Por Eduardo Filgueira Lima.-

Hace unos días, conmovido por la respuesta espontánea de la sociedad argentina manifestándose en la marcha del #1A no tuve mejor idea que expresarme en las redes sociales, con un texto que decía más o menos así:

Por la DEMOCRACIA!!!!!!! Deberíamos tener un «NUNCA MÁS DEBEMOS VOLVER ATRÁS»!!! La democracia es un aprendizaje continuo de tolerancia y comprensión, de saber ponerse en el lugar del otro para respetarlo y exigir para uno el mismo respeto!!! Respeto en el trato, en las convicciones, en las creencias (aún equivocadas), porque de ese respeto surge el intercambio, el aprendizaje de que es lo mejor para cada uno y para una sana convivencia, de esos intercambios de trato, de ideas, de modos, de «esencias» se aprende el camino para que todos asimilemos la mejor forma de vivir mejor junto a otros, para que todos mejoremos nuestra propia intimidad, nuestras propias ideas, y nos esforcemos en una sana y productiva convivencia, en una sociedad que requiere mayor respeto a las instituciones, que es precisamente lo que nos permitirá avanzar en beneficio de todos y cada uno!!!!! Es un NUNCA MÁS a aquellos que quieren imponer el autoritarismo, el avasallamiento de las instituciones por el estado o por esos grupos que quieren reivindicar lo más nefasto de la imposición de sus ideas por el totalitarismo, eso es lo que impide la convivencia, limita los intercambios, alimenta la confrontación, imposibilita el desarrollo humano, instala «la grieta» y nos degrada como sociedad!!!! Sólo así tendremos la posibilidad de alcanzar -aunque sea duro el esfuerzo- un futuro que nos enorgullezca!! Es la REPÚBLICA!!

Pero si bien ello permitió que diera rienda suelta a mi emoción, también me puse a pensar que el tema debía profundizarse mucho más.

En 1963 el Premio Nobel de Economía Kenneth Arrow en su tesis doctoral Social choice and individual values, demostró lo que conocemos como el “Teorema de la imposibilidad de Arrow” y me dije a mi mismo que lo que había expresado antes encontraba una valla porque representaba una “preferencia personal” –como se vio el #1A, compartida por muchos– pero tal como se desprende del mencionado teorema el problema reside en la dificultad de trasladar esas “preferencias individuales” a “preferencias sociales” y que alcancen a todos. Es decir: en superar el nivel de aspiraciones de algunos (aunque sean muchos) y lograr “reglas”, normas, y/o instituciones que permitan establecer un orden entre las distintas alternativas, a nivel social que cumplamos todos (o por lo menos una gran mayoría).

Las sociedades más desarrolladas del mundo han logrado “instituciones” sociales que han sido “aprendidas” (por ensayo y error) y que son mayoritariamente respetadas porque facilitan y promueven una mejor convivencia, y su resultado inmediato: el desarrollo del crecimiento individual y del conjunto social.

Desde ya que precisamente en el escrito precedente se asume un criterio de “diferencias”, que en su misma esencia enriquecen, porque permiten a unos conocer, comprender, entender, pensar de modo tal que sea intercambiable con otros y precisamente de las diferencias obtengan todos el rédito de aquello que conocen de diferente manera pero que puede ampliar sus horizontes de interpretación desde distintas perspectivas. La pregunta en cuestión es: ¿Cuáles son los límites? Porque en ese amplio espectro de posicionamientos diversos que la sociedad incluye, existen quienes son precisamente enemigos de la democracia.

Ellos tienen su “relato” –pero que es una historia “cerrada”– que solo admite sus propias premisas y no se somete al principio de refutabilidad que implican los intercambios; que solo se mantiene en un círculo cerrado en el que se da por cierto lo que de antemano se postula, sin criterio crítico, sin fisuras ni perspectivas de suponer falsabilidad en ningún punto de su recorrido, y que se instala como un dogma de recorrido argumental lineal, e imposibilita el aprendizaje que exige la convivencia democrática.

