Por Juan José de Guzmán.-

Los abogados, por suerte no todos, suelen, cada tanto, darnos muestras de sus habilidades para abandonar sus escrúpulos encontrando los vericuetos legales para defender aquello que es indefendible. A pesar de que a priori pudieran existir razones que alimentasen las sospechas en torno a “un hecho” por el que haya sido convocado y que “ese hecho” vaya en dirección contraria a la verdad, allá irá entonces con la lupa, buscando todos los artificios para que aquello que es blanco, en tanto no haya sido debidamente corroborado, pueda verse de otro color, o encontrar errores procesales que den por tierra con lo actuado hasta aquí, con tal de lograr el sobreseimiento de su cliente. Esto le podrá generar alguna carga en su conciencia, pero también una pingüe ganancia, por lo que aquello que en un principio representaba un dilema ético-moral entre lo verdadero y lo falso, pasará entonces a depender de un movimiento pendular entre valores e intereses.

Así nos encontraremos con aquel que en el histórico juicio a la Junta de Comandantes defendió a ultranza los derechos humanos y la dignidad de las personas, patrocinar a actores de la política que se encuentran en las antípodas de la honorabilidad, vendiendo sus apreciados servicios desde un bufete. U otros, como uno de los defensores de la ex Presidenta, acusada de hechos de suma gravedad que, consultado por los periodistas admitió haber dicho que no le importaba el dinero, cuando se negó a defenderla hace nada, y que hoy lo hace, “con uñas y dientes”. ¿Será por valores éticos? ¿Por convicciones morales? Vaya uno a saber cuáles serán sus razones.

«Éstos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”, decía Groucho Marx en una de sus máximas.

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