Por José M. García Rozado.-

La globalización no provocó el derrame prometido ni otros beneficios que esperaban las masas. Todo lo contrario: la concentración de la riqueza ha aumentado y el estancamiento de los sectores bajos y medios se consolidó. El enojo es visible, y es lo que el “Informe Calibar” explica que está sucediendo. Donald Trump es un emergente de ese nuevo enfoque. La historia de las elecciones 2016 es la de una derrota impresionante: pero no solo la de Hillary Clinton sino también la de los encuestadores, expertos, medios y periodistas que predijeron de manera apabullante su victoria. Pero al menos un académico, Allan J. Lichtman, vio venir las dos derrotas.

El martes 8/11 nos fuimos a dormir creyendo que ganaría Hillary y al despertar el miércoles 9, Trump era el presidente electo de los Estados Unidos. Todo al revés de lo que se decía. Las encuestas y los principales medios del mundo daban por ganadora a la candidata demócrata. ¿Acaso Wall Street no había festejado con anticipación esa predicción con importantes subas en los mercados de acciones? ¿Qué pasó? Este resultado puede ser interpretado como una revuelta del votante estadounidense contra el establishment. Hillary representaba como nadie al círculo rojo que fue derrotado en las urnas. Trump no sólo le ganó a la candidata demócrata, sino también a la burocracia del gobierno federal, a Hollywood, a los sindicatos, a los medios de prensa, a Wall Street, a los músicos, a las universidades, a las organizaciones del deporte profesional, a los centros de cultura y a los intelectuales; incluso le ganó a parte del partido republicano que nunca creyó en él y que votó en su contra. De esta manera, Hillary ganó donde se concentran estos grupos, en los estados de la costa oeste y en los de la costa noreste de los Estados Unidos. Por ejemplo, la candidata demócrata arrasó en Washington DC, y en los estados de Nueva York y California. Trump se impuso en casi todos los demás estados, incluso en varios que habían apoyado al demócrata Obama en las dos últimas elecciones presidenciales.

La segunda novedad del triunfo del candidato republicano es la derrota -por así decirlo- de la política y de los aparatos políticos. Trump condujo su campaña por fuera de la maquinaria partidaria y su discurso fue, sobre todo, muy crítico de la política y los políticos; le habló directamente al americano medio, incluso combatiendo a los medios de comunicación, intermediarios de su palabra con el votante. Más aún, su victoria contradice lo que creíamos acerca de qué demandan los votantes a sus líderes: “experiencia, sensibilidad, moderación, reflexión y conocimiento”. Pues bien, triunfó el candidato extravagante y sin experiencia de gobierno -nunca ocupo ningún cargo público- y proveniente del “afuera de la política”, con un discurso duro, poco elaborado, directo y polarizante, mientras que fue derrotada la candidata tecnócrata, preparada en exceso, con amplia trayectoria polifuncional, esposa de un ex presidente y conocedora del poder y los secretos de Washington. Tampoco fue suficiente su condición de mujer. Sin duda, la derrota principal fue de la prensa. Manifiestamente a favor de Hillary, los grandes medios de comunicación lograron instalar la sensación de que el villano sucumbiría ante el bien y la democracia, generando una creciente y amplia coalición social y sectorial de apoyo a la candidata demócrata. Las bruscas reacciones de Trump por este alineamiento masivo obtuvieron respuestas burlonas que aumentaron la imagen de un candidato herido y desesperado, a punto de ser derrotado, sin posibilidades.

Los resultados de estas elecciones son un ejemplo extraordinario de los límites de la información y de nuestra percepción. Informados por los grandes medios de prensa estadounidenses y por las encuestas, e influidos por principales formadores de opinión (comentaristas, organizaciones, actores, músicos y empresarios reconocidos), todos ellos pro-Hillary, se fue conformando una opinión mundial casi unánime que la candidata demócrata ganaría ampliamente. Esta impresión (traducida en opinión, y luego en certeza) resultó patente para los que siguieron la programación televisiva de la CNN durante la tarde y noche del martes 8: de cada cinco votantes entrevistados, cuatro manifestaban haber votado por Hillary; una mayoría clara, irreversible. Sólo el gesto serio y distante del siempre sonriente embajador americano en Argentina, Noah Mamet, retratado una y otra vez por la TV argentina mientras ofrecía una recepción en la víspera, podía generar alguna sospecha de que algo no andaba del todo bien.

