Por Luis Tonelli.-

“Todo taller de forja parece un mundo que se derrumba”. La frase de Hipólito Yrigoyen, en su enigmático castellano, sirvió de divisa para los radicales P de ese momento, que se pasaron al peronismo, como Arturo Jauretche. Hoy, ante la forja del gobierno macrista, es el kirchnerismo el mundo que se derrumba, y nadie debería sorprenderse mucho.

Si al kirchnerismo de Néstor inicial le sobraba la palabra “ismo” (al tener pocas veleidades ideológicas), al Kirchnerismo de Cristina le faltaba Kirchner y le sobraba “ismo”. Sin embargo, los kirchneristas intensos siempre fueron Tigres de Papel ideológicos. Nunca sus “principios” prendieron en el campo popular, nunca se hicieron carne en la clase media, ni que hablar de los sectores acomodados.

La “ideología K” fue un “relato”, como ellos mismos lo bautizaron generado por un grupo de intelectuales totalmente alejados de la orografía del poder que vieron en su madurez hacerse realidad algunos de sus postulados setentistas (bastante rancios en el nuevo milenio). Los creyentes intensos, suelen ver signaturas milagrosas en las formas caprichosas que la naturaleza confiere a una veta en una montaña, y donde solo hay sílice admiran a la imagen de la mismísima Virgen.

De igual modo, estos intelectuales reinterpretaron lo que eran las formas y procesos que tomaba el poder desnudo como si fueran la manifestación de un movimiento revolucionario en contra del capitalismo global esparcido por toda América Latina. Desde allí, y para ejemplo de todo la progresía mundial, era en nuestro continente que se colocaba en la vanguardia en la crisis final de la economía turbo burguesa.

Estos intelectuales no se interrogaron nunca demasiado, como científicos sociales que presumían ser, cuáles eran las causas de esa autonomía relativa, y porque se daba justo por estas playas la proliferación de gobiernos populistas. Lo que era obvio, fue obviado, poniéndose énfasis en un componente clave de la política setentista, la “voluntad”, tan ajeno a la tradición del materialismo dialéctico, y de tan funestos efectos concretos. En realidad, un análisis marxista simple los hubiera alertado de que el populismo de gauche vernáculo se asentaba sobre la efímera bonanza de las commodities, sostenida por la turbo demanda del turbo capitalismo global.

Desaparecidas sus bases materiales, el “relato” populista de izquierda solo ha quedado cobijado en las marionetas fantasmagóricas del kirchnerismo residual, que no tienen capacidad siquiera de enunciación, y en algunos sectores que se emperran en considerar que los últimos años de CFK no fueron un tirar manteca al techo sino la constatación de que finalmente se le estaba ganando la guerra al capitalismo, consiguiéndose el milagro de aumentar los salarios, gracias a arrojar dinero desde los helicópteros presidenciales. Como se dice, “si te caes del Obelisco, mientras estas en el aire, va todo bien”.

Claro, el único problemita fue que ese dinero nacional quería pronto convertirse en moneda dura, o comprar cosas en moneda dura, lo cual llevó a la escasez de dólares, retornando el stop and go, cuando la entonces Presidenta se la pasaba diciendo que habíamos pasada a un sistema donde solo era posible el ¡“Go, go!”

De allí que sorprenda que desde el periodismo se siga hablando de la Grieta, que dividiría el país en dos bandos irreconciliables, tal como sucedió durante la época del peronismo y el antiperonismo rampante. O del enfrentamiento interno entre derecha e izquierda en el movimiento que luego quedaría corregido y aumentado asesinamente por los burócratas fríos del Proceso. Y ponen como ejemplo manifiesto lo que sucedió en la marcha del Nunca Más en confrontación con la visita de los Presidentes Macri y Obama a la tétrica ESMA donde quedaron patentes dos posiciones irreconciliables.

Las posturas que expresan minorías intensas se dan a un lado y al otro del poblado centro ideológico donde se encuentra la mayoría de la sociedad. Las mismas elecciones presidenciales dieron cuenta de esto: perdió el candidato que, pese a que su imagen trasuntaba moderación, se emperró en enarbolar un discurso que en vez de dirigirse al “centro” del electorado, le hablaba a las minorías intensas. La recuperación en las encuestas que lo llevó en el sprint final a estar muy cerca de Mauricio Macri se dio cuando Daniel Scioli echó mano al discurso del miedo al ajuste, para el cual no hay ideología que valga.

Paradójicamente, hoy hablar de Grieta es casi postular que no tienen que existir esas minorías intensas y que todos tendríamos que converger en una tonalidad amarillo pálido. Que estemos en una época de fin de las ideologías, y de los grandes relatos y organizaciones no significa que la sociedad siempre se enriquece de la variedad de posturas y posiciones, de las que su racionalidad y sensatez debe probarse en el debate y juzgada por la opinión pública.

Ya bastante licuación sobre ella produce los formatos mediáticos más propios para discutir sobre avatares de vedettes y galanes que sobre el destino de la humanidad, que ahora someterlo a la censura implícita de pedir por una sola Nación y una sola voz, que encima, no se caracteriza por que diga mucho. (7 Miradas, editada por Luis Pico Estrada)

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