Por Luis Tonelli.-

La cuestión es sencilla: en el capitalismo líquido actual o las expectativas positivas desencadenan un efecto domino virtuoso del tipo “quien entra temprano, gana más”, o bien las expectativas negativas generan un efecto dominó vicioso del tipo “quien sale último, pierde todo”.

La economía kirchnerista, al basarse no en las expectativas de inversión sino en el enorme Big Push del gasto público, pudo hacer caso omiso durante casi una década del manejo de expectativas. El arco comunicacional opositor podía despotricar todo lo que quisiera -sufriendo en todo caso el rigor de la pauta publicitaria- pero las grandes empresas contratistas del Estado o las empresas oligopólicas ligadas al consumo trataban directamente con el Gobierno en una suerte de staatskapitalisme. Esta antigualla de la Guerra Fría duró lo que le permitió estar aislado del mundo financiero internacional los dólares que producía una soja de la cual se demandaba cada día más, y valía cada vez más en el mundo.

El aislamiento fue el que habilitó a que la Argentina desarrollara la economía que su Gobierno quiso (y en un punto la que admitieron los empresarios argentinos y gran parte de la ciudadanía). Como siempre, el descalabro provino de la creciente falta de dólares. A la tradicional fuga de dólares, se le agregó la demanda de los verdes papelitos que implicaba una economía en crecimiento basada en el hiperconsumo popular. Más autos, más pantallas planas, más aires acondicionados, más celulares; más demanda de energía, implicando más importación de combustible; más sobrevaluación del peso, y por lo tanto más viajes al exterior. Por otra parte, la recuperación de los Estados Unidos, llevó a que la Fed elevara un poco la tasa de interés y automáticamente la parte financiera del precio de la soja se evaporó, a lo que se le sumó el ralentamiento del crecimiento chino, y consecuentemente de su demanda de commodities (un tanto menos dramática en lo que hace a los granos, afortunadamente).

Así como la oleada de gobiernos populistas debía su base estructural al aumento incesante del precio de las commodities, sus problemas comenzaron previsiblemente cuando esos ingresos extraordinarios comenzaron a menguar. Como ya lo supo tempranamente el General en su segunda presidencia, el populismo no depende de la voluntad de un gobierno para serlo si no de los dólares con que cuenta.

Hay que decirlo: el kirchnerismo tuvo su oportunidad de volver a los mercados internacionales con Amado Boudou (quien su caída en desgracia pareció provenir más de su interna con Zannini que por las acusaciones que recibió, dado el salvoconducto del que, comparativamente, disfrutaron conspicuos enriquecidos del régimen). Si el luego vicepresidente le proveyó a CFK los fondos que le permitieron al país zafar de la recesión mundial gracias a la audaz medida de terminar con las AFJP, ya vicepresidente propuso salir del default arreglando con el Club de Paris y los Fondos Buitres. Pero Axel Kicillof engatusó a la presidenta con promesas de una economía que aumentando y corrigiendo el catenaccio al dólar, a los precios y a las estadísticas instaurado por el secretario de comercio Guillermo Moreno le iba a permitir la reelección eterna. De todos modos, el cambio de régimen económico a una economía más abierta implicaba terminar con el tirar manteca al techo kirchnerista y con la caterva de sabandijas enriquecidos brutalmente (entre ellos no pocos empresarios del Palacio Duhau). Algo que parece imposible de que sucediera.

Sabemos cómo siguió la historia: la falta de insumos importados sumió a la industria en una larvada crisis, la inflación comenzó a molestar a los consumidores, el cepo al dólar sumió a las franjas medias en la bronca (si los yanquees dicen “mi colt es mi libertad”, los argentinos dicen “el comprar dólares es mi libertad”). La situación crítica en ciernes le impidió a Daniel Scioli ganar las elecciones, pero si alcanzó el combustible para que CFK dejara la Casa Rosada incluso acortándosele judicialmente el mandato en algunas horas, de tanta gobernabilidad que conservó.

Todo este racconto simplemente como para poner en contexto el funcionamiento que venía teniendo nuestra economía y que volverla a reactivar pasando de una economía de Big Push a una de Expectativas que atraiga la inversión no es soplar y hacer botellas, como algunos cándidos o interesados declamaron.

El impacto negativo de una mala Macro se siente inmediatamente sobre los aspectos microeconómicos: un tipo de cambio no competitivo arruina a las economías regionales en un abrir y cerrar los ojos. Pero el mejoramiento de las condiciones macro no impactan inmediatamente en la microeconomía: los actores deben acostumbrarse a la nueva situación -de pasar al fragote con el Gobierno tienen que recuperar competitividad, exportar, atraer inversiones, cosas que no hicieron por mucho tiempo-. Los productores tienen que desmalezar los campos arruinados, volver a sembrar, conquistar mercados perdidos. Todo lleva tiempo, y ahí es muy importante la mano del Estado -no para “tirar dinero desde el helicóptero” como hizo durante una década, sino para bajar los costos de transacción que paralizan una economía competitiva.

Mientras se da la reconversión, el Gobierno necesita generar Grandes Expectativas. Mejor dicho, dadas las expectativas de cambio con las que llegó el poder, el Gobierno necesita más bien no defraudarlas. Su apuesta radica en un gradualismo que no frustre las expectativas electorales. Se verá si alcanza para no generar la desazón de quienes podrían invertir en la Argentina, que son de quien ahora se depende si se pretende inaugurar un nuevo ciclo de crecimiento en el país. (7 Miradas, editada por Luis Pico Estrada)

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