Por Jacinto Chiclana.-

Y finalmente, la luz se esparció sobre toda la tierra, despejando las penumbras, corriendo con su hálito de vida, la fétida mortandad de las tinieblas…

Y aquella persona de la que casi todo el mundo hablaba, poseedor de secretos de incalculable valor para desentrañar numerosos misterios insondables y saber todo sobre los trascendentes hechos que abundaran y reinaran en aquellos largos años de oscurantismo y falsedades, volvió…

Sí… él volvió…

Lo hizo de la mano de nuevas leyes de los hombres, que le permitían a él protegerse y a nosotros desentrañar la verdad… la verdad imprescindible para volver a creer… Esa verdad que nos permitiría encarar nuestro futuro sin irresueltas rémoras oprobiosas… con la esperanza inclaudicable de nunca más permitir que nos engañaran…

Y entonces… él habló…

Y entre muchas otras cosas que nos angustiaban, entre los muchos secretos que guardaba, nos reveló todo lo que sabía de aquel asesinato disfrazado de inexplicable suicidio…

Supimos entonces quiénes, cuándo y cómo, planearon y ejecutaron su muerte. No hizo falta que explicara el porqué. Ya todos lo sabíamos. Y sus palabras permitieron correr el velo negro y espeso que tapaba la luz del sol dador de vida…

Y nos dominó el asombro cuando pudimos conectar los hechos a la luz de la verdad, desenredando los nudos de esa madeja de mentiras.

Conocimos el porqué del ocaso de algunos y el ascenso imparable de otros.

Pudimos comprender las razones de las demoras, las vacilaciones, las ineficacias, la campaña de desprestigio de la víctima, las imprecisiones, la abulia de quienes tenían la obligación de perseguir la verdad, las conexiones con otros muertos y con cadáveres calcinados, las presencias inexplicables de oscuros personajes que no debieran haber estado en donde estaban, aquella fatídica noche en la que el asombro y la angustia nos sumían en la desazón y el miedo.

Un miedo parecido al que nos invadió cuando se acallaron los sonidos de la explosión que hizo temblar a la ciudad y nos dejó aquella angustia de saber que estábamos lejos de lo bueno del llamado primer mundo, aunque demasiado cerca de las calamidades que lo acucian.

Y cuando él habló, lo supimos casi todo, de aquellos sacerdotes y sacerdotisas de la oscuridad y la penumbra. Conocimos nuevas o corroboramos sospechadas pasiones execrables. Confirmamos sus motivaciones dominadas por la ambición.

Fue como si aquella luz cegadora barriera los miasmas olorosos de la podredumbre generalizada.

Fue una nueva y vivificante emancipación…!

En fin… no recuerdo si todo esto lo leí en alguna novela.

O quizá fuera en las tenues y transparentes hojas de algún libro religioso.

Por allí fue solo un sueño agradable y placentero.

Si se tratara de esto último, espero se cumpla el viejo axioma de Merlín: “los sueños son premonitorios… sirven para anunciarnos la inexorable llegada de las realidades… sólo se debe tener paciencia… y mucha fe…”

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