Por Jacinto Chiclana.-

Irremediablemente desvelado desde las 3 y media de la madrugada, dando vueltas y vueltas en mi cabeza las palabras que debo usar, analizando no sólo la calidad de las mismas, sino también la cantidad, para que esto no parezca la recopilación minuciosa y en un solo tomo de todos los volúmenes de la biblioteca de Alejandría, me levanté finalmente, para poner en negro sobre blanco esta realidad incontrastable que duele igual que un tumor canceroso del tamaño de un melón maduro en medio de la cabeza.

¡Aquel genial bardo narigón se quedó tan corto cuando en noches afiebradas parió Cambalache!

¿Será que estamos condenados irremediablemente a vivir en medio de este gran boliche en el que se mezcla todo de manera obscena y nada podremos hacer para remediarlo?

Uno, esperanzado todavía, a pesar de tantas y tantas frustraciones e ilusiones que se fueron por la inmensidad del gran inodoro de los tiempos, espera ansioso que alguien reaccione.

Uno se dice: “no, esto no puede pasar así, sin pena ni gloria y como tantas otras cosas. Seguramente en esta cuestión, algún Señor Juez de la Nación, meterá la mano en el bolsillo derecho del pantalón, y según el calce, se acomodará las partes, protegiéndolas con la parte mas gruesa del zolcillonca y arremeterá con todo y estos tipos se harán acreedores a una larga estadía con pensión completa en el reinaugurado Presidio del Fin del Mundo, con régimen de trabajos forzados de ocho de la mattina hasta las siete de la tarde, colación de mate cocido y mendrugo de pan incluida”

Uno anhela y piensa: “No, esto es el límite… casi seguro que alguna Señora Jueza Federal, sentirá una feroz puntada reclamante en sus ovarios, estén activos aun o no, y dictará de inmediato la prisión preventiva de esta manga de hijos de remil… y los mandará en cana ya, porque en estos casos, no sólo es probable sino que es seguro que alterarán las pruebas, se afanarán las cámaras, sobornarán testigos, acobacharán la guita, destruirán computadoras, suicidarán probables testigos de cargo y mil tropelías mas, cualesquiera sean, para zafar como sea…”

Pero no.

No pasa nada de nada.

El Cristobalito de las maquinitas, se ensoqueta ocho mil millones de morlacos y compra con ellos hasta la fábrica de papel higiénico con música y reutilizable y anda tan campante por la vida, libre como un gorrión mañanero… y con rubia ad hoc.

El Lázaro, no el que se levantó y anduvo, sino el que alquila hoteles completos con habitaciones cuatro estrellas para sus obreros, que laburan a mil kilómetros de distancia y les reserva alojamiento, por si se les ocurre venir de shopping por las noches, deambula libre como un guanaco en celo por la Patagonia, ya no rebelde sino domesticada por décadas de manejo en manos de delincuentes confesos.

El Amado, ladrón serial sin guantes, que se robo hasta las toallas de los hoteles y decidió vivir naturalmente junto a Bob Esponja en un aireado y luminoso médano, anda por allí, jugando a la mancha con la de Rolando y sacudiendo la guitarrita aunque la tiene embargada.

La Romina, acusada de malversar hasta la vianda, está autorizada para laburar en extranjía. Pobre, no sea cosa que además de poner en duda su buen nombre y honor, se quede sin sustento y desaproveche una oferta laboral.

Los patrióticos y sacrificados directivos del PAMI, concretaron los sueños de toda la humanidad desde el fin de los tiempos, lograron la tan ansiada eternidad y entonces le proveían medicamentos a los muertos, aunque lo combinaban con algunas pequeñeces como afanarse las sillas ortopédicas, vender por zurda prótesis importadas de alto valor, mientras le colocaban una cadera de papel mache a la abuela Clotilde, que la rompía en el primer paso y entonces le ponían otra de mazapán y….así indefinidamente.

Estos muchachos, andan viendo abogados de alta gama, para ver si pueden purgar sus penas, si algún día los procesan, cosa improbable, con alguna probation no muy complicada. Por ejemplo, barrer la estación Castelar una vez por mes.

Jaime, el inefable Jaimito de los cuentos pícaros, aún debe seguir pagando la amarra del barquito a remo que tiene en Punta del Este, convencido de que cuando se termine toda esta farsa y salga libre por chicaneo o cometa, navegará libre como el viento hasta alguna de las posadas que tiene acobachadas en Brasil.

Felisa, la que tenía en el baño algunos rollos de papel higiénico con imágenes de dólares y euros, simplemente por una cuestión de clase y merecimiento de su trasero, aun conserva algún conchabo de privilegio y le maneja las cuentas a la vieja de boca podrida.

Sergio y su hermanito, nuestros hermanos putativos que hicieron méritos para manejar junto con la vieja de boca podrida la construcción de viviendas durante largos años y se afanaron hasta los clavos, siguen transitando las veredas porteñas, quejándose a veces del intenso tráfico y alguna calle no muy limpia.

