Por Elena Valero Narváez.-

En Argentina siguen prevaleciendo ideas que impiden que los gobiernos puedan implementar un cambio duradero favorable al progreso económico. Quién entiende algo de política sabe que no se pueden implementar programas económicos si no existe el consenso suficiente, salvo que se haga autoritariamente.

En nuestro país la experiencia muestra que la gente cree en mitos que retrasan el progreso. Uno de ellos es la fe que se tiene en la empresa estatal en vez de tenerla en la economía privada. La gente no advierte en la corrupción que produce la burocracia estatal. Piensan en la Patria cuando afirman la “soberanía nacional”. Es así como el Estado carga con empresas deficitarias aumentando la presión fiscal para poder sostenerlas. Se suman los intereses corporativos que levantan la voz ante cualquier intento de privatizar porque con ello ponen en riesgo diversos privilegios.

Las empresas privadas, donde el Estado no tiene participación, se ven en inferioridad de condiciones porque no están protegidas como las dependientes del Estado. Con la cantinela de “defender las fuentes de trabajo” se mantienen empresas deficitarias o que necesitan de años de prebendas y privilegios para que puedan funcionar razonablemente. Se evita, por ello también, una reforma que flexibilice el mercado laboral.

En Argentina las empresas del Estado no han estado sujetas a la ley de quiebras ni a la competencia por lo cual, aunque han tenido enormes pérdidas, fueron financiadas por los gobiernos de turno. Este sistema ha pervertido también a las empresas privadas, las cuales han intercambiado fidelidad al gobierno por prebendas y políticas que fomentan el compre nacional. Es así como se defiende el