Por lo que sabemos, uno de los principales medios gráficos argentinos tenía preparado para su publicación de la edición del 9 de noviembre varios artículos sobre el significado de la victoria de Hillary Clinton, y se encontró avanzada la noche con el problema e tener que sustituirlos. Días antes, esta impresión de que el “bien” se impondría sobre el “mal” sedujo también a nuestro gobierno, que no dudó en apoyar expresamente a la demócrata, y a rechazar al republicano. La otra fuente de información para el análisis, las encuestas, merece un capítulo. Solo dos de diecinueve grandes firmas de encuestas de opinión pública acertaron el resultado. No es la primera vez, ni tampoco será la última. Esta situación nos lleva a preguntarnos si el motivo de tan vergonzoso desenlace hay que buscarlo en el “voto vergonzante” de los electores entrevistados que prefirieron esconder su inclinación por el candidato republicano o, más bien, en la incapacidad de las empresas de relevamiento de identificar e interpretar correctamente los cambios demoscópicos profundos que se vienen produciendo en el pueblo norteamericano. Además, es posible que metodologías descriptivas hayan sido utilizadas para predecir comportamientos, con evidente fracaso.

EEUU es un país dividido en dos. El sistema electoral vigente en el país del norte es indirecto, es decir, los ciudadanos votan a electores que se identifican con los candidatos que, a su vez, serán los que elijan al presidente. El candidato que obtiene más votos en cada estado de la unión se queda con todos los electores que se eligen en los respectivos distritos (salvo en dos estados, que los distribuye proporcionalmente). De esta manera, es posible que el presidente electo, a pesar de haber obtenido la mayoría de los electores, haya sumado menos votos ciudadanos que el candidato perdedor. Este es el caso de la elección actual: la candidata perdedora Clinton superó por 200.000 votos al candidato ganador Trump, sumando respectivamente 47,6% y 47,5%. Aunque Trump pasara al frente por unos pocos votos -cosa que no sucedió-, lo cierto es que EE UU surge de esta elección “dividido en dos” partes iguales. El desafío del novel presidente es, sin duda, cerrar esa brecha, y recomponer las heridas que dejó la campaña más dura y polarizante de la historia americana moderna. No será una brecha fácil de cerrar. Los desencuentros son profundos y se basan en la abierta competencia entre dos paradigmas opuestos que, últimamente, han tenido transformaciones en su interior. Por ejemplo, Trump rompió con la tradición republicana a favor del libre comercio al proponer volver al proteccionismo. Esta capacidad del candidato republicano de leer y dar respuesta al creciente descontento social, le valió el apoyo de los votantes de las áreas golpeadas por la desindustrialización.

Por otra parte, Trump interpretó correctamente los efectos nocivos de la globalización, utilizando a su favor la percepción negativa que el multiculturalismo tiene en amplios sectores de la población. De esta manera, condujo una exitosa campaña electoral basada en mensajes nacionalistas con contenidos xenófobos. Por lo tanto, el choque de paradigmas del pasado 8 de noviembre no logró definir un resultado determinante; más bien mostró un empate. Es la combinación del sistema uninominal y mayoritario lo que permitió despejar dudas acerca del resultado y le confiere al ganador suficiente legitimidad y las mayorías necesarias para gobernar. En efecto, en este caso el candidato republicano tendrá mayorías propias en la Cámara de Representante y en el Senado. Como si esto no fuera suficiente, Trump deberá proponer un candidato para cubrir una vacante en la Suprema Corte de Justicia, decisión que seguramente buscará hacer prevalecer la visión conservadora en el máximo tribunal. ¡Trump, Brexit y Colombia: crisis de representación y de la democracia delegativa!

