Por Hernán Andrés Kruse.-

Estamos viviendo horas decisivas. El tiempo apremia y cuando todo parecía indicar que el Presidente de la Nación anunciaría con bombos y platillos antes del fin de semana el acuerdo con el FMI, el espinoso tema de los subsidios al servicio eléctrico complicó todo. De todas maneras, todo parece indicar que finalmente el acuerdo llegará al Congreso para que la mayoría de los legisladores lo aprueben. En consecuencia, una vez más un gobierno argentino decidió atar su suerte política a la convivencia forzada con el histórico prestamista internacional de última instancia. Una vez más los argentinos no tendremos más remedio que soportar un virtual cogobierno con el FMI, un examen trimestral de los técnicos del FMI de la marcha de la economía.

Lo más increíble es que no será la primera vez que nos vimos expuestos a semejante humillación. Hace exactamente veinte años (marzo de 2002), en plena presidencia de Eduardo Duhalde, arribó al país un grupo de técnicos del FMI comandados por Anoop Singh, quien llegó a presionar al Congreso para que legisle en función de los intereses del poder financiero. Tengo en mis manos un notable libro de María Seoane titulado “El saqueo de la Argentina”. Data de 2003. En las primeras páginas describe con lujo de detalles el andar de Singh en Argentina en aquel caótico y terrorífico 2002. Refresquemos nuestra memoria histórica.

Dice Seoane: “Singh llegó a Buenos Aires al frente del flamante Departamento de Operaciones Especiales del FMI, a cargo de economías en default (…) El desembarco de Singh tenía condimentos políticos tácitos. Washington y el resto de los miembros del G7 desconfiaban de Duhalde porque lo creían un aliado inseguro de las reformas de mercado que ellos impulsaron en alianza con Menem (…) Duhalde no había vetado hasta ese momento la Ley de Quiebras sancionada por el Congreso en febrero, tal como se lo habían pedido. Esta resistencia, pequeños actos de desobediencia política del gobierno argentino según el FMI, irritaba aún más a los funcionarios del Departamento del Tesoro o board del FMI. El principal reclamo de Singh en esa visita fue la “seguridad jurídica”. En aquellos días se habían sucedido escenas en las que se vio a jueces con sus secretarios abriendo, algunos a soplete, los tesoros de los bancos luego de haber hecho lugar al pedido de amparo de ahorristas confiscados (…) Tampoco entendía las demoras en vetar la Ley de Quiebras. Y comenzó a exigir que se derogara la ley conocida como de Subversión Económica, sancionada los meses previos a la dictadura de 1976, de la que se valían los jueces para encarcelar a los banqueros acusados de delitos de lavado y fuga de dinero (…).

“Pero la Argentina, a pesar de que los cruces con el FMI eran cada vez más virulentos, todavía seguía pagando su deuda con los organismos multilaterales de crédito para no desengancharse totalmente del mundo con un default generalizado. Hasta septiembre, esos pagos sumarían más de 4.100 millones de dólares. El FMI, obsesivamente, pedía a voz en cuello que el congreso sancionara a medida las dos leyes clave para este proceso. Cada una de estas leyes, de Quiebras y de Subversión Económica, tuvo un trámite escandaloso en el Congreso que mostró cabalmente el deterioro institucional de la Argentina presa, por entonces, de todo tipo de lobbies y juegos de intereses (…) Sin embargo, a pesar de la aprobación de las leyes, el FMI siguió “corriendo el arco”. Transcendió que el responsable del FMI ante la Argentina, el indio Singh, había informado al directorio del organismo que los bancos extranjeros radicados en la Argentina exigían que el gobierno aprobara un bono compulsivo a diez años sobre todos los ahorros y una compensación por la derogación parcial del CER por más de 12 mil millones de dólares en caso de tener que abrir el corralito”.

Argentina fue humillada de esta manera tan descarada por el FMI hace tan sólo 20 años. Si en aquel momento el cogobierno con el FMI terminó en un desastre ¿por qué ahora sería diferente? Aquí cabe recordar la famosa sentencia de Einstein, quien afirmó que la locura es “hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes”.

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