En fin, la lista resultaría interminable, aunque todo apunta a un único lugar: El intenso, insoportable y más que sospechoso celo de la justicia para no vulnerar los derechos humanos de todos estos famosos delincuentes, que, aun con numerosos juicios con sentencias firmes, por las rebuscadas habilidades de sus costosos abogados, inventores de oportunas chicanas para mantenerlos libres, comparten día a día la vida con nosotros. Y, como si fuera poco, no los encontramos en el colectivo ni en el subte, porque como corresponde, aun poseen sus lujosos autos de alta gama y se mueven en modernos aviones, ocultos y alejados de esta sociedad a la que jodieron con sus negociados, mientras sus procesos duran años y años hasta agotar las últimas instancias en libertad y con fundadas esperanzas de no pasar un solo día en la cárcel.

Mientras tanto, en esta Argentina contradictoria, llena de contraluces y desordenada como conventillo de arrabal, existe la otra cara de la moneda.

La justicia, esa señora con cara de prostituta barata, rempujada mil veces por semana en oscuros túneles de subterráneos desiertos o construcciones abandonadas, se corre el velo tramposo que debería cubrir sus ojos y acelera o retrocede según sea el que cae bajo su herrumbrada espada o debe ser pesado en su desvencijada y tramposa balanza.

Jueces complacientes o cobardes mantienen encerrados a viejos de mas de ochenta años, muy enfermos, muchos de ellos en sillas de ruedas, con equipos de asistencia respiratoria, con cánceres de todo tipo, muchos con Alzheimer o Parkinson, otros con demencia senil, hemiplejías, anos contra natura y otras graves dolencias.

No solo los mantienen en condiciones infrahumanas de reclusión, sino que además, hasta hace muy poco les negaban hasta la posibilidad de atenderse donde les correspondía, demostrando de manera cabal que el mentado verso de los derechos humanos, no es otra cosa que eso: un verso.

Pues en estos casos la justicia parece perseguir que todos ellos se mueran y en las peores condiciones posibles.

Claro que estos señores, son sub-humanos. No son argentinos seguramente. Nada tienen que ver con nuestra idiosincrasia. Vinieron en una nave espacial de alguna remota galaxia, allá por los años setenta y con la clara intención de cometer los mayores asesinatos posibles, sin ninguna otra razón que su innata crueldad.

Los vistieron a todos de una manera distinta y los soltaron a repartir su rabia.

Son de otra especie.

Nada tienen que ver con los civilizados argentinos que fueron algo traviesos en su juventud, llenos de una brillante pasión revolucionaria. Aquella juventud maravillosa a la que el fundador del movimiento llamaba cariñosamente “mis muchachos”.

Si, esos que ponían bombas en cualquier lado, asesinaban por la espalda a un cabito de policía para rendir examen de ingreso a la orga y de paso robarle la pistola.

Esos, transformados hoy en elegantes señores y democráticas y paquetas señoras, la mayoría cobrando jugosos sueldos que pagamos los boludos que fuimos sus víctimas en el pasado.

Esos viejos encarcelados, muchos de ellos sin juicio después de haber transcurrido mas de ocho años, acusados de mil iniquidades por oscuros personajes adiestrados y entrenados por oscuros y avivados abogados prendidos a la jugosa teta de los supuestos derechos humanos, como no afanaron un mango partido por la mitad ni secuestraban empresarios para mantenerse, son defendidos por defensores oficiales, que hacen lo que pueden y como pueden, convencidos de estar luchando por causas perdidas en procesos donde se invierte la carga de la prueba y tienen que demostrar que son inocentes y no al revés.

Claro que eso no interesa.

Muchos ya murieron, privados de atención y lo que es mas grave, privados de reivindicación.

Otros, acusados injustamente de numerosos asesinatos, violaciones, torturas y vejaciones de las que nunca jamás participaron, vieron trastocadas irremediablemente sus vidas de un día para el otro, desarrollando enfermedades que los consumieron en poco menos de un año, ante la impotencia y desesperación de sus familias.

Todo esto ante la total indiferencia de la sociedad que los reclamaba a gritos en aquellos años de aquelarre.

¿Qué me dice? ¿Que va a cambiar?

No sea incrédulo, amigo; aquí no cambia nada de nada… ni con los chorros de hasta hace poco ni con estos nuevos gerenciadores de la Nación.

La señora justicia, así con minúscula y desprecio, nunca se tapa los ojos en países de raíz corrupta como el nuestro.

Y por otra parte, estos viejos a nadie les interesan.

Solo a sus familias que los ven consumirse, aunque con absoluta dignidad y entereza.

Dignidad y entereza. Atributos que no se compran en la farmacia de la esquina.

Bienes escasos y de altísima cotización, desconocidos por los advenedizos de profesión.

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