El resultado de las recientes elecciones presidenciales en los Estados Unidos no debería sorprendernos, por inesperado y, sobre todo, por ir en contra de la opinión ampliamente mayoritaria del establishment. No es una novedad. Antes, y en pocos meses, los votantes ingleses y colombianos echaban por tierra en sendos referéndum las “indestructibles” propuestas de los sectores dirigentes de ambos países, provocando Brexit y la defunción del acuerdo de paz entre el presidente Santos y las FARC. En los tres casos, hubo una combinación de tres factores que podrían explicar estos resultados ¿inesperados?: los límites que encuentra el “círculo rojo” de influir sobre la opinión pública, la creencia de que la decisión popular avalará las principales decisiones del establishment y, por último, la revuelta de los ciudadanos en contra de los sectores dirigentes. Son síntomas de una creciente crisis de representación, de transformación de los liderazgos, de debilitamiento de la política y, sobre todo, del fin de la democracia delegativa.

Mientras el nacionalismo ¿populista? (¡a que le llaman ahora populismo!) sigue avanzando en el mundo, el establishment político de las democracias liberales se empieza a sentir incómodo “La victoria hoy de Donald Trump puede hacernos entrar en un nuevo Ciclo geopolítico cuya peligrosa característica ideológica principal -que vemos surgir por todas partes y en particular en Francia con Marine Le Pen- es el “autoritarismo identitario”. Un mundo se derrumba pues, y da vértigo”, escribió Ignacio Ramonet, director del mensuario Le Monde Diplomatique (propiedad de Hugo Sigman, muy influyente en la Cámara Industrial de Laboratorios Farmacéuticos Argentinos), el día en que se conoció la victoria del republicano. Se entrevistó a 2 conocedores del tema que nos ayudaron a esclarecer el “fenómeno Trump”, quién es su votante, qué significa el triunfo para el resto del mundo y cómo nos afectará a nosotros. Los entrevistados son: Mariano Aguas, politólogo y analista internacional; y Dionisio Bosch, periodista especializado en finanzas y conocedor del fenómeno Trump (acerca del que escribió en enero de 2016, pronosticando los problemas de Hillary Clinton con el FBI y el ascenso irresistible de Trump). Pruebas al canto aquí. Además incluimos opiniones de otros analistas importantes. ¿Por qué ganó Donald Trump? Para Aguas, Trump es expresión de un fenómeno mundial de rechazo al “sistema político tradicional”, entre otros factores, y de que en el interior profundo de USA, hay muchos descontentos con ser gobernados por un hombre negro (y que no querían pasar a serlo por una mujer) “Me inclinaría por las teorías de base explicativa en la sociología política. Los cambios socio culturales han dejado huella, más un profundo rechazo al ‘sistema político tradicional’. Por otro lado debemos tener en cuenta que la economía cuando crece, concentra ese crecimiento en el 10% más rico de la población. Delicias de la globalización tal cual cómo se desarrolla.”

Por otro lado, según Aguas -en una opinión generalizada bastante sesgada-, “con Hillary la cosa no fue del todo bien como candidata… Los millennials apoyaban a (Bernie) Sanders, por ejemplo. Pareciera que no existe una fuerte transferencia de satisfacción con (Barack) Obama a una candidatura de Clinton. Y pensemos que en el profundo interior de EE.UU. hay muchos no contentos con que los gobierne un negro, y ahora una mujer… por duro que suene.” Sin embargo, Ryan Cooper, de la revista The Week, quien también señaló una reacción racista a un Presidente negro como un elemento fundamental en esta elección, aduce que no se trata sólo de eso, ya que Barack Obama había ganado en elecciones anteriores en los mismos estados que Trump. “El Presidente Obama es un hombre negro y ganó en Wisconsin, Ohio, Pensilvania y Michigan 2 veces, lo que no podría haber hecho sin un apoyo razonable de blancos de bajos y medios estratos”, explicó Cooper, que admite sin embargo que hubo un atractivo racista en el discurso xenófobo de Trump. “Muchos de sus seguidores son nacionalistas blancos o nazis consumados. Resulta ser que la política identitaria blanca más rancia funciona en este país”, escribió Cooper. Esto quedó más en evidencia que nunca antes, cuando el día después de las elecciones, fueron denunciadas a través de Twitter varias pintadas con mensajes racistas a través del país: esvásticas, leyendas supremacistas tales como “Haz a América blanca otra vez”, y demás. Sin embargo, retornando al argumento de Cooper: hay otra razón para el descontento de la gente: si se mira a los estados en que ganó Donald Trump, forman parte de lo que solía ser el centro industrial más grande del mundo, pero han sido muy afectados por la desindustrialización.