Ni siquiera las ciencias más duras son capaces de esto! Cualquier hipótesis que se postule se somete inevitablemente –y por ser en sí misma una conjetura– a ser refutada por otra (hipótesis) que sea también explicación de los hechos y que lo haga mejor. Sin embargo es común observar en el campo de las ideas y particularmente en las ciencias sociales, incluso en intelectuales que se piensa han logrado el necesario bagaje cultural para comprender las limitaciones de sus supuestos, posiciones que rayan el dogmatismo más absoluto.

Sucede entonces que todo lo que suponemos necesario para que la democracia se desarrolle: “un aprendizaje continuo en el intercambio de ideas para permitirnos crecer a cada uno y a todos, en una sana convivencia impregnada de tolerancia por comprender y aprender de las diferencias”, se ve imposibilitada por precisamente los cultores de su dogma cerrado ideológicamente a los intercambios. Y lo más grave: son muchos intelectuales de quienes se espera una posición abierta.

Popper expresó que al conocer a A. Einstein lo que más le llamó la atención su permanente disposición a la crítica (dice: “y a que se le presentaran siempre nuevas hipótesis de refutación, porque era la única forma de mejorar lo que pensaba,…”)

No es el caso de muchos de nuestros ideólogos, intelectuales, pensadores, y profesores universitarios. A los que se suman una pléyade de artistas, que “siendo buenos para las tablas” se expresan con total ligereza sobre “ideas” que requerirían mayor elaboración. Y dadas estas circunstancias no podemos pedir nada a los grupos que ya en el extremo abogan incluso por la abolición de la democracia, por tratarse –según arguyen– de “un medio de dominación capitalista”.

Me he detenido mucho a pensar cuál ha sido el derrotero intelectual que ha llevado a muchos a pensar con tanta ligereza y me he topado con respuestas de todo tipo: psicológicas, sociales, la lucha cultural (gramsciana), los costos de información, las experiencias personales, las emociones (la envidia y el resentimiento), la ideología y sus componentes, etc. pero todo ello no es motivo del presente.

Sin dudas que la democracia tiene sus complejidades y falencias. E. Kant ya nos ha hecho saber que: “…el hombre es un animal solitario que se ve obligado a vivir en sociedad…” y si ello es así deberíamos aprender a hacerlo, dado que no es un sistema perfecto, y que debe lograrse entre quienes entendemos que la comprensión, la tolerancia, el ponerse en el lugar del otro, el intercambiar y el someterse a ser refutado es parte del mismo desarrollo social. Pero que tiene límites: el límite que imponen los que son amigos del dogmatismo, reactivos a la creencia de ser “dominados”, pero a su vez amigos de imponer sus ideas totalitarias de dominación.

La Argentina ha vivido ya sus etapas difíciles de confrontación. Incomparables a la que hoy nos toca vivir. Revivirlas hoy es de un anacronismo absoluto. Sin embargo la grieta que hoy asoma es ideológica y por lo mismo grave en el sentido que confronta entre quienes pretenden imponer su dogmatismo totalitario y quienes quieren aprender a vivir en paz, incluyendo las necesarias e inevitables diferencias.

Las “ideas fuerza” de quienes luchan por una democracia en libertad parece ser su propia debilidad… porque los (nos) enfrenta a la dureza con que se quieren imponer los que sostienen dogmatismos totalitarios.

Pero esa aparente debilidad subyace en una sociedad que también sabe que su única posibilidad de subsistencia es defender la democracia, que no es solo votar cada vez (esto es solo una interpretación minimalista). La democracia es -tal nos dice M. Wohlgemuth- un aprendizaje continuo, un permanente intercambio entre unos y otros, para el logro de una mejor convivencia. Y en especial para desarrollar los anticuerpos necesarios para interceptar a los que constituyen su amenaza.

Ese es el recorrido del aprendizaje. La imposibilidad es convivir sin confrontar con el dogmatismo y las ideologías totalitarias. Y esto es lo que la sociedad argentina ha demostrado estar también aprendiendo.

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