes llamamientos a la responsabilidad, la comprensión, el respeto de la normalidad democrática y la concordia civil, creyendo con optimismo que la conflictividad política y social eran consecuencia pasajera de la “juventud” de la República, y que la reconducción de la situación permitiría continuar desarrollando el proyecto reformista que, junto a muchos otros políticos e intelectuales, había impulsado ilusionadamente cinco años atrás. Tres días después del asesinato del líder de la oposición, el 16 de julio de 1936, Marañón escribía a Marcelino Domingo, Ministro de Instrucción Pública: “(…) el vil, el infame asesinato de Calvo Sotelo por los guardias de la República, a los que todavía no se ha condenado, por los que el Gobierno da la sensación de una lenidad increíble, nos sonroja y nos indigna a los que luchamos contra la Monarquía (…), España está avergonzada e indignada, como no lo ha estado jamás (…). Esto no puede ser. Todos los que estuvimos frente a aquello (la Dictadura de Primo de Rivera), tenemos que estar frente a lo de hoy (…). No se alegue ningún otro ejemplo. A Castillo le han matado, cobardemente, unos señoritos armados (…), a Calvo le han asesinado en nombre de la autoridad, que sigue ahí, sin un acto de condenación, haciendo creer a toda España que es cómplice de lo ocurrido (…). No somos los enemigos del Régimen, sino los que luchamos por traerlo; ni los fascistas, sino los liberales de siempre y por eso hablamos así ahora”.

Cuando el 18 de julio de 1936 se produjo la sublevación militar, Marañón, que se encontraba en Portugal visitando a una enferma, regresó apresuradamente a Madrid para apoyar a la República y le escribió de nuevo a Marcelino Domingo: “ahora sólo es tiempo de decir viva la República y España” (las cartas citadas en todo este artículo son propiedad de Gregorio Marañón y Bertrán de Lis y se conserva una copia de las mismas en el Archivo de la Fundación Gregorio Marañón). Pocos días después, el 30 de julio, junto a otros intelectuales como Ortega y Gasset, Antonio Machado, Teófilo Hernando, Pittaluga, Juan Ramón Jiménez, Ramón Pérez de Ayala y Ramón Menéndez Pidal, fue obligado entre fusiles a firmar el manifiesto de adhesión a la causa republicana redactado por la Alianza de Intelectuales Antifascistas-formada el 19 de julio por José Bergamín, Rafael Alberti, María Zambrano, Arturo Serrano Plaja, Luis Cernuda y otros-, en un episodio bien conocido (ABC, 31 de julio de 1936).

Con tal motivo, envió una tercera carta a Marcelino Domingo en la que puso de manifiesto la gravedad de la situación y la verdadera dimensión del conflicto: “no firmamos los llamados intelectuales con gran satisfacción interior “el documento”. Porque la adhesión a la República y a su Gobierno era excusable por sabida, sobre todo por quienes nos la pedían, gente de aluvión, de última hora, en buena parte. Quizá, conveniente en estos momentos. Pero, sobre todo, lo que hubiéramos querido decir, lo que debiéramos haber dicho era sólo esto: ¡Paz! La paz podría salir de nosotros, los que estamos al margen de la lucha política; y de los que, como Vd., aunque político militante, es y será, sobre todo, hombre de pensamiento y de responsabilidad más honda que la meramente actual que dan los partidos. ¿Le parece a Vd. que podríamos hacer algo? Me aterra el aspecto de pugna crónica que empieza a tomar el combate. (…) Me avergüenza estar como espectador en esta lucha que desangra a nuestro pueblo. Porque en el otro lado, hay pueblo también”.

Los acontecimientos revolucionarios vividos en Madrid en los meses de agosto y septiembre, los asesinatos, entre otros muchos, del político republicano Melquíades Álvarez, de Manuel Rico Avello –que había sido secretario de la Agrupación al Servicio de la República– o de Fernando Primo de Rivera –colaborador suyo en el Instituto de Patología Médica–, y los de algunas personas cercanas a las que había aconsejado que permanecieran en Madrid por creer que la República garantizaría el orden público, le horrorizaron. Junto a ello, su propio paso por las checas, las alusiones que se hicieron a su persona en el diario largocaballerista Claridad, donde, como contó más tarde a Natalio Rivas –en carta de 3 de enero de 1937–, se publicó un suelto que decía «”si queréis saber algo sobre Gregorio Marañón consultad las listas fascistas”, y las amenazas de muerte que recibió, le fueron distanciando del régimen republicano. A mediados de diciembre de 1936, Marañón partió hacia París en compañía de Ramón Menéndez Pidal, con sus familias. Como muchos de aquellos intelectuales liberales de antes de la guerra, Marañón se percató del peligro que llamaron de bolchevización o sovietización del gobierno de Madrid, pero minimizó comparativamente el peligro fascista durante la guerra, del que se derivaría una larga dictadura militar que duraría casi cuatro décadas.

El ilustre republicano Fernando Valera, que fue el último presidente del gobierno español de la República en el exilio, describió así este trance de Marañón: “Durante los meses que coincidimos en París, en los primeros tiempos de la ocupación alemana, ambos desterrados, yo además perseguido, pude comprobar su alto sentido humano y liberal. Él no había hecho la guerra con los republicanos; no se solidarizaba con sus heroísmos ni con sus crueldades, pero sí con sus desventuras, y siempre hizo cuanto estuvo a su alcance para remediarlas”.

Por su talante personal, Marañón ha sido integrado en la conocida como tercera España, entendida ésta por aquella que se sintió divorciada del giro que tomaron los acontecimientos en el verano de 1936. Así se convirtió ya desde entonces en puente entre las dos orillas proclamando, desde los meses finales de la Guerra Civil y hasta el final de sus días, la necesidad de la reconciliación nacional para la construcción de la futura España. En el otoño de 1942, Marañón decidió volver a España. Entonces todavía no se había producido el giro que supuso para la II Guerra Mundial la batalla de Stalingrado, y, a los ojos de entonces, la alternativa no era la España franquista o la Europa aliada, sino la Europa fascista o el exilio en América. En esa tesitura, Marañón, que vivía en el París ocupado por los nazis desde junio de 1940, optó por permanecer cerca de su familia y regresó del exilio. Su vuelta no fue sencilla. Un tribunal militar tuvo embargado su cigarral toledano hasta 1947 para que respondiese de sus responsabilidades políticas. La depuración impulsada por la Dictadura tampoco le permitió reiniciar su labor académica hasta ese curso de 1946-1947. Y, sobre todo, tuvo que asumir las inevitables renuncias y claudicaciones que para un liberal comportaba vivir entonces en España.

El mismo Fernando Valera nos dio el siguiente testimonio de aquel trance: “Reintegrado a España, se reincorporó a la vida social, universitaria y académica; pero se mantuvo discretamente al margen del régimen, aprovechando los resquicios de libertad que a él le toleraban en razón de su renombre internacional, para proclamar sus ideas liberales, protestar de persecuciones arbitrarias y trabajar por la reconciliación y concordia de los españoles. Y nunca negó a los exiliados, ni individual ni colectivamente, la amistad y el respeto”.

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