“Partidario del Brexit, Donald Trump ha desvelado que, una vez elegido presidente, tratará de sacar a EE.UU. del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA por sus siglas en inglés). También arremetió contra el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP por sus siglas en inglés), y aseguró que, de alcanzar la Presidencia, sacará al país del mismo: “El TPP sería un golpe mortal para la industria manufacturera de Estados Unidos. En regiones como el rust belt, el “cinturón del óxido” del noreste, donde las deslocalizaciones y el cierre de fábricas manufactureras dejaron altos niveles de desempleo y de pobreza, este mensaje de Trump está calando hondo”, explicó en la misma dirección Ramonet. ¡Una generación entera de clase media condenada a la pobreza! Explica Cooper, en The Week, que a Obama le había ido bien en esos estados -los que solían conformar el c entro industrial más grande del mundo y en los que ahora triunfó Trump-, porque se enfrentaba a un plutócrata de Wall Street. “Creo que gran parte de la razón por la que Clinton perdió estos estados es porque su agenda económica complicada y cautelosa y, aún más importante, su imagen política general como una política del status-quo que gana mucha plata de Wall Street, fueron ambas muy poco atractivas para los votantes blancos de medios y bajos estratos que tienen el balance del poder en estos estados” escribió Cooper. Dionisio Bosch comprende esta elección en el marco de un proceso de empobrecimiento de la clase media que se dio a partir de la represión de las tasas por parte de los Bancos Centrales a nivel global. Esto eliminó el ahorro como instrumento de “ascenso social” y condenó a una generación entera de la clase media a una jubilación en la pobreza.

Para Bosch, la cuestión que definió esta elección fue una “lucha de clases que dispararon los Bancos Centrales al reprimir las tasas (un fenómeno global). Con esto eliminaste al ahorro instrumento de ascenso social y condenaste a toda una generación de clase media a una jubilación de pobreza. La lucha es la misma entonces en Inglaterra, EE.UU., Italia (la secesión de la UE -diciembre- ahora parece imbatible) a como movilizador social. Es lucha de clases más que de ideas, pero no a la manera marxista tradicional, sino a la manera capitalista (si queres más parecido a lo que pregonaba Schumpeter).” Mariano Aguas coincide con el tema de la lucha de clases al estilo schumpeteriano en esta elección, una puja por la participación en el ingreso nacional: “Hay algo de eso, claro… ¿Se acuerdan del Tea Party? Lo podríamos llamar el efecto Homero… Por los Simpsons”, dijo Aguas. “El éxito de Donald Trump (tal como el “Brexit” en el Reino Unido, o la victoria del “no” en Colombia) significa primero una nueva estrepitosa derrota de los grandes medios dominantes y de los institutos de sondeo y de las encuestas de opinión. Pero significa también que toda la arquitectura mundial, establecida al final de la Segunda Guerra Mundial, se ve ahora trastocada y se derrumba. Los naipes de la geopolítica se van a barajar de nuevo. Otra partida empieza. Entramos en una era nueva cuyo rasgo determinante es lo ‘desconocido’. Ahora todo puede ocurrir”, escribió Ignacio Ramonet.

