Por Manuel Lichtenstein.-

Hay turbulencias en el mundo. Hay problemas institucionales donde están involucrados los organismos y las empresas que timonean los destinos de la humanidad, porque de eso se trata, podemos analizar sobre cualquier problema, catástrofes o desencuentros políticos o militares o de países contra países, mas habida cuenta que si la economía funcionara normalmente por sus carriles, cualquier problema sería sólo comentario del momento, pero sí de intereses se trata, el tono no es que los gobiernos de los países debieran sortear una piedrita en el camino, se trata del crecimiento, del progreso y de alcanzar el éxito en programas de Estado, planificadas en virtud de no cruzarnos dificultades impredecibles.

Tenemos que evitar un choque contra el iceberg que se nos viene encima, sobre todo debemos señalar con precisión que pasó ya que, o estamos navegado en un buque que va a la deriva, o somos pasajeros de un tren que acaba de descarrilar.

Mas los responsables de este gravísimo desajuste que en primera instancia provoca una baja en el precio de los commodities, del petróleo y de muchas otras materias primas que contribuyen a la estabilidad económica de muchos países, como es habitual, no aparecen.

Pero lo curioso y sustantivo es que en primera instancia la sociedad, es decir la mayoría de la población mundial, es la única víctima cuando el Sistema Capitalista se desbarranca o nos tira sin asco las consecuencias de sus manejos viles y perversos que únicamente benefician a esa escondida cúpula de poder que está por encima de la facultad rectora de los gobernantes, aun de los países más poderosos del orbe.

En estos momentos muchas naciones permanecen en vigilia debido a las caídas de los mercados tan disímiles entre sí como por ejemplo son China y Brasil, con el agravante que asistimos a la insólita ayuda económica que se le brinda a Grecia, aunque su statu quo es el resultado de un libertinaje en su conducción tanto política como económica, que por supuesto victimiza solamente al grueso de su pueblo.

Lo notable es que hay culpables que nunca pagan por los sufrimientos que les acarrean a gentes que solo son pagadores obligados de comportamiento delictuales de funcionarios o gobernantes perversos que ganan aun perdiendo.

No sería muy difícil encarrilar la solución de este drama que sacude al mundo si el manejo de la cosa pública no estuviera teñida de grados superlativos de corrupción.

Países como Venezuela y Argentina se encaminan a toda velocidad hacia un precipicio, ya que política y socialmente, tal como si fuera la contra partida del Capitalismo, van directamente a un desbarranco, al mismo tiempo que pretenden insuflar un socialismo al estilo de la perimida y obsoleta URSS con su estalinismo como así también de un maoísmo que tanto en Rusia como en China, los dejaron perdidos en el tiempo y a la distancia.

Es que cuando el Capital se escapa de su función social, llama a los gritos a los salvadores de izquierda que engendran gobiernos populistas con creciente y planificada intervención estatal, anulando a las fuentes de crecimiento, desarrollo y riqueza que sólo se llega a través de la decidida intervención de la iniciativa privada.

Pero ¿cómo se puede evitar que de pronto los mercados, que son la máxima expresión del capitalismo pegaran un salto hacia el rojo vivo?

Creo que una de las formas más efectivas para alcanzar estos logros que de momento se alejan de la perspectiva, debiera partir desde que los titiriteros que manejan las instituciones que mueven al mundo, en sus decisiones, anulen las posibilidades de emerger a los que propician lo contrario del Sistema, para lo cual no solo es imprescindible idoneidad, sino que se debe borrar a su mínima expresión la corrupción, fuente de todos los desastres que obligan a retroceder en los intentos de lograr éxitos en la propuesta.

Solamente un Capitalismo despojado de cualquier intención malvada puede darle a la humanidad la esperanza de conformar un mundo que valga la pena vivirlo, especialmente a los millones y millones de seres humanos que se debaten en la desesperanza.

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