Por Italo Pallotti.-
No podíamos privarnos, por obra y gracia de un sector de la clase política, asistir a uno de los cimbronazos quizás más tristes que la sociedad argentina haya vivido en las últimas décadas; máxime cuando esa fracción alzó las banderas de la “nueva” Democracia, hasta hoy, en deuda por infinitos motivos. No es del caso hacer leña del árbol caído. Alberto Fernández, en la picota con el repulsivo caso de su affaire golpeador (como víctima, su mujer) y sus escandaletes amorosos, según revelan las noticias, está en boca del mundo. Este Sr., porque su historia personal así lo amerita quemó, mucho antes con la leña de su propia decisión, lo poco que le quedaba de decencia y honorabilidad. Todos recuerdan, porque el archivo lo condena, como a tantos de su misma especie, cuando hablaba pestes de Cristina Fernández, luego de haber pasado algún tiempo junto a ella (en la función, obvio). Ese mismo ciudadano que “honraba” su palabra con “sus verdades” acusatorias sobre la que luego sería su electora, tiró sin decoro, con la aceptación al cargo (de Presidente), el sermoneo qué para la gilada había desgranado (por los medios) ahí hace un rato nomás. Bien sabía quién lo subía al carro manchado de descrédito y estigma. No hay inocencias que valgan; porque si antes se expresaba de aquel modo sobre su Vice, o mentía, o bien olvidaba, ahora, para unirse a un vodevil sanatero y de relato mentiroso y ruin. Refutar verdades flagrantes, como las que se vivieron producto de esa “sociedad” mal nacida, peor criada y necesariamente muerta es sólo producto de inmorales y conductas repugnantes.
Por eso hoy la memoria colectiva le pasa una factura regada con la sangre de miles de muertos durante la Pandemia. Porque su dedo índice amenazador, de patrón grotesco e inhumano; prohibiendo ver a familiares enfermos, aislados del más elementar cariño; o no poder sepultar a un padre, madre, hijo, hermano, nieto o al mejor amigo (tan valiosos tantas veces o más que esos) no lo puede olvidar nadie. Ya ni siquiera como condena o reproche (que lo merece, aunque supongo poco le importa) sino por el elemental respeto a la condición humana. Ya ni la eventual marca que sobre su vida pública, política y personal le está insinuando la Justicia podrá sacársela de encima por el resto de su vida. En el purgatorio de su conciencia deberá caer la mancha de una derrota desde lo más íntimo; porque ya los tiempos de sacarse las culpas o asumir el error (caso Fabiola y Cantero) lo devora el oscuro final de un derrotero signado por la banalidad y el estupidismo político. Hoy los amigos de guitarra, noches y tragos, de seguro, no están junto a Ud. Las señoritas, buscarán otras opciones de vedetismo y fama comprada, porque el ruido las asusta, les cimbronea el libertinaje. Si Ud. puede demostrar que todo es mentira, lo que nada le cuesta, lo estarán esperando los sufrientes ciudadanos qué viendo demolidas sus esperanzas le dirán, por siempre, que Ud. no veneró su cargo, quién lo eligió para ello, tampoco. A ambos lo envuelven cuatro años que el olvido hará esfuerzos para restañar heridas que perdurarán por años. Y la historia los está aguardando con las páginas más oscuras o en blanco. Porque todos lo borraron de su agenda. Cristina y sus compañeros de cercanos tiempos casi “ni lo conocen”. Por el contrario, deben creer que con su amnesia, salvan el pellejo político de un resto vacío de todo. Las lealtades, fumigadas por el sálvense quien pueda. Porque en eso son expertos y sádicos. Simple, porque la traición es innata. Desde Cristina a D’Elía (miren qué dúo), lo sacaron del radar de modo brutal. Casi demoledor. Casi escatológico.
Un párrafo final para la Sra. Fabiola. Juzgarla sobre el sufrimiento, ya no sirve. Demasiado tiempo de soportar afrentas, la instalan en la cumbre de un feminismo al que maltrataron (no sólo en este caso), sino en todos aquellos a los que los organismos creados caprichosamente para defenderlo resultó ser nada más que una caricatura, una vidriera mal armada, de un relato que sólo sirvió para dilapidar una millonada de recursos económicos y cargos públicos truchos; mientras, los femicidios gozaban de plena salud (valga la crueldad de la reflexión). Sólo esperar que la Primera Dama, en la soledad de su infierno, de ser todo cierto, se aleje, junto a su hijo, de un calvario que en su intimidad deberá mixturar entre la culpa y la inocencia. Fuera de la farsa, de larga data, en la que vivió en ese mundillo de simulación y oprobio. ¡Tarea para su conciencia! En cuanto al resto del mundo K habrá tiempo para endilgarles las culpas compartidas. Por ahora, el silencio y el ostracismo son la mejor cura para evitarse tragedias peores. ¿Asimilarán el golpe? Lo dudo.
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