Por Elena Valero Narváez.-

Se acercan las elecciones de octubre. El resultado podría definir quién será el próximo presidente de la República.

No está de más repasar aspectos que hacen al respeto de una verdadera democracia. En Argentina el método por el cual el conflicto político se dirime en las urnas, sin derramamiento de sangre, está desvalorizado, ha perdido su brillantez.

La democracia implica el reparto del poder que se traduce en la limitación del ejecutivo por los demás poderes. En Argentina se nos ha acostumbrado a que estén lo suficientemente unidos como para convertir la democracia en algo inconsistente y frágil.

En las elecciones de octubre se juega el fortalecimiento del sistema democrático e institucional, que pueda desarrollarse la prensa independiente, el sistema de partidos y se respete la Constitución.

El resultado revelará, también, si el rumbo elegido promoverá el progreso económico.

En una sociedad de alta complejidad, no se compite a nivel mundial, sin estado de derecho. Este impide que el Estado se apropie de la riqueza nacional, y de la autonomía de las personas para ejercer cualquier actividad económica y disponer de sus bienes.

Por dos modelos se apostará en octubre: uno muestra la cara al mundo se tutea con el comercio libre, fomentando la innovación y atrayendo inversiones. El otro es el actual: dirigista, burocrático, atiza el desarrollo por medio de una planificación autoritaria rechazando la crítica y con ello el buen funcionamiento democrático donde se pueden plantear los problemas y hacer un buen diagnóstico de la realidad.

En Argentina se ha socializado a la gente para ser cautiva del Estado. Son muchos los que se sienten inseguros planeando su propia vida. Prefieren un Estado paternalista que les proponga objetivos comunes a todos, temen al individualismo que empodera a la persona para que elija cómo será su vida. Han delegado la responsabilidad individual en el gobierno y por ello se tornó autoritario.

La educación es un arma importante tanto para los demócratas como para los adoradores del estado. Ella es un medio poderoso por el cual se enseña a tener fé en la libertad o se forma ovejas para que marchen al son del tambor, convirtiéndose, de este modo, en el instrumento más eficaz de los Estados autoritarios o totalitarios modernos.

Se ha elegido, durante los últimos diez años, por medio del voto democrático, a un Gobierno que ha mentido para ocultar sus errores, obstruyó la información y controló el Congreso y la Justicia.

El kirchnerismo ha saqueó a los ciudadanos generando inflación, usando los fondos de los jubilados y despojado a los sectores productivos. Pero, según las encuestas, serán muchos los que votarán la fórmula Scioli-Zannini.

La presión de la realidad todavía no ha dejado avivar a los incautos, a los que creen que por un plato de lentejas vale la pena reducir la libertad. Es así como se contentan con migajas como son la asignación universal por hijo y el fútbol para todos, que obtienen a costa de quitarle a un sector para darle a otro. Alegremente se acepta el robo y se vota por una limosna.

La astucia populista consiste en crear el temor de perder las dádivas. Ello da resultado frente a un electorado desprevenido acostumbrado desde hace diez años a un gobierno decidido a todo para lograr mantenerse en el poder, aunque sea a través de sus esbirros. La muerte del fiscal Nisman, la amenaza a los jueces, entre otras acciones ominosas, lo demuestran.

Las elecciones próximas mostraran el grado de madurez que tiene la democracia, a la que todos adherimos en 1983. Esperemos que quienes sean elegidos la expandan, en vez de violentarla como lo han hecho en los últimos años quienes, sin ningún escrúpulo, pasaron por encima de las normas constitucionales.

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