Por José Luis Milia.-

Se ha meneado mucho el asunto del Cristo Crucificado en una hoz y un martillo que un cacique del altiplano le regaló al Papa. En sí, es una imagen que de inmediato, duele; viéndola pasan por la cabeza ciento de imágenes: el holodomor en Ucrania, las tumbas de Paracuellos de Jarama, las fosas de Katyn, la dolorosa pasión del Cardenal Midsenty, los mártires de China, los campos de la muerte de Pol Pot y siguiendo la cuenta, esta sería infinita… pero, sabiendo lo taimado que es este sujeto no dudo que su presente escondía una zancadilla al Santo Padre habida cuenta que era una réplica de un crucifijo que usaba uno de esos pobres seres que creen que con los Evangelios se puede hacer cualquier boñiga, incluso mezclarlos con panfletos falaces. Hablamos de un símbolo de “adoración” de un cura tercermundista muerto violentamente, cura que, como la mayoría de ellos, se quedaron sin brújula, se inventaron un Jesús diferente y equivocaron para siempre el camino.

Equivocadamente, salieron algunos a defender al papa del sarcasmo infligido, diciendo que dijo “esto no está bien”, como si fuera necesario hacerle decir algo que si lo pensó nunca lo dijo. La verdad es que por lo que hoy sabemos el Papa marchó a Roma llevando con él, el regalo.

Como el Santo Padre no se expresó al respecto, día a día se irá multiplicando en el imaginario de los fieles y no tan fieles lo que dijo o no dijo del regalo, olvidando que como Jefe de Estado tampoco podía cortarle, al caciquejo andino, la satisfacción de abrumar al Jefe de aquella institución milenaria que él odia como nadie, la Iglesia Católica.

Muchos se han preguntado -también erróneamente- que hubiera hecho el Papa si en lugar de una hoz y un martillo el crucifijo hubiera estado engastado en una cruz esvástica. Bien, yo creo que lo hubiera llevado también con él, porque cabe una pregunta: ¿alguien, sea Papa u hombre del montón, puede discernir objetivamente cual de los dos regímenes fue más atroz?

Este y no otro era el objetivo del regalo de Evo. Sembrar la duda entre la grey católica, poner en entredicho al Papa y con él todo lo que él representa. Los mismos que sin vergüenza alguna adhieren o son condescendientes con los crímenes del comunismo han logrado esto, como antes habían logrado que nadie se sienta afrentado frente a una hoz y un martillo pero si ante una cruz gamada, porque para mucha gente que se autodenomina bien pensante, este emblema es menos ríspido que la cruz gamada nazi, pero comparando ambos regímenes es como si alguien- al decidir que uno de ellos era mejor que el otro- me dijera que Henri Désiré Landrú era mejor que Jack el destripador porque este último mataba prostitutas y Landrú, viudas de buen pasar. En verdad, más allá de sus ideas políticas -hayan empezado éstas su carrera en 1918 o en 1933- de lo que estamos hablando es de pandillas de criminales.

Yo prefiero creer, aún, que el Santo Padre inspirado por el Espíritu Santo, decidió quedarse con el ícono blasfemo -luego de expurgarlo de toda maldad- como recordatorio de aquellos millones de hombres y mujeres que, por fidelidad al Nazareno, fueron asesinados bajo la hoz y el martillo.

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