Por Hernán Andrés Kruse.-

Este viernes se cumple el cuadragésimo primer aniversario del golpe cívico-militar contra la por entonces presidente María Estela Martínez de Perón. En las primeras horas de la mañana el pueblo se enteró de lo que acababa de suceder…y no pasó absolutamente nada. Los argentinos y argentinas continuamos con nuestros quehaceres naturales, como si nos hubiéramos desentendido de la gravedad de lo que estaba pasando. Es más, me atrevo a afirmar que la inmensa mayoría de la población sintió alivio con la noticia. La destitución de “Isabel” se había consumado y en la mayoría de los hogares el sentimiento que reinaba era el de “¡por fin la rajaron!” Lo que sucedió el 24 de marzo de 1976 fue la crónica de un golpe anunciado. El ascenso a la jefatura del Ejército de Jorge Rafael Videla en reemplazo de Numa Laplane en 1975 fue el comienzo del fin del gobierno de “Isabel”. A partir de entonces reinaron el caos, el miedo y la falta de autoridad. El país estaba inmerso en una severa crisis económica, política y moral. Las organizaciones guerrilleras-Erp y Montoneros-no daban tregua, al igual que la triple A. La guerra interna del peronismo había transformado el territorio nacional en un escenario bélico. Hasta que el presidente interino, Italo Luder, ordenó el aniquilamiento de la subversión. Ese sustantivo, “aniquilamiento”, no admite ambigüedades. Aniquilamiento significa destrucción total. Luder había ordenado destruir a la subversión, pulverizarla, “aniquilarla”. El 23 de diciembre de ese año un buen número de guerrilleros intentó copar el regimiento situado en Monte Chingolo. Fueron aniquilados. Ese día, probablemente, significó el fin de la guerrilla como amenaza militar. “Isabel”, desesperada, nada podía hacer. Y nadie la ayudó, hay que reconocerlo. Un sector de las fuerzas armadas intentó deponerla a fines de diciembre pero fracasó, pero no porque las fuerzas armadas no estuvieran de acuerdo sino porque ese sector se había adelantado a la fecha estipulada: 24 de marzo de 1976.

La pregunta que cabe hacer, cuando se cumplen 41 años del derrocamiento de “Isabel” es la siguiente: ¿por qué se produjo? Aquí hay que ser lo más objetivo posible porque, lamentablemente, este trágico período de nuestra historia fue manipulado de manera tan vil por tanta gente que lo único que se logró fue una tergiversación absoluta de lo que realmente pasó. Para un sector de la sociedad la intervención de las fuerzas armadas fue absolutamente necesaria porque el país se estaba “cubanizando” a pasos agigantados. Para otro sector ese día aterrizó en el país una gigantesca nave de la que emergió un grupo de forajidos que tomaron por asalto el poder ante la sorpresa e incredulidad de la población. Para comprender el derrocamiento de “Isabel” no queda más remedio que hacer historia. Hacer historia significa recordar lo que nos pasó en el pasado. Pues bien, hacer historia en esta oportunidad implica recordar lo que sucedió en el país antes de que se produjera la caída de “Isabel”. Porque lo que sucedió el 24 de marzo no fue obra del azar, del destino, de un designio divino de Dios. Lo que pasó hace cuarenta y un años fue la lógica consecuencia de una serie de hechos que se sucedieron durante el período en el que el país fue gobernado por el peronismo.