“Hay que entender que desde la crisis financiera de 2008 (de la que aún no hemos salido) ya nada es igual en ninguna parte. Los ciudadanos están profundamente desencantados. La propia democracia, como modelo, ha perdido credibilidad. Los sistemas políticos han sido sacudidos hasta las raíces. En Europa, por ejemplo, se han multiplicado los terremotos electorales (entre ellos el Brexit). Los grandes partidos tradicionales están en crisis. Y en todas partes percibimos subidas de formaciones de extrema derecha (en Francia, en Austria y en los países nórdicos) o de partidos antisistema y anticorrupción (España e Italia). El paisaje aparece radicalmente transformado”, advierte el director de la publicación del empresario Hugo Sigman. Ahora evaluemos -si podemos sinceramente- la identificación del votante con Trump. Según Aguas, la identificación del votante con Trump se dio desde lo más básico, sin filtro racional, y se debe tener en cuenta que durante la campaña, los dichos y hechos del candidato republicano fueron comunicadas por los medios en formato talk show, “dándole al ciudadano una herramienta de identificación pueril pero efectiva como espectador.” Que las encuestas no hayan podido detectar la magnitud del fenómeno, fue “probablemente debido al efecto vergüenza, eso es muy difícil de detectar. Sobre todo en un clima mediático tan movido a la corrección política”, explica Aguas.

Desde el diario The New York Times hasta el semanario The Atlantic, pasando por la revista Foreign Policy y hasta la científica Scientific American, prácticamente todos los medios importantes de Estados Unidos (también los de otros países como el semanario británico The Economist), habían brindado público apoyo a la candidata demócrata, Hillary Clinton. Además, al igual que la mayoría de las encuestas, también estos apostaban por un triunfo de Clinton. Se equivocaron todos. ¿Cómo puede ser? Aguas explica que los medios son expresión de la sociedad global, de la que el votante promedio de Donald Trump no se siente parte. “A veces tendemos a pensar que nosotros representamos a la media… Error”, dice Aguas. Para Ramonet, el estilo “directo, populachero” de Trump y “su mensaje maniqueo y reduccionista, apelando a los bajos instintos de ciertos sectores de la sociedad, muy distinto del tono habitual de los políticos estadounidenses, le ha conferido un carácter de autenticidad a ojos del sector más decepcionado del electorado de la derecha. Según muchos electores irritados por lo ‘políticamente correcto’, que creen que ya no se puede decir lo que se piensa so pena de ser acusado de racista, la ‘palabra libre’ de Trump sobre los latinos, los inmigrantes o los musulmanes es percibida como un auténtico desahogo. A ese respecto, el candidato republicano ha sabido interpretar lo que podríamos llamar la “rebelión de las bases”. Mejor que nadie, percibió la fractura cada vez más amplia entre las élites políticas, económicas, intelectuales y mediáticas, por una parte, y la base del electorado conservador, por la otra. Su discurso violentamente anti-Washington y anti-Wall Street sedujo, en particular, a los electores blancos, poco cultos, y empobrecidos por los efectos de la globalización económica”, explicó Ramonet.

