Por Hernán Andrés Kruse.-

El 11 de mayo el ministro de Trabajo, Jorge Triaca, expuso en un plenario de las comisiones de Presupuesto y Legislación del Trabajo de la Cámara de Diputados, que debatió el proyecto de ley de emergencia ocupacional. El momento de mayor tensión se vivió cuando el diputado del FPV Marcos Cleri, al hacer uso de la palabra, cuestionó al padre del ministro, el fallecido dirigente sindical Jorge Alberto Triaca, a quien acusó de haber contribuido con el desmantelamiento del Estado durante la época de Carlos Menem. El ministro Triaca también hizo uso de la palabra y entre sollozos expresó que su padre había sufrido cárcel a raíz del golpe de 1976 y que su domicilio había sufrido varios atentados. Muchos cuestionaron al diputado Cleri por haber maltratado al funcionario y por haber criticado a alguien que ya no puede defenderse. Lo cierto es que el legislador trajo a la memoria la trayectoria de un conocido dirigente gremial que fue un emblema del sindicalismo peronista ortodoxo.

Jorge Alberto Triaca nació en Buenos Aires el 30 de mayo de 1931. Muy joven se enroló en el vandorismo, el sindicalismo que respondía al otrora todopoderoso secretario general de la CGT, Augusto Timoteo Vandor. Este dirigente sindical metalúrgico adquirió notoriedad durante la década del sesenta, particularmente durante la ajetreada presidencia de don Arturo Illia (1963-1966), donde se dedicó con especial ahínco en desestabilizar al gobierno radical. También se hizo famoso por proclamar la necesidad de un peronismo sin Perón. En 1969 un grupo armado lo ultimó a balazos. A raíz de este trágico suceso el joven Triaca se vinculó con otro emblema del sindicalismo peronista ortodoxo, José Ignacio Rucci. A diferencia del “lobo” Vandor, “el petiso” era ultraverticalista y odiaba todo lo que oliera a “zurdaje”. Se hizo famoso por el paraguas que utilizó para proteger a Perón de la lluvia el día de su regreso momentáneo al país y por la polémica que mantuvo con otro dirigente sindical ubicado ideológicamente en las antípodas, Agustín Tosco. Rucci tuvo el mismo destino que Vandor. El 23 de septiembre de 1973 un comando montonero lo asesinó a mansalva. De manera pues que Triaca tuvo como ejemplos del sindicalismo a dos dirigentes de la derecha peronista, muy polémicos y que no se caracterizaron precisamente por su apego a las reglas de la democracia. Su relación con “el petiso” le permitió viajar varias veces a España donde logró entrevistarse en Puerta de Hierro con Perón. Miembro de la Comisión de Normalización del Movimiento Nacional Justicialista, tuvo una gran gravitación en el mundo gremial durante la tercera presidencia de Perón y la presidencia de “Isabel”. Fue un duro crítico de las medidas económicas tomadas en 1975 por el ministro de economía Celestino Rodrigo y enfrentó a José López Rega. Sufrió la cárcel a raíz del golpe de Estado cívico-militar que derrocó a “Isabel” y durante 1976 “compartió” celda con Antonio Cafiero, Carlos Menem y varios ministros de la presidente depuesta. Una vez en libertad fue delegado en numerosas oportunidades ante la Organización Internacional del Trabajo y durante un tiempo apoyó lo que se dio en denominar “la lucha contra la subversión”.

Al final del régimen militar, Triaca fue elegido Secretario General del sindicato de trabajadores plásticos. En 1982 enfrentó al grupo sindical que, liderado por Saúl Ubaldini, confrontaba con los militares. Para ello contó con el apoyo logístico de sindicalistas de la “talla” de Armando Cavalieri, Oscar Lezcano, Luis Barrionuevo y Juan José Zanola. Ese año formó la denominada “CGT Azopardo”. Luego de la derrota en Malvinas y ante la inevitabilidad del retorno a la democracia apoyó la candidatura presidencial de Ángel Federico Robledo, un histórico dirigente justicialista. Evaporada la candidatura de Robledo apoyó sin hesitar a Ítalo Argentino Luder en 1983. Ese año sufrió dos atentados contra su vida (su domicilio recibió varios impactos de bala). Una vez en democracia, la Ley Mucci del presidente Alfonsín logró lo imposible: la unificación del sindicalismo peronista. Luego de arduas negociaciones Triaca logró unificar a la CGT Brasil de Ubaldini con la CGT Azopardo que dirigía. Durante el alfonsinismo apoyó la embestida del cervecero contra la política económica del gobierno mientras se incorporaba al Jockey Club.

