Por Jorge D. Boimvaser.-

¿Registrás el film de Ettore Scola “Sucios, feos y malos”? Una familia numerosa viviendo en un lugar deplorable ajeno a la Italia floreciente de antaño.

Los alquileres en CABA, sumado a los servicios, expensas y demás gastos conforman una vida terrorífica para quienes no pueden tener vivienda propia ni alquilar. Y a eso se suma una vieja historia que no olvidamos. Cuando asumió como gobernador de CABA, Mauricio Macri le echó el ojo a los terrenos donde está ubicado el neuropsiquiátrico masculino Borda. Pocos sabían aquí que su meta era ser una especie de Donald Trump porteños. Y el Borda era un espacio ideal para erigir una torre monumental en medio de una zona desarraigada.

Macri llegó a proponer que las familias que aceptasen alojar en su casa a un enfermo mental (no peligroso, aunque nunca se sabe) recibirían del Estado porteño un subsidio económico. Tener un zombie en tu casa es hacer realidad “The Walking Dead”. Pero así iría bajando la dotación de pacientes del Borda y derivaría a quienes no tenían donde ira hospitales comunes.

El tema de los “manicomios” porteños siempre fue trágico. En el Moyano (el de mujeres) se descubrió una banda que “tuneaba” pacientes y las ponía en las calles a ejercer la prostitución. Y el Borda había que desalojarlo a toda costa.

Nadie quería tener un enfermo mental y ahí Macri cambió la estrategia.

Permitió que los conventillos de principios de siglo se convirtieran en hostels (hostel nuevo, conventillo viejo… dice el refrán). Casas tipo chorizo, habitaciones grandes donde se colocan hasta 6 cuchetas, una cocina de cuatro hornallas para todos y dos o tres baños. Nada en condiciones aceptables. Para no mostrar que esas pensiones deplorables tenían el consentimiento oficial, no se le exigía documentación que identificara a sus habitantes.

Al principio esos hostels eran viviendas comunitarias pasajeras. Venían del interior estudiantes que no podían pagar alquileres ni hoteles caros y hasta turistas europeos gasoleros que se alojaban allí por sumas discretas.

En el interior quienes íbamos a pescar en grupos (a Rosario, Corrientes y otros sitios), los hostels eran la forma gasolera de alojarse mientras buscábamos en el Paraná sábalos y dorados. Era vida comunitaria sana, algo así como campamentos urbanos.

Pero en CABA se agravó todo con los alquileres y “los emprendedores” inmobiliarios buscaron casas de principios del siglo XX que con un toque de chapa y pintura comenzaron a alojar a los dementes del Borda, a quienes no tenían forma de vivir salvo alquilar en barrios indigentes o en los hostels de la ciudad.

San Telmo se convirtió en un paraíso para esos “emprendedores”: La manzana alrededor de la ex Biblioteca Nacional posee edificios donde hay que subir por escalera varios metros pues datan de las épocas que las inundaciones llegaban hasta la actual Av. Paseo Colón. Además no poseen registros de pasajeros, por lo cual delincuentes prófugos se alojan con identidades truchas.

En los últimos años se sumaron los cientos de miles de venezolanos exiliados de la dictadura de Maduro que llegaron a Buenos Aires. Chicos de clase media que se organizaron para tener vivienda y trabajar sin mayores dramas. Pero las habitaciones se empezaron a llenar de personas de todo color y pelaje.

Al lado de la vieja y tradicional confitería “La Ideal” (Suipacha y Corrientes), un hostel organizaba fiestas (sexo, droga y rock and roll) que después de muchas quejas tuvo que ser clausurado.

En Villa Urquiza (Donado a metros de Triunvirato) una casa chorizo convertido en hostels para enfermos mentales salidos del Borda es una verdadera cueva de zombies.

Allí corre a mas no poder las drogas legales conseguidas ilegalmente: Alplazozlam y Clonazepam. Lo administra un personaje conocido en el barrio como “el gordo evangélico”. Se hace llamar así para simular que su casa en una zona muy coqueta era una “saco lleno de huesos”.

La Buenos Aires esquizofrénica está a la vista. A cuadras de Puerto Madero ciénagas de gente que sufre las consecuencias de una sociedad desigual. Sumale los venezolanos y colombianos que llegan a Buenos Aires (no todos con la intención de escapar a gobiernos dictatoriales y hambre por doquier), si no se le encuentra una solución pronto al tema de la vivienda adornaremos nuestro pintoresco San Telmo en una zona donde la gente honrada ya pide a los gritos que aparezcan los Chocobar para poner un poco de orden en la desahuciada reina del plata.

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