¡Donald Trump, el nacionalista globalista! El votante de Trump es un trabajador blanco (o negro o hispano residente legal) de clase media baja que desea tener un jeep y al mismo tiempo ama su celular Samsung, explica Bosch. Contra todos los medios que plantearon esta elección como un enfrentamiento entre el nacionalismo (Trump) y la globalización (Hillary), Bosch dice que Trump “es un globalista”, a pesar de que ha prometido cerrar la frontera, retirar a Estados Unidos de varios escenarios del mundo, hacer que las empresas vuelvan a producir en casa, romper los acuerdos internacionales de comercio. Para Bosch, no hay contradicción entre las medidas proteccionistas que Trump prometió en campaña y su visión globalista. “Trump no es un nacionalista, sino un tipo que representa los intereses de los “rough necks” (trabajador blanco de clase media baja). A ese tipo le encanta tener un jeep, pero un Samsung como teléfono. No hay contradicción”, explicó Bosch. “Cerrar las fronteras obedece más al aislacionismo histórico de los EE.UU. -preguntale a la población negra qué piensa- que al odio a los extranjeros o el temor a que se queden con los laburos locales (no olvides que Trump se casó con dos extranjeras y es mucho más cosmopolita que los Clinton, que nacieron en Chicago -Hillary- y Arkansas -Bill). Insisto, Trump es un tipo para el cual no existen los conflictos ideológicos. De alguna manera es el alter ego de Ronald Reagan)”, considera Bosch. En la misma dirección, para Ignacio Ramonet, Trump “es un ferviente proteccionista. Propone aumentar las tasas sobre todos los productos importados” Una de las principales razones por la que fue electo presidente, es porque supo “entender” que “la economía globalizada está fallando cada vez a más gente, y recuerda que, en los últimos quince años, en EE UU, más de 60 mil fábricas tuvieron que cerrar y casi 5 millones de empleos industriales bien pagados desaparecieron”, explica Ramonet.

¡El mundo podría volverse más cerrado! Para Aguas, si bien es temprano para sacar conclusiones, es probable que lo que veamos con Trump sea “un crecimiento moderado de cierto aislacionismo, y una desaceleración del impulso a integrar economías de diferentes países. Probablemente el mundo se vuelva algo más cerrado. Tal vez ello venga de la mano del retiro de USA de algunos escenarios complicados.” Sin embargo, hay que esperar para ver qué pasa realmente porque Estados Unidos es “un país con un sistema de división de poderes que funciona”, por lo que tiene “inercias difíciles de parar en seco.” Pero el tema es que esta tendencia de rechazo a la globalización es un fenómeno que no es exclusivo de Estados Unidos, sino que crece también en Europa. Por otro lado, advierte Aguas, si Estados Unidos se cierra en forma creciente, es posible cierta “complejidad en los mercados del mundo”, justo cuando Argentina se había propuesto volver. “Macri está en el horno; olvidate del acuerdo de intercambio de información entre el IRS y la AFIP; i.e. problemas para el blanqueo-“, fue más preciso Bosch. En otra cuestión, a nivel Medio Oriente, es probable que Rusia tome un rol mucho más preponderante en esa región si se concreta el aislacionismo propuesto por Trump, dice Bosch olvidando el poder del armamentismo de los Republicanos, aunque aumentaría la protección estadounidense a Israel. “Entones Rusia se convertiría en el árbitro de la región (Trump prefiere que Putin ponga la guita que haga falta, consciente que es una historia de nunca acabar)”, explicó Bosch. “En política internacional, Trump quiere establecer una alianza con Rusia para combatir con eficacia a la Organización Estado islámico (ISIS por sus siglas en inglés). Aunque para ello Washington tenga que reconocer la anexión de Crimea por Moscú”, explicó Ramonet.

Y él agregó: “Trump estima que con su enorme deuda soberana, los Estados Unidos ya no disponen de los recursos necesarios para conducir una política extranjera intervencionista indiscriminada. Ya no pueden imponen la paz a cualquier precio. En contradicción con varios caciques de su partido, y como consecuencia lógica del final de la guerra fría, quiere cambiar la OTAN: “No habrá nunca más garantía de una protección automática de los Estados Unidos para los países de la OTAN”. Ángela Merkel, el Papa Francisco: principales afectados por el triunfo de Trump, aquí también Bosch -aunque creo que se equivoca- destaca que “a nivel global, la gran per5dedora con el triunfo de Donald Trump fue la canciller alemana, la principal impulsora del proyecto para acoger a los refugiados en Europa.” Los titulares de los principales medios de Alemania pusieron en juego el temor que significa para el establishment político europeo, una victoria de Donald Trump, con opciones populistas de derecha avanzando a diestra y siniestra. “¿Puede un Donald Trump suceder también en Alemania?”, se preguntó el jueves el diario alemán Bild. Recordemos que en las elecciones regionales de septiembre, el partido populista de derecha, AfD (Alternativa para Alemania), superó al partido de Ángela Merkel en su estado base, Mecklemburgo-Pomerania, y que el año que viene habrá elecciones federales en Alemania. “Se siente solitario en Europa”, tituló la revista Der Spiegel, mientras que Berlín y Bruselas ahora suman otro líder más a la lista de aquellos con quienes les cuesta lidiar, además del Presidente ruso, Vladimir Putin; el Presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, y populistas locales como el húngaro Viktor Orban. Otro gran defensor de las políticas de acogida a los refugiados en Europa ha sido el papa Francisco.