Triaca también tuvo una larga carrera política. En 1985 fue elegido diputado nacional en la lista del Frente Justicialista de Liberación que conducía el impresentable de Herminio Iglesias. Apoyó la precandidatura presidencial de Antonio Cafiero y la de José María Vernet para la vicepresidencia, pero don Antonio la desechó. Finalmente apoyó la candidatura de Carlos Menem, quien luego se alzaría con la presidencia. Una vez en la Casa Rosada, Menem lo nombró ministro de Trabajo. Nada hizo por defender los derechos de los trabajadores, principales víctimas de “la economía popular de mercado”. Sin embargo, durante su etapa como ministro la desocupación total disminuyó levemente. Respecto al sindicalismo fue funcional a la estrategia de Menem apoyada en el histórico “dividir para reinar”. Triaca apoyó a los dirigentes de los gremios con mayor cantidad de afiliados que decidieron estar al lado de Menem y se opuso a la CGT de Ubaldini, uno de los pocos líderes sindicales que en aquel entonces denunciaba los estragos que causaba a los trabajadores la política del ajuste perpetuo. A nivel internacional, Triaca fue el primer sindicalista en presidir la asamblea anual de la OIT en 1990, año en que se hicieron presentes en la entidad figuras de la talla de Nelson Mandela y Lech Walesa. Al año siguiente, siendo ministro de Trabajo, asumió como interventor de Somisa, la empresa estatal que estaba en pleno proceso de privatización. Su función consistió en ofrecer retiros voluntarios a los trabajadores. En 1992, luego de fracasar su proyecto de Ley de Empleo, renunció al ministerio. Cuatro años más tarde fue designado coordinador del Grupo de Acción Política que dependía del ministerio del Interior. Afectado por una dolencia cardíaca se retiró de la actividad política falleciendo el 22 de octubre de 2008 a los 77 años (fuente: Google).

Como bien señaló Marcos Cleri en Diputados, Jorge Alberto Triaca fue ministro de Trabajo durante los primeros cuatro años de Carlos Menem en el poder y, al mismo tiempo, interventor en Somisa. Paradojas de la vida, un importante sindicalista, que supuestamente representaba los intereses de los trabajadores, apenas se calzó el traje de ministro pasó a representar los intereses del poder económico concentrado. Perrito faldero de Carlos Menem, dio el okey a una política económica que, bendecida por el Consenso de Washington, condenó a millones de trabajadores a una infame e injusta muerte civil. Porque durante esa primera etapa del menemismo lo que hubo fue un genocidio encubierto, un plan sistemático tendiente a eliminar del mercado laboral a la mayor cantidad posible de trabajadores. Lo que se propuso el menemismo, avalado por Triaca, fue hacer un país para pocos, condenando al resto de los argentinos a la pobreza e indigencia. Triaca convalidó este genocidio desde el ministerio de Trabajo y desde la intervención a Somisa. Lo hizo sin sonrojarse, desvergonzadamente. No titubeó un instante en traicionar a los trabajadores y en decir amén a los dueños de la Argentina. Estuvo de acuerdo con las leyes de reforma del Estado y de emergencia económica que le dieron encuadre jurídico al mayor saqueo de la historia. Porque el menemismo fue eso: un gigantesco saqueo de las arcas públicas que transformó en multimillonarios a quienes estuvieron cerca de Carlos Menem. Algún día se sabrá a cuánto ascendió el premio que recibió Triaca por su aporte a la causa del ajuste.

La figura de Jorge Alberto Triaca pone en evidencia la decadencia que aqueja a la dirigencia del movimiento obrero desde hace décadas. Porque Triaca no es el único. Hagamos memoria: Vandor, Rucci, Casildo Herreras, Lorenzo Miguel, Herminio Iglesias, Armando Cavalieri, Luis Barrionuevo, Oscar Lezcano, Gerardo Martínez, Hugo Moyano, Antonio Caló, entre tantos otros. Estos sindicalistas tienen en común el haber denigrado la figura del verdadero dirigente sindical, del genuino representante y defensor de los trabajadores. Porque en la áspera disputa entre el capital y el trabajo, la figura del dirigente sindical adquiere una especial relevancia. Sin un líder que los defienda, los trabajadores quedan a merced de las garras de los empresarios, quienes siempre han sentido escozor por las conquistas de los trabajadores. Si fuera por los dueños del capital los obreros tendrían que trabajar gratis. Como ello resulta imposible hacen todo lo que está a su alcance para pagarles los más bajos salarios posibles. Durante el menemismo los empresarios encontraron en Triaca a un aliado, a un sindicalista devenido en empresario. Traicionando vilmente al trabajo, Triaca se puso a disposición del capital, como lo hizo Menem. El menemismo, conviene siempre tenerlo presente, fue la traición más impresionante cometida desde el poder contra la clase trabajadora. Triaca fue uno de sus símbolos.

Menem puso a Triaca en Trabajo para hacer el trabajo sucio, para enervar desde la cima del poder los reclamos de los trabajadores. Con el apoyo de Menem y la complicidad del círculo rojo, hizo socios del poder a algunos de los más relevantes popes sindicales de la época. Un cuarto de siglo más tarde la historia se repite. Ahora el presidente es Mauricio Macri que, siguiendo el ejemplo del riojano, aplica cirugía sin anestesia con el apoyo del poder mediático, del poder empresarial y del poder sindical. Casualidad o no, puso en Trabajo al hijo de Triaca, un joven economista que al hablar se parece mucho más a un empresario que a un dirigente sindical. En Diputados dijo que Macri no tuvo más remedio que sincerar la economía y confesó que el gobierno tomó drásticas decisiones para devolverle al pueblo la esperanza. Negó la emergencia laboral y aseguró que las medidas que está tomando el gobierno son para cuidar el empleo y generar nuevas condiciones laborales. El cinismo de este funcionario sólo es superado por el del presidente de la nación. ¡Cómo puede decir que el objetivo del gobierno es crear empleo cuando lo que está haciendo desde que asumió el 10 de diciembre es pulverizar empleo! ¿Qué son los miles y miles de despidos que se vienen produciendo desde hace cinco meses, una sensación de desempleo? Pero la angustia del desempleo parece importarle poco al ministro, así como sucedió con su padre hace veinticinco años cuando ni se mosqueó frente a la pérdida de los puestos de trabajo en Somisa. Como dice el refrán, “de tal palo tal astilla”.

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