Por José Luis Milia.-

Forro: (pop.) 1.- preservativo, profiláctico o protector. / 2.- Persona usada y luego descartada, desechable. / 3.- Persona tonta o despreciable. Diccionario Porteño del Lunfardo.

Hace más de treinta días que nadie sabe nada; o, quizás algunos sí, de Santiago Maldonado. Suponiendo que sea la suya, una disipación teñida de connotaciones políticas, hace que los argentinos, impresionables por naturaleza, nos sintamos azorados porque es la segunda persona que, aparentemente por estas «causas», desaparece en la Argentina desde que volvió la democracia. Es cierto que ha habido otras desapariciones- 6.040 para ser exacto entre 1990 y 2013- pero no seamos caretas, ¿a quienes le importan estas desapariciones si no hay detrás un aparato político que movilice a Plaza de Mayo a los dolientes?

Cualquier aturdido que llegara a estas playas se preguntaría, a partir de estas diferencias de respuestas frente a las desapariciones de argentinos, si no hay algo, o mucho, de hipocresía en esas multitudes de almas sensibleras que se reúnen en una plaza para exponer el dolor que dicen sentir, por un tipo que ha desaparecido en circunstancias poco claras pero que ni siquiera mueven un dedo por los otros miles que se han esfumados del mundo tangible.

Deberíamos encontrar una manera sencilla de explicarle a ese atolondrado preguntón que los argentinos tienen, desde siempre, un alma pendular que oscila desde el: “mueran los salvajes unitarios” a la aprobación vociferante de la ejecución por degüello de la División Aquino“, y que en los últimos tiempos hemos pasado del: “¿Qué esperan para fusilar terroristas?” al “ni olvido ni perdón”. En el medio de la trayectoria del péndulo están todos estos desparecidos sin entidad política, propia o acordada, a los que nadie- fuera de sus familiares- llora.

El manejo interesado de estas emociones es un caldo de cultivo donde la búsqueda de un desaparecido -más que la de un muerto- ha generado la industria de la consecución de un forro, es decir de aquel al que hay que desaparecer para lograr un fin político.

Si bien es un ser humano, el forro es, en Argentina, un tipo absolutamente desechable, alguien para usar y tirar, y como su acepción lunfarda indica, algo así como un profiláctico usado y pegajoso. Un forro es alguien que carece de las relaciones necesarias para zafar de una situación comprometida, alguien solo conocido en grupos pequeños, alguien que en fin, es nadie. Julio Jorge López fue el primero y no veo por que no será así con Maldonado. Julio Jorge López fue el “forro” necesario para que la sociedad terminara de creer el cuento chino que los presos políticos- presos e indefensos- seguían siendo culpables de algo y capaces de cualquier cosa, aun en cautiverio. Santiago Maldonado, desaparecido, sirve para desprestigiar a una institución como es la Gendarmería y de paso moverle el piso a una funcionaria que es la única que en años ha llevado una acción dura y efectiva contra el narcotráfico; y como siempre hay rebote, quizá hasta sea posible caerle por elevación al presidente.

No nos confundamos. Podría ser que a Maldonado se lo haya cargado algún gendarme de garrote inquieto -pero deberíamos preguntarnos si, de haber sucedido esto, no fue contra un pago- como la posibilidad que algún “lonco” fumado haya creído que un desaparecido servía a sus intereses o quizás a los intereses de otras personas mucho más importantes que un capitanejo “originario”. Así estamos hoy, como lo estuvimos hace once años, frente a una despiadada operación de forros usados para obtener fines que por explícitos moverían a risa si no fuera que estos forros son seres humanos, no palomas mensajeras.

Sólo nos queda como colofón de esta historia el amargo patetismo de quienes protestan, ya que a aquellos que idearon la acción, lo único que les importaba del desaparecido, es el rédito político que pudieran extraer de su desaparición.

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