Por Luis Alejandro Rizzi.-

Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa competirán entre sí, el próximo domingo 25, para alcanzar la Presidencia de la Nación.

Sin embargo, la elección más trascendente será la que tiene que ver con la renovación de una mitad de la Cámara de Diputados de la Nación y un tercio del Senado, ya que el Congreso de la Nación está llamado a tener un protagonismo excluyente durante los próximos dos años, por lo menos.

Es probable que en esa elección la gente considere que realmente es, no solo útil sino también necesario, conformar un Congreso de la Nación pluralista por vocación y capaz de elaborar los consensos necesarios para consolidar esta débil República que hasta ahora sólo ha tenido la mera apariencia de tal.

En verdad, hemos tenido la República del “uno y medio”, ya que el Poder Legislativo fue sólo una mera e hipócrita formalidad y el Poder Judicial funciona con un gran número de conjueces o jueces subrogantes, elegidos con el dedo anular apuntando al cielo, que lo reducen como poder independiente a un 50% de su capacidad.

El pasado domingo, Alejandro Berensztein nos recordaba la sesión de la Cámara de Diputados del 26 de marzo de 1992, en la que se logró la mayoría para aprobar la privatización del servicio de gas merced al voto del llamado “diputrucho”, que hoy llamaríamos “diputado subrogante” o “condiputado”, pero que es lo mismo. Lo que sé seguro es que en aquellos años a los “conjueces” los hubiéramos llamado “magistrucho” o “juetrucho” o algo por el estilo.

En cierto modo, Kristina creó, según la terminología de Maquiavelo, un “principado” nuevo, que se sustentó durante doce años como el gran turco que gobernó como un solo monarca del cual todos eran simples siervos y vaya que más de uno se mostró orgulloso de serlo.

En cierto modo, también le daban la razón a Aristóteles cuando explicaba que había esclavos por naturaleza. En Argentina, los hay por vocación, como lo ha demostrado nuestra historia reciente, no sólo en la política sino en el ámbito de todas las dirigencias de las que las empresarias se destacaron por su orgullosa cobardía y las gremiales por los beneficios que repartía el poder. Ser “oficialista” era como el privilegio de una tarjeta de crédito que convertía a sus tenedores en privilegiados por el solo hecho de “pertenecer”.

Era un signo de oscura distinción.

Ahora vienen los lamentos y las autocríticas, que lucen como lágrimas de cocodrilo y que pretenderán hacernos creer que la furia de los conversos es una virtud…

En fin, estos doce años son como esas pesadillas que, mientras se sueñan, nos hacen saber que sólo son sueños, malos sueños pero sueños al fin y no cabe duda de que los argentinos hemos soñado bastante… y sin ganas de despertarnos…

Por eso es necesario volver a lo que creemos y la próxima Cámara de Diputados sin mayorías partidarias obligará a iniciarnos en este noble oficio del diálogo y la negociación y será el camino que se deberá recorrer para que el consenso sepulte los deseos de revanchismo de una parte de la sociedad o de los que estamos del otro lado de la famosa grieta.

Las encuestas dejan ver un panorama incierto en el que todo puede ocurrir pero esta vez la garantía de la convivencia debe estar en el Congreso de la Nación, que deberá recuperar la dignidad y la autoridad de ser representante del pueblo y de las provincias.

El sciolismo, el macrismo y el massismo deberán convertirse en corrientes políticas institucionalizadas desde un Congreso de la Nación que será el protagonista de este tiempo que una vez más nos puso ante la alternativa del peligro o la oportunidad.

Curiosamente, en la próxima elección, si bien habrá un triunfador y varios perdedores, los caprichos de la historia los podrán convertir a todos en ganadores o en perdedores sin distinción de los votos obtenidos, si es que saben estar a la altura de los tiempos…

Tengamos presente que en esta elección todos los votos son útiles, válidos y necesarios para evitar que el “anti” nos continúe carcomiendo.

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