Por Máximo Luppino.-

El tétrico y oscuro pozo de la desesperación popular donde estamos sumergidos, nos obliga a mirar hacia arriba, soñar con el sol del bienestar y desear resueltamente trepar la cuesta para vivir con la dignidad que merecemos. No hay salida sin esfuerzo grupal, sin trabajo colectivo, sin consensos obligados a construir triunfos económicos. No hay vueltas posibles, sólo nos queda el recto proceder, el camino de las acciones patrióticas y solidarias. El campo del triunfo o la gente que lamentablemente está obligada a protestar, como está sucediendo en países hermanos.

La angustiante situación económica de la Nación deja a millones de argentinos al borde de la extrema desesperación. La clase humilde sufre por necesidades básicas, mientras que un buen número de habitantes perteneciente a la golpeada clase media se ven al borde del abismo económico.

Macri, obstinadamente reitera que “dejó las bases para el desarrollo”. En realidad, con 50 pymes que cerraban sus puertas por día y con cientos de miles de desocupados, en el marco de un índice de situación que lacerantemente indica un 40% de pobres, las afirmaciones de Mauricio son temerarias por decir lo menos.

Muchos piensan que el jefe de las huestes amarillas sembró sal en el árido desierto de la economía nacional; que en verdad asesinó cruelmente y por la espalda los sueños de progreso de los honestos emprendedores argentinos.

Los juegos del cósmico destino colocaron a Alberto Fernández en el centro de la escena, lo señalaron como el artífice de un tiempo de progreso y bienestar para nuestra sociedad. Si bien es enorme la esperanza en las medidas que el flamante presidente pueda tomar a partir del 10 de diciembre, también es cierto que la paciencia que Macri agotó presiona a Alberto en forma directa y acuciante. Estas singulares coordenadas sociales obligan al presidente Alberto Fernández a tener éxito en sus medidas de gobierno. En el seno de una Latinoamérica convulsionada por violentas protestas, el margen de error de Alberto es muy pequeño, casi exiguo.

Alberto comenzó a probar “la soledad del poder”. Repasa sus días de gloria junto a Néstor y evoca episodios pasados con espíritu de aprendizaje. Mucha tela para cortar obtuvo de su reunión con Eduardo Duhalde. También ensayó la camaradería con Ricardo Alfonsín, un político honesto de gran envergadura ética. El sendero del consenso está siendo transitado con firmeza y delicadez a la vez.

La buena noticia de que Marcos Lavagna será funcionario de Alberto sigue sumando aire fresco a un gobierno que promete conjugar consensos desde el minuto cero.

Otra señal superlativa para destacar es la loable actitud de Fernández de no fomentar “Albertismo”. Bien lo señala el señor presidente cuando afirma: “No deseo ser un gran presidente, más bien ser el presidente de un gran país”. Cuando el monstruoso ego de las personales ambiciones es subyugado por el Bien Común, las posibilidades de triunfo se potencian infinitamente.

El éxito como único camino posible a transitar. El abismo se encuentra a nuestras espaldas. No hay margen de retroceso en el hemisferio del egoísmo y la mala praxis. Sólo aciertos son los requisitos exigidos por una población cansada de esperar, pero que aún mantiene intacta su vocación de paz y concordia.

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