Por José Luis Milia.-

“Absolver al malvado y condenar al justo son dos cosas que abomina el Señor.” Proverbios 17:15.

Es probable que Ud. lo sepa, pero contárselo nunca viene mal ya que si recibe a la presidente de nuevo es seguro que le contará lo que dijo en la FAO: “[tenemos] un índice de pobreza por debajo del 5% y de indigencia del 1,27%”; si estas cifras le parecen raras sepa que el INDEC funciona igual que siempre, pero con una directiva nueva, desde que Ud. se fue no se publican índices de pobreza porque dicen que hacerlo, es estigmatizar a los pobres.

En verdad hay un cierto desfasaje con lo que, seguramente, le cuente la presidente; una parte del pueblo ha sido rebajado a la categoría de lumpen en los últimos años, exactamente el 5,8% de los argentinos, casi cinco veces el porcentaje de indigentes que cuenta la presidente. Pero, habida cuenta que la mitad de la población ocupada gana menos de 5.000 -no olvidemos que el salario mínimo en el país de la inclusión social es 4.700$- a muchos no les queda otra que mendigar un plan “trabajar”, preñarse -si es mujer- para conseguir una asignación universal por hijo o, simplemente, revolver basureros para comer ya que en las “góndolas” a los “precios cuidados” sólo los pueden mirar de lejos.

Un caso a tener en cuenta son los viejos, esos que Ud. le exige al mundo que sean respetados y cuidados, pero acá el 78% de los jubilados malvive con retribuciones que son un 65% del valor de la canasta básica mínima que ronda los 5.800 $. De cualquier manera, Santo Padre, tenemos menos pobres que en Alemania según asegura un pensador de Quilmes.

Si tuviéramos que clasificar a este estamento de la sociedad por sus condiciones anímicas la definición exacta de este 25,1% de pobres, marginados y otros, pasa por la sumisión y la desesperanza mientras ven que para sus hijos hay como futuro droga, delincuencia y muerte.

¿Importa esto?, no. Ud. lo sabe bien, en general a los argentinos mejor ubicados en este ranking de la desgracia no nos importa nada y menos aún el prójimo, siempre y cuando que haya denarios sonando en los bolsillos. La economía ha “mejorado” o al menos es lo que queremos creer ya que aún existen las 12 ó 18 cuotas de la felicidad encarnadas en cualquier artículo que aliente nuestra fiebre consumista; así que, Santo Padre, a otros con el cuento de los pobres, de la decadencia institucional, de la ruina de la educación y la salud pública, nada de eso importa aunque, como nos sucede cada tanto, después lloremos desconsoladamente.

Un observador poco avisado nos definiría como egoístas. No, esa postura ya ha sido superada en el “cuesta abajo” en que estamos empeñados. Ahora solo somos simplemente baratos. Ni siquiera hemos sido comprados -pueblo aún arrogante e indiferente en su miseria- con espejitos y vidrios de colores. Venimos eligiendo a los que mandan, simplemente, a cambio de bolitas de barros pintadas.

Siempre hemos creído que con la parada nos bastaba; salimos a la calle -por un día, nada más que un día- en contra del aborto, a protestar por el avasallamiento a la justicia, por el ataque al campo, por la libertad de prensa, por el asesinato de Nisman y así acallamos nuestra conciencia “republicana” de la misma manera que acallamos nuestra conciencia social comprando televisores en cuotas; mientras la banda que maneja el país la hace de la misma manera que siglos atrás “los hermanos de la costa” manejaban La Tortuga, es decir, se queda no solo con el erario de la república sino también con nuestra honra. Nuestra falta de consecuencia nos ha jugado en contra y hoy vivimos manoseados en el peor barro.

Esta, nuestra manera de ser, ha sido nuestra condena. Eso Ud. lo sabe bien. Presumimos, o presumíamos, de ser los “piolas” del universo, o por lo menos lo mejorcito de América, ¿y que mostramos hoy?; de puro vivos que somos tenemos de presidente a una mujer que cobra por alquilarle como lavandería las habitaciones vacías de sus hoteles a un socio al que ella y su marido convirtieron de cajero de banco en el principal contratista del estado, una mujer que presume de abogada exitosa, pero que no ha mostrado a nadie su diploma, que no ha hesitado en borrar con el codo lo que antes había escrito y que ha hecho de una fábula falaz la única política de estado que conocemos. Bueno, no vale la pena seguir con esto porque Ud., con todas las veces que ella lo ha ido a visitar- con y sin patota- la debe conocer bien.

Somos tan vivos, Santo Padre, que seguimos exhibiendo como vicepresidente a un sujeto que, al igual que Robinson Crusoe, vive en el médano de una playa, individuo del que ya hemos perdido la cuenta de las veces que ha sido procesado y que exhibe como proeza haber falsificado la documentación de un auto para estafar a su ex mujer.

De tan verseros que somos nunca nos dimos cuenta que el verso verdadero nos lo hacían a nosotros. Tratemos de recordar que ralea de tipos nos hemos bancado y Ud. debe recordarlos bien: De Elía, Esteche, Pérsicco, patoteros doctorados en cachiporra y fierro, un jefe de gabinete complicado con el tráfico de efedrina y que tiene la rara manía de esconderse en los baúles de los autos, un canciller dispuesto a hacer el papel de renegado siguiendo como perro faldero los caprichos de presidencia que nos manda al fondo de la vergüenza al firmar un protocolo apaciguador con los que nos habían bombardeado hace veinte años.

Aunque no lo decimos, Santo Padre, es probable que odiemos a los espejos porque mirarnos en ellos cada vez se nos hace más doloroso. Le hemos rendido pleitesía a un juez de la Corte que alquilaba sus departamentos como prostíbulos y que- nobleza obliga- escribió el mejor código de justicia militar mientras era juez del proceso de reorganización nacional, pero también estamos al borde de que sea presidente de la República un fulano que, presumiendo de amistad con Ud., sigue escondiendo el número de muertos que hubo en la inundación de La Plata y del que jamás hemos conocido una manifestación de bienes.

Volviendo a los viejos, Santo Padre, déjeme contarle que los militares, gendarmes y policías presos como consecuencia de la guerra contra la subversión, siguen presos y siguen muriéndose sin pausa. En general tienen, más o menos, sus años, Santo Padre, y, aunque debido a esa edad son más vulnerables, nada nuevo hay en su situación; se les sigue haciendo lo mismo que les hacían cuando Ud. era cardenal primado, pasan días sin agua o calefacción, son despertados a las dos de la mañana para llevarlos a un hospital en el que deben estar a las once, tardan meses en darles turnos a aquellos que sufren graves enfermedades y los que han muerto, generalmente lo han hecho en la más dolorosa soledad. Como ve, Santo Padre, nada ha cambiado. Sé, pese a lo que dicen algunos, que Ud. los lleva en su corazón. Rece por ellos que es lo único que Ud. puede hacer.

Por lo demás, seguimos progresando, más droga aunque de peor calidad, más chicos con el cerebro “limado”, más muertes por desnutrición, más asesinatos, más mujeres muertas y desaparecidas y cada día más mentiras, más dolor y más desesperanza; tanta, Santo Padre, que muchos argentinos creen que Dios nos ha dado la espalda.

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