Cuando Donald Trump hacía campaña prometiendo muros, el Papa Francisco hablaba de derribarlos para construir puentes. Para Bosch, si bien “es cierto que fue una derrota personal” (según Bosch) el triunfo de Trump para Francisco, la “Iglesia norteamericana lo apoyaba.” “Básicamente por el tema del aborto y la educación religiosa en los colegios”, explica Bosch. El triunfo de Trump llegó no mucho tiempo después de que triunfara el “No” en el plebiscito colombiano que consultó al pueblo sobre el acuerdo entre el Gobierno y las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), otra apuesta fuerte de Jorge Mario Bergoglio para América. “En lo que respecta a la política del Papa para la región, ha ido logrando cosas, por ejemplo Cuba. Y luego el tema central es la sórdida lucha con ciertos cultos de origen evangelista por las ‘almas’ de la región. Ese el verdadero cuco del Papa, cambio de valores más telepastores milagreros y narcotráfico. Creo que las movidas de Bergoglio se pueden entender en esa clave”, explicó Aguas.

El jueves 10, después de cancelar una actividad en el partido bonaerense de Luján y de referirse ante los medios a la victoria de Donald Trump, Mauricio Macri juntó en la Quinta de Olivos a un grupo de sus funcionarios para analizar la nueva estrategia con el magnate estadounidense en el poder y cómo reencauzar le política exterior que quedó ligada al apoyo a Hillary Clinton, además de rescatar los acuerdos firmados por Obama. “Se habló de los resultados, de los contactos que se habían tenido previo a las elecciones con la gente de Trump, más los contactos que el presidente ya tiene ahí y de cómo encauzar la nueva relación”, dijeron fuentes oficiales de ese encuentro en la quinta residencial. De la reunión participaron la canciller Susana Malcorra; el ministro de Hacienda y Finanzas, Alfonso Prat Gay; y de Interior, Rogelio Frigerio; además del jefe de Gabinete, Marcos Peña; los secretarios de Asuntos Estratégicos, Fulvio Pompeo; de Coordinación Interministerial, Mario Quintana; y el dirigente radical Ernesto Sanz, todos ellos aplaudidores salvo Frigerio de Hilary. También se analizó la posibilidad de hacer contactos informales con algunos otros dirigentes allegados al magnate republicano, con los que no se habían tenido o bien seguir con los que ya se habían contactado. Según Ámbito Financiero, Alfonso Prat Gay habría acercado el contacto de Jamie Dimon, CEO de JP Morgan Chase & Co con oficina en Nueva York y que suena fuerte para ocupar la Secretaría del Tesoro estadounidense. El equipo de transición de Trump contactó a Dimon para ofrecerle ser el próximo secretario del Tesoro de Estados Unidos. Si bien todavía no hubo confirmación, en el Gobierno de Macri se ilusionaron con tender un puente a través de Dimon teniendo en cuenta que tanto Prat Gay como el secretario de Finanzas, Luis Caputo, y hasta el nuevo CEO de YPF, Miguel Gutiérrez, son ex empleados del JP Morgan.

