Por Malú Kikuchi.-

Los argentinos somos “hipócritas”, por lo menos en el tema educación. La palabra viene del griego, donde quería decir Actor, sin ninguna connotación negativa. Ahora la tiene, hipócrita es definido como una persona que finge una cualidad, sentimiento, virtud u opinión, que no tiene. Nosotros somos hipócritas con respecto a la educación, ocupa el 7º lugar en las demandas sociales.

Repetimos que la educación nos importa, no es cierto. En “La tragedia educativa”* de Jaim Etcheverry, cuenta que todos decimos que la educación en nuestro país es un desastre, salvo en el colegio de nuestros hijos. Esa es la primera forma de hipocresía, todos son malos, menos los míos y hasta los buenos colegios son malos. No podemos competir con el 1º mundo, nuestros chicos pierden por goleada.

Estamos festejando un pequeño adelanto con las pruebas Aprender. Hay más chicos ¡que entienden lo que leen! Chicos del 6º grado de primaria y del secundario. ¡Qué logro! ¡Leen y lo entienden! En matemáticas el mismo desastre de siempre. El 70%, en cualquiera de los 12 años de colegio, es malo en matemáticas. Si ni los chicos ni los profesores son tontos, el que es pésimo es el sistema.

Pero a nadie se le ha ocurrido cambiar el sistema, o siquiera revisarlo para ver dónde está la falla. Mientras, de cada 10 chicos con cerebros normales y capacidad de aprendizaje, 7 son malos en matemáticas. ¿Nosotros estamos haciendo algo al respecto? Nada. No me refiero a la enseñanza particular, que es la opción de padres que quieren una educación religiosa o un determinado idioma.

La que importa es la educación pública. Es el único rasero social y económico que existe. Un chico de cualquier villa, bien educado, puede que encuentre la cura del cáncer o como colonizar un planeta el día de mañana. Pero hay que educarlo… bien. Seguimos enseñando como a principios del siglo XX, cuando éramos una potencia educativa. Hoy damos lástima. A la educación hay que cambiarla, el mundo en el que vivimos no necesita lo que enseñamos.

Pocas materias, muchas ciencias duras, idiomas, cibernética, chicos obligados a hacer intercambios todos los años, cuestión de vivir otras culturas y, leer un libro por semana. Lo que está en Google no se enseña, es cuestión de preguntar. Hay que enseñarles a pensar, si piensan sabrán preguntar y si preguntan encontrarán las respuestas. No más chicos loros aprendiendo fechas. Rescatar los valores básicos del respeto por el otro, las libertades individuales, la tolerancia, la armonía en la convivencia. Pero de eso, nada.

Soñamos con 180 días de clase que no se cumplen. Los países del 1º mundo tienen 210 días de clase y los chinos, 230. Doble escolaridad. ¿Cómo van a hacer nuestros argentinitos para competir cuando sean grandes? Los estamos condenando a ser mano de obra sin ningún valor agregado y esto es imperdonable. No digan que no podemos como sociedad hacer nada. No es cierto, la presión social es poderosa.

Hemos salido a la calle para reclamar justicia, dinero que nos estafaban, defender al campo (teniendo tierra en macetas), criticar o apoyar a un determinado gobierno, nunca salimos por la educación. Nunca salimos para que las clases empezaran en tiempo y forma, nunca salimos para que los que se llaman gremios de la educación, no nos extorsionen robándonos el mañana.

Venimos de un fin de semana furiosos con la liberación de Cristóbal López, en tweeter se convirtieron en hashtag, al punto tal que obligó al Presidente a mostrar su indignación por el fallo y a la Corte a pedir explicaciones sobre la conformación del tribunal. Eso lo conseguimos como sociedad enojada por una injusticia puntual. ¿Qué no podríamos conseguir si pusiéramos ese mismo empeño en tratar de mejorar, cambiar, “aggiornar” nuestro vetusto sistema educativo?

No más hipocresía, no digamos que nos importa la educación, hagamos que nos importe. Es vital para el país, más que cualquier obra pública; nuestra riqueza no está en Vaca muerta, o en el turismo, o en la soja, está en nuestros chicos educados para el futuro. Decía Martínez Estrada*, “Si el caballo piensa, se acabó la equitación”. No permitamos que el destino de nuestros chicos sea el de ser los caballos de un mundo globalizado que educa a sus niños de una forma distinta. Una forma adecuada a los tiempos que ya están llegando.

* “La tragedia educativa” 2006, Guillermo Jaim Etcheverry.

* “Las 40 y” 1957, Ezequiel Martínez Estrada.

Share