Por Luis Orea Campos.-

Desde un principio en estas mismas páginas dijimos que Alberto Fernández no daba la talla para vestirse con el traje de presidente porque su perfil era más de secretario que de funcionario que debe tomar decisiones complejas como las que demanda el cargo al que, por esas cosas del destino ingrato que tiene la Argentina, fue a parar Fernández sin las condiciones necesarias para ejercerlo.

Dijimos en estas columnas en abril de 2020 en pleno estado de fascinación social por SuperAlberto: “Es que Alberto Fernández no es el hombre para esta emergencia mundial, no es el líder que ordena, es el funcionario subordinado que cumple con singular eficacia las órdenes que dan sus superiores. En su gen político no está el don de mando y de organización”

Obviamente una pléyade de periodistas -que no leen el Informador– esperanzados en recuperar las pautas perdidas durante el gobierno de Macri, al que chucearon sin piedad y sin pausa desde las pantallas y las letras de molde al mismo tiempo cacareaban al unísono sus loas al maniquí que algún astuto asesor de la actual vicepresidente le recomendó entronizar para embaucar a un electorado ansioso de ser embaucado.

Por lo tanto todas las paparruchadas, furcios y pasos en falso dados por Fernández no sorprendieron a nadie con dos dedos de frente salvo a la franja del electorado que compró el verso de su moderación y su capacidad de controlar las furiosas pulsiones emocionales de su hada madrina contra una justicia molesta que pretende atentar contra su aura de impunidad construida trabajosamente a lo largo de varios años de ejercicio de la función pública, años que dicho sea de paso le permitieron acumular una fortuna cuyo monto posiblemente nunca se sepa ni siquiera por aproximación y absolutamente imposible de justificar con sus sueldos.

Pero lo que sí resulta sorprendente es la profundidad y amplitud de la extraordinaria habilidad del Alberto para cometer los papelones y las ridiculeces mas increíbles y arrastrar por el mundo la imagen de una Argentina gobernada por un humorista trasnochado sin ninguna otra necesidad que demostrar una envergadura de estadista de la que a ojos vista carece totalmente.

Comparar sus desubicadas alocuciones y gestos con las de verdaderos estadistas del vecindario como Sanguinetti o Cardoso resulta en verdad un ejercicio de sadomasoquismo de alto voltaje que nos impulsa a enterrarnos varios metros debajo de un manto de vergüenza ajena que sin embargo no alcanza para generar la condigna reacción social que le exija que se baje cuanto antes de un sitial que nunca debió haber ocupado.

No caben en estas líneas críticas a la desastrosa conducción de la economía ni a la ridícula pelea tipo Pimpinela con la que se entretienen los medios masivos y las plumas estrella día tras día dejando de lado que estamos siendo gobernados por un sujeto irresponsable, pusilánime y grotesco, todo lo contrario de lo que este país necesita como gobernante para afrontar las consecuencias que se vienen a caballo de los vientos de la recesión mundial en ciernes, la invasión rusa a Ucrania y otras nimiedades por el estilo que no parecen horadar la impermeable capa de necedad que rodea al presidente y su séquito de vividores más preocupados en escudriñar lo que va a decir Cristina que en diseñar un plan de salida de la brutal crisis que se avecina.

La alteración social es de tal magnitud que el periodismo nacional está desorientado y perdiendo el tiempo en auscultar el humor de una persona que padece una disociación mental aguda -para decirlo suavemente- y seguir puntillosamente sus trapisondas diarias. O bien se entretiene con la riñas por las marquesinas de los aspirantes a hacerse cargo en 2023 del presente griego que les va a dejar Alberto Fernández.

Pero a las cuestiones de fondo y a la responsabilidad social que le compete en este descalabro a un electorado comprador de los cachivaches que vendieron avezados ilusionistas mediáticos y políticos como si fueran la panacea para la larga decadencia argentina le dedican de vez en cuando alguna que otra parrafada. Y entre las cuestiones de fondo está el asunto de que estamos gobernados por un sujeto carente de idoneidad para la función que ejerce que no es como dicen mentiroso, ni charlatán ni desubicado, simplemente es la viva encarnación de ese refrán popular que dice que el que nace para pito nunca llega a corneta.

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