El 11 de marzo de 1973 la fórmula Héctor Cámpora-Vicente Solano Lima arrasó en las elecciones presidenciales. El 25 de mayo asumieron como presidente y vicepresidente de la Nación, respectivamente. Fue el momento de gloria del peronismo de izquierda o, si se prefiere, de los montoneros. Mientras Cámpora asumía, miles y miles de simpatizantes peronistas habían cubierto la histórica plaza. Todo era euforia, alegría, emoción. Nadie imaginaba que era el comienzo de una de las etapas más trágicas de nuestra historia. El 20 de junio debía aterrizar en Ezeiza el avión que transportaba a Juan Domingo Perón. Esa jornada fue histórica pero no por el arribo definitivo de Perón al país después de 18 años, sino por la matanza que se produjo en los alrededores del aeropuerto de Ezeiza. Ese día los dos peronismos, el de derecha y el de izquierda, dirimieron sus diferencias a balazos. Creo que a esta altura de los acontecimientos poco interesa saber quién provocó a quien. Lo cierto es que Perón, a raíz de la gravedad de lo que estaba sucediendo, no tuvo más remedio que aterrizar en Morón. Lejos de haber sido una fiesta cívica, ese 20 de junio pasó a la historia como “la matanza de Ezeiza”. En julio Perón tomó una decisión que, a mi entender, marcó un punto de inflexión histórica. En efecto, el anciano líder debió optar entre la derecha o la izquierda de su movimiento. Lo hizo siendo fiel a su ideología: optó por la derecha, por el sindicalismo, por la ortodoxia. Perón había decidido desprenderse de la “juventud maravillosa” porque simplemente había dejado de serle útil. La salida de Cámpora de la Rosada marcó el fin de la experiencia de gobierno del peronismo de izquierda, un sueño que duró escasos meses. El 23 de septiembre de 1973 tuvieron lugar los comicios presidenciales. El resultado fue contundente: el 62 por ciento de la población decidió que Perón era el único dirigente capaz de sacar al país del atolladero en que se encontraba. Cuarenta y ocho horas más tarde los montoneros acribillaron a balazos a Rucci, un dirigente sindical que gozaba de la máxima confianza de Perón. El anciano líder consideró ese crimen una verdadera afrenta. Los montoneros le arrojaron ese cadáver como prueba de que con la Orga no se jodía. Es probable que en ese momento Perón haya ordenado el aniquilamiento de la guerrilla, no solo montonera sino también erpiana (ésta última ya estaba en la clandestinidad). En ese momento entró en escena la Alianza Anticomunista Argentina (triple AAA) liderada por José López Rega, un siniestro personaje que en ese momento era Ministro de Bienestar Social. Los miembros de la AAA y las fuerzas de choque sindicales entraron en combate con la Orga y el Erp. Se había desatado una guerra civil que nunca fue declarada como tal. A partir de entonces dejamos de ser un país democrático por la sencilla razón de que los derechos humanos fueron vilmente pisoteados por una guerra interna cruel y despiadada.

El 1 de mayo de 1974 Perón hablo frente a la multitud que colmaba la plaza. La JP y la Orga lo desafiaron de tal manera que lograron hacerlo encolerizar. “Llegó la hora de hacer tronar el escarmiento”, bramó. Dos meses más tarde falleció. El país estaba sumergido en un caos inmanejable. Lamentablemente, asumió la presidencia la vicepresidente, “Isabel”. A partir de entonces y hasta su derrocamiento el país quedó en manos del peronismo de derecha puro y duro. Los asesinatos comenzaron a sucederse sin solución de continuidad provocando angustia y desasosiego en la población. En 1975 la presidente pidió una licencia siendo ocupado su lugar por Italo Luder quien ordenó el aniquilamiento de la subversión. Mientras tanto desde los grandes medios se propalaba la idea del “vacío de poder”. A esa altura de los acontecimientos nadie daba dos pesos por la viuda de Perón. Lo que sucedió el 24 de marzo de 1976 no sorprendió a nadie. Todos nos preguntábamos cuando sucedería. “Isabel” fue secuestrada y posteriormente encarcelada en el sur. Horas más tarde asumía un triunvirato compuesto por Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera y Orlando Ramón Agosti. La inmensa mayoría de la población sintió un profundo alivio. Era el comienzo de lo que se conoció con el nombre de “Proceso de Reorganización Nacional”. A los pocos días asumió como presidente de facto Videla, un militar considerado un profesional. Pese a las diferencias entre sus miembros, el triunvirato coincidía en algo fundamental: el aniquilamiento de la subversión. Emulando a los franceses en Argelia, la Junta Militar decidió utilizar la metodología de la capucha para luchar contra el enemigo interno, decisión que fue respaldada por el entonces presidente de EEUU Ford. El terrorismo de Estado le provocó un daño inconmensurable a la Argentina, a tal punto que cuarenta y un años después las heridas no han cicatrizado. El lema de la Junta era aniquilar a la subversión, sin importar los medios. Maquiavelismo en su máxima expresión. El miedo que sentía la población por la guerrilla (ampliamente justificado, por cierto) fue hábilmente manipulado por los jerarcas militares para legitimar el terrorismo de Estado. Para colmo, la guerrilla, cuyo sueño de llegar al poder se había desmoronado como un castillo de naipes, aun conservaba el suficiente poder de fuego como para seguir estremeciendo a la población, sin advertir que con semejante demostración de barbarie lo único que lograba era legitimar la feroz represión estatal.