Dimon conoce a la Argentina y a su gabinete económico de manera personal. Fue el encargado de felicitar a Caputo por la última emisión de deuda en Nueva York por 16.500 millones de dólares, bonos que fueron manejados por el JP Morgan, recuerda el matutino. En tanto, Macri dio directivas a la canciller Susana Malcorra para reencauzar la estrategia a seguir con USA y el vínculo con Trump. El interés es el de rescatar los acuerdos firmados con Obama y darles continuidad y cumplimiento . También se gestiona una conversación telefónica entre el presidente argentino y el electo mandatario norteamericano. Previo a esas gestiones, Macri ayer remarcó que “el mundo entero está sorprendido” con el triunfo de Trump “porque las encuestas una vez más fallaron y la mayoría daba que iba a ganar la candidata Hillary Clinton”. Y remarcó: “Vamos con la mejor predisposición, esperamos que los programas que hemos lanzado van a ser positivamente continuados”. Sobre las gestiones de Malcorra, La Nación indica que en la Casa Rosada señalaron que los primeros contactos oficiales y extraoficiales demostraron que «existe una excelente predisposición» del Partido Republicano a retomar la buena relación. Y afirman que el proteccionismo que prometió Trump podría afectar más a países con una profunda relación comercial con EE.UU. y que le venden productos industriales, pero no a la Argentina, que casi no exporta a ese país y aspira a venderle productos primarios. «Las gestiones de la canciller están avanzadas y hay muy buena predisposición de ambas partes para que cualquiera de estos días se pueda alcanzar un primer diálogo entre el Presidente y Trump», dijo el matutino de fuentes oficiales de la Casa Rosada y de la Cancillería, pero no hubo precisiones sobre los interlocutores. Martín Redrado, expresidente del Banco Central y bastante realista, no se muestra tan optimista. Aseguró que «Argentina es la prioridad número 100 para Trump». En diálogo con Radio 10 esta mañana (11/11) Redrado dijo: «Vamos a ver cuántas promesas puede cumplir Trump. Hay bastante incertidumbre».

Respecto a la situación económica local, mencionó que «Argentina se está endeudando más de la cuenta porque la tasa internacional es baja» y recomendó que «Argentina tiene que pensar más en producción y menos en deuda, tiene que levantar su mercado interno». «Hay que impulsar el consumo, la inversión y el financiamiento externo y apuntar a mercados como Malasia, Indonesia e India», añadió. Por último, afirmó que «Macri ahora apuesta al consumo» pero criticó que «al equipo económico le falta una visión integral». Más allá de Redrado pongamos que la economía repunta, ¿cuándo de verdad la gente va sentir la mejora?, preguntó Clarín en despachos oficiales. Respuesta: “Eso ocurrirá entrado el primer trimestre de 2017 y será bien patente durante el segundo”. O sea, ya no se habla siquiera del último trimestre de 2016. Cierto auxilio de la estadística acompaña la hipótesis. “Los datos del primer trimestre serán comparados con los muy bajos del mismo período de este año, y los siguientes con los aún más bajos del segundo trimestre”. “Y esto será registrado por los medios”, subrayan los funcionarios con mucho de optimismo. Pero al “está por verse” le falta un dato nada intrascendente: los futuros incrementos en las tarifas del gas y la electricidad. Ahora la respuesta es que el Gobierno decidirá los nuevos cuadros hacia fin de año y que “iremos por aumentos graduales”. Queda claro de todos modos que aumentos habrá.

Es posible que en la lista entre una baja en el precio interno del petróleo, acoplada al repliegue de la cotización internacional. Los costos de importación anotados por el INDEC cantan una caída del 30% en el tercer trimestre contra el mismo período del año pasado. Luego, si este es el parámetro se justificaría recortar el valor interno del petróleo. Y será para ver, entonces, qué pasará con el precio de los combustibles; por ahora, pasa que hay una suba en lista de espera. ¡Está claro que a Macri se le juntan varias cuestiones bravas. Entre ellas, que el mundo no es igual al que pensaba abrirse -y mucho más con el triunfo de Donald Trump- y, luego, cuáles son las fuerzas que desde lo concreto tiene y califican para enfrentarlo!

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