Por Hernán Andrés Kruse.-

En las últimas horas falleció el ex presidente de la nación Fernando de la Rúa. Tenía 81 años. Pasará a la historia como el presidente que provocó la crisis institucional y económica más grave de la Argentina contemporánea.

De la Rúa fue un dirigente con una vastísima experiencia política. En septiembre de 1973 acompañó en la boleta a Ricardo Balbín para competir contra la fórmula Perón-Perón. De origen cordobés pero porteño de alma, De la Rúa siempre gozó del apoyo de la mayoría del electorado de la hoy denominada Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Abogado y docente universitario, De la Rúa se preparó toda su vida para alcanzar el cargo político más relevante del país.

Lo consiguió en 1999 al vencer, acompañado por el peronista de izquierda Carlos Chacho Álvarez, a la fórmula peronista integrada por Eduardo Duhalde y Ramón Palito Ortega. Era la primera vez que un gobierno de coalición se hacía cargo del timón de la república. Durante la campaña electoral la fórmula de la Alianza había prometido respetar la convertibilidad y moralizar la política. Cumplió con lo primero pero no con lo segundo.

En materia económica De la Rúa, de la mano de su ministro de Economía José Luis Machinea, impuso un clásico plan de ajuste. Su objetivo era demostrarle al FMI desde el comienzo que era un presidente confiable. En el FMI no dudaban de su inclinación ideológica pero sí de su capacidad para negociar con el peronismo la gobernabilidad. Los hechos demostraron que esa duda estaba bien fundada.

El gobierno de De la Rúa comenzó a desmoronarse cuando Joaquín Morales Solá, a mediados de 2000, informó a través de su columna en La Nación que, según le hizo saber el por entonces senador nacional Antonio Cafiero, el gobierno habría pagado una coima a senadores peronistas para que aprobaran la Ley de Reforma Laboral, una exigencia del FMI. A partir de entonces la relación entre De la Rúa y Álvarez se deterioró de manera irremediable. El vicepresidente, quien había prometido una cruzada contra la corrupción política, quiso investigar la denuncia hasta las últimas consecuencias. Al ejercer la presidencia provisional de la Cámara Alta, muy pronto se convirtió en el enemigo número 1 de los senadores, quienes inmediatamente se abroquelaron para defenderse de los ataques del impío. De la Rúa quedó ante una disyuntiva muy fuerte: debía elegir entre acompañar a Álvarez o privilegiar los vínculos con los senadores del PJ, cruciales para garantizar la aprobación de las leyes consideradas fundamentales por el gobierno.

De la Rúa decidió abandonar a su vicepresidente. Consciente de ello Álvarez presentó la renuncia a su cargo a comienzos de octubre de 2000. Fue el fin de su carrera política. Mientras tanto De la Rúa continuó profundizando el ajuste. En consecuencia, su dependencia de los dólares del FMI se hizo cada día más intensa. Gracias al “blindaje” el gobierno recibió una ayuda histórica del FMI pero en marzo de 2001 la crisis se profundizó. De la Rúa reemplazó a Machinea por López Murphy, un economista ortodoxo. Duró lo que un suspiro porque pretendió recortar el presupuesto de las universidades públicas. Fue entonces cuando De la Rúa ató la suerte de su gobierno a Domingo Felipe Cavallo, quien ingresó al gobierno como un primer ministro europeo. Su idea era muy simple: reducir el déficit fiscal a cero. En julio decidió aplicar la tijera a las jubilaciones y pensiones, y al sueldo de los trabajadores del estado. En octubre las urnas golpearon con dureza al gobierno. De la Rúa se debilitó y el peronismo comenzó a oler sangre.

El golpe de gracia fue propinado por el FMI al negarle a De la Rúa un préstamo de unos 1500 millones de dólares. Sin financiamiento externo Cavallo decidió la confiscación de los depósitos de los pequeños y medianos ahorristas. Fue la gota que hizo rebasar el vaso. Los damnificados salieron a la calle a protestar haciendo sonar sus cacerolas. La reacción del presidente hizo estallar todo por los aires: impuso el estado de sitio a raíz de los saqueos que estaban teniendo lugar en varias zonas del país, especialmente en el conurbano. En la madrugada del 20 de diciembre de 2001 De la Rúa echó a Cavallo y en el atardecer de esa trágica jornada (hubo cerca de 40 asesinatos en la vía pública) renunció y se escapó de la Rosada en helicóptero.

De la Rúa dejó un país devastado. La clase política no podía circular por las calles por miedo a ser víctima de escraches. El sistema de partidos había implosionado, la Justicia estaba muy desprestigiada, la pobreza era pavorosa y se había esfumado el financiamiento externo. El político mimado por el electorado porteño, el político que estudió durante décadas para ser presidente, fue el gran responsable de una crisis cuyos efectos aún padecemos. Y lo peor de todo es que jamás le pidió disculpas al pueblo por el daño que le infligió desde la Casa Rosada.

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