¿Contó el terrorismo de Estado con apoyo popular? ¿Era consciente la población de lo que estaba pasando? Lo cierto es que en los primeros tiempos de la dictadura Videla tenía, como dicen los encuestadores, una alta imagen positiva. ¿Para qué negarlo? Guste o no guste, la inmensa mayoría de la población estaba de acuerdo con el aniquilamiento de la subversión. Y aquí la pregunta fundamental, la más delicada: ¿estuvo de acuerdo la población con las desapariciones, las torturas y los vuelos de la muerte? Probablemente no, pero lo seguro es que, aún sabiendo lo que estaba pasando (porque se sabía lo que estaba pasando o, por lo menos, se sospechaba), hizo la vista gorda. Ahora bien, ¿hizo la vista gorda por miedo o porque estaba de acuerdo? Creo que el miedo fue el factor fundamental pero no hay que desechar la posibilidad de que un sector de la población haya estado de acuerdo con la capucha. Lo cierto es que la dictadura se sintió apoyada por el pueblo, al menos durante los primeros años. ¿Hubo una guerra o se trató de una feroz cacería humana? En mi opinión, hubo guerra en la provincia de Tucumán, copada momentáneamente por el ERP con el objetivo de transformarla en un estado dentro del Estado argentino. Estamos hablando de los años 1975/76. En el resto del territorio lo más probable es que se haya llevado a cabo una feroz cacería humana. Detenciones arbitrarias, centros clandestinos, torturas, vuelos de la muerte: he aquí el método utilizado por las fuerzas armadas para aniquilar a la subversión. Mientras tanto el todopoderoso ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz, sentaba las bases de un nuevo paradigma económico o, si se prefiere, instauraba en el país un capitalismo financiero que aún hoy perdura. El golpe contra Isabel implicó, pues, un cambio de paradigma que sólo podía ejecutarse a sangre y fuego. Todo esto contó con el visto bueno de la gran mayoría de los argentinos y de buena parte de la dirigencia política. ¿Es verdad o mentira que, por ejemplo, el justicialismo, la UCR y la democracia progresista santafesina aportaron muchos de sus cuadros para colaborar con los militares? Es verdad, obviamente. ¿Por qué, entonces, cuarenta y un años después ningún partido político se hace cargo de ese colaboracionismo? ¿Por qué, entonces, los políticos que hoy superan los sesenta años se rasgan las vestiduras pontificando sobre la democracia y los derechos humanos cuando algunos de ellos llegaron a ocupar cargos relevantes en la dictadura? Estamos en presencia de una gigantesca demostración de hipocresía. En efecto, todo el mundo es hipócrita a la hora de enjuiciar a los militares por sus demostradas violaciones a los derechos humanos. Ahora todos juran y perjuran que siempre estuvieron en contra de la dictadura. ¡Mentira! Habrá algunos que lo hicieron pero la verdad es que muchos otros coquetearon con Videla y compañía.

Hay quienes, como las Madres de Plaza de Mayo, consideran a los guerrilleros jóvenes idealistas. Puede ser que haya habido algunos idealistas entre sus filas pero lo cierto es que atacar a mansalva con bombas no es propio de los idealistas. La subversión cometió crímenes horrendos y eso nada tiene que ver con el idealismo. La cúpula guerrillera, tanto erpiana como montonera, creyeron que el pueblo los apoyaría masivamente. Se equivocaron groseramente. Lo que hizo el pueblo fue exactamente lo contrario: apoyó a los militares. Esta violencia fue sepultada con más violencia. Al terror guerrillero la dictadura le opuso su propio terror, el de la capucha. Ganó, obviamente, el terror de la capucha. La sideral disparidad de poder de fuego hizo que el terrorismo de Estado fuera una carnicería. Cuando la Conadep publicó su histórico informe todos nos horrorizamos. ¡Qué barbaridad! ¡Cómo fue posible que los militares cometieran semejantes barbaridades! Los militares pasaron a ser los malos de la película. Es cierto que lo que hicieron no tiene perdón de Dios, pero también lo es que fueron tan solo el brazo ejecutor del orden conservador para hacer desaparecer de la tierra a la subversión.

El 24 de marzo de 1976 es una de las fechas históricas más politizadas. Muchos son los que la utilizan para sacar miserables réditos políticos. Lo cierto es que el derrocamiento de “Isabel” fue posible porque muchos dirigentes políticos, económicos y eclesiásticos quisieron que se produjera. Nadie es inocente en esta trágica historia. Tampoco lo son los dirigentes guerrilleros que enviaron a la muerte a miles de jóvenes que creían en el paraíso socialista. La Argentina descendió a los infiernos. Nos acostumbramos a lo aberrante: centros clandestinos de detención, desapariciones, atentados mortíferos. La muerte había vencido a la vida. Nadie respetaba a nadie. Los derechos humanos no existían. Nosotros, como personas, tampoco. La tragedia sufrida se debió a la pasividad del pueblo y a la perversidad de quienes se sentían dioses del olimpo, de quienes se creían unos iluminados, unos elegidos por la providencia para decidir sobre la vida o la muerte de todos nosotros. En esta triste historia nadie es inocente. Nadie.

