Por Luis Tonelli.-

“Mauricio Macri tiene una oportunidad de terminar con el eterno (y trágico) retorno argentino, ése que ha basculado entre el populismo de las commodities y el populismo de la deuda”.

Hace unos años, creo que en el 2006, publiqué en un libro un artículo que se llamaba algo así como “El regreso del conflicto a América del Sur”. Mi artículo no recibió hasta el momento ningún comentario negativo (en realidad, no recibió ningún comentario). Sin embargo, casi más por pereza que por tozudez, suscribo hoy lo que allí decía: que la ubicua utilización del conflicto como herramienta de política exterior (e interior) en América del Sur en esos años no era producto ideológico o de estilo personal, sino que se enmarcaba en la bonanza producida por el ingreso de dólares gracias al boom de las commodities.

En síntesis, desde 2003 los estadounidenses habían comenzado a consumir como locos productos chinos. Los chinos habían desplazado ingentes masas de obreros desde el campo a las industrias de la ciudad. Al urbanizarse, los chinos cambiaban su dieta de proteínas vegetales por una rica en proteínas animales (bah, complementaban el arroz ahora con pollo). Y resulta que a los pollos chinos les encantaba nuestra soja.

Con economías devaluadas por la crisis del “neo liberalismo”, los superávits gemelos abundaban por doquier por estos trópicos lo que resultaba entonces en una autonomía de sus gobiernos de los centros financieros internacionales. Sobre esa autonomía se basó entonces el extendido “conflictivismo” que caracterizó la “década ganada” (ahora se está sabiendo por quienes). O sea, se confirmaba el dictum que escuche de chico por mi barrio de La Bernalesa: “con plata en el bolsillo, cualquiera es guapo”. Hugo Chávez sin el petróleo hubiera seguido siendo un militar flamboyanty no mucho más, y ni que hablar de los Correas, Morales (el boliviano, no el vernáculo), y demás exponentes del populismo sudamericano, incluyendo obviamente a Néstor y Cristina (expertos en K-chetazos).

Hago este recordatorio no para reclamar ningún reconocimiento (que de todas maneras no podrá soliviantar el abismal olvido al que estamos condenados) sino simplemente para partir de él para interpretar la visita de Barack Obama. No como un derivado ideológico dada la inveterada esencia neoliberal del Presidente Mauricio Macri, ni como el producto del marketing político desarrollado por Duran Barba y asociados.

Simplemente, resulta que la bonanza de las commodities ha terminado: cae el precio del petróleo, y la República Bolivariana de Venezuela ya empieza a no soportar más su bolivarianismo. Cae el precio de la soja y el populismo brasilero que había podido aprovechar raspando los buenos viejos tiempos entra en una crisis política de órdago (y hasta hace trabajar de nuevo a Lula en el Planalto con tal de que no caiga en cafúa). Por cierto, los brasileros y argentinos compartimos un republicanismo insobornable cuando comienza a faltar el dinero. Pero aquí, afortunadamente el recambio se dio digamos que cuando ya la malaria había debilitado suficientemente al populismo para impedir su re-elección (digo la de CFK) y darse justo el cambio sin crisis previa. Lo cual es una gran cosa.

De allí que la visita de Obama es un hito simbólico que señala el comienzo de una nueva era. No necesariamente la de nuevas relaciones carnales con el gigante del norte. No necesariamente la de un renovado Washington Consensus. Si la de la necesidad herética de conseguir dólares cuando ya no vienen por la soja y cuando darle a la maquinita empasta la economía más que la dinamiza. No se puede ir a pedirle dinero a los prestamistas maltratándolos. Ni tampoco se pueden atraer inversiones, con promesas de escarmientos y conflictos transnacionales. Vuelve la concordía, los seminarios globales, Davos, y la integración al mundo.

Por supuesto, también vuelve la participación de nuestras fuerzas armadas en misiones de paz, la alineación con occidente en la lucha contra el terrorismo global, la cooperación en el combate al lavado de dinero, etc. etc. (cuestiones que apoyo fervientemente cuando son positivas para el bienestar de los que vivimos de lado de adentro de nuestras fronteras).

Nota bene: que el “regreso del consenso” se encuentre motivado “estructuralmente” no le quita méritos a quienes lo protagonizan y hasta se podría decir que más bien implica para ellos una enorme responsabilidad: estabilizarlo, consolidarlo, volverlo la manera política de procesar los inevitables y valiosos conflictos (como los consideró el Maquiavelo menos conocido de los Discursos sobre la primera década de Tito Livio).

Para ello los dólares que ingresen vía deuda deben ser reinvertidos para generar dólares y no para bancar consumo y felicidades esporádicas que son siempre el preludio para una crisis de proporciones (justo la que permite una devaluación salvaje y el abaratamiento de los precios internos, para que se pueda nuevamente volver a vivir de la soja y regrese el conflicto).

O sea, Mauricio Macri tiene una oportunidad de terminar con el eterno (y trágico) retorno argentino, ése que ha basculado entre el populismo de las commodities y el populismo de la deuda. (7 Miradas, editada por Luis Pico Estrada)

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