En su edición del 22 de marzo, Clarín publicó un artículo del militar Martín Balza titulado “24 de marzo: memoria y debates. Las raíces del terrorismo de Estado”. Dice el autor: “El sexto golpe cívico-militar del siglo XX en la Argentina se consumó el 24 de marzo de 1976. A diferencia de los cinco anteriores, fue el más anunciado y previsible. Con él se inició el más funesto y degradante período de nuestra historia. Desde fines de la década de los años ´60 e inicio de los ´70 se generó en nuestro país un terror robespierreano de organizaciones armadas irregulares de distinta orientación (ERP, Montoneros, la triple A) y el “terror blanco” de la ilegal represión paraestatal derechista, la Triple A, conducida por el brujo José López Rega, que se descargó sobre propios y ajenos” (…) “La asunción militar de funciones de gobierno y el fascismo criollo llegaron al paroxismo para oponerse, según ellos, a una teoría conspirativa del comunismo internacional que lideraba la Tercera Guerra mundial; pero también para terminar con el peronismo. Un dislate. ¿Se imponía el empleo de las Fuerzas Armadas para acabar con una violencia demencial? No. Las fuerzas de Seguridad y las Fuerzas Policiales no habían sido sobrepasadas. No estábamos en prolegómenos ni de la próxima guerra mundial, ni de una guerra civil” (…).

“¿Estaba aniquilada la capacidad de las organizaciones armadas irregulares? No, estaba muy debilitada y reducida su capacidad, pero mantenían aptitud para realizar actos terroristas y atentados indiscriminados, tal como sucedió. A principios de 1976 los miembros de las organizaciones armadas (principalmente Montoneros y ERP) no sumaban 2000 hombres con real adiestramiento operativo y limitado armamento. El mayor yerro de estas bandas-además de los crímenes cometidos-fue el delirio de enfrentar militarmente a las Fuerzas Armadas. La situación solo exigía el empeñamiento de la Gendarmería Nacional, Prefectura Naval, Policía Federal y Policías Provinciales (más de 300 mil hombres)” (…) “Al decir de Ernesto Sábato: “En los años que precedieron al golpe de Estado de 1976, hubo actos de terrorismo que ninguna comunidad civilizada podría tolerar. Invocando esos hechos (…) representantes de fuerzas demoníacas, desataron un terrorismo infinitamente peor, porque se ejerció con el poderío e impunidad que permite el Estado absoluto, iniciándose una caza de brujas que no solo pagaron los terroristas, sino miles y miles de inocentes”.

“En 1976” (…) “se pretendía volver a una etapa anterior al peronismo, achicando al máximo el Estado en lo económico y agrandándolo también al máximo en autoritarismo. El “mal gobierno” de entonces fue solo una excusa. La causa principal del golpe fueron las ambiciones de poder de altos mandos de las Fuerzas Armadas, secundados y estimulados por grupos de presión y sectores del poder económico, que se beneficiaron con el capitalismo prebendario impuesto-sin limitaciones-por el ministro de Economía, José Martínez de Hoz. En esa misma concepción, Arturo Pellet Lastra, refiriéndose a la dictadura, la calificaba de “netamente oligarca, tan vulnerable a las presiones del poder externo como implacable en la represión de la guerrilla”. El plan sistemático, concebido por los altos mandos de la dictadura, era depurar nuestro país mediante una forma extrema de eugenesia, que incluía la eliminación de todos aquellos que los represores consideraban “irrecuperables”. Esto incluía obreros, estudiantes, empleados, docentes, y también políticos, sindicalistas, periodistas, diplomáticos, religiosos y algunos deportistas y militares” (…) “Los represores obraron siguiendo deleznables procedimientos: desaparición forzada de personas, torturas, violaciones sexuales, ejecuciones clandestinas y extrajudiciales, robo de bebés, privación ilegítima de la libertad y saqueo de propiedades” (…) “Se colocaron en una dimensión moral peor que la de las organizaciones irregulares a las que combatieron, porque ellos actuaban-aún en un gobierno de facto-en nombre del estado y debían resguardar los derechos humanos esenciales” (…) “Que una cosa es el accionar criminal de grupos irregulares, y otra muy diferente es que el Estado se convierta en criminal. Lamentablemente, gran parte de la sociedad no advertía que aceptando una dictadura-como el mal menor-estaba coadyuvando al advenimiento de un terrorismo de Estado, de imprevisibles y atroces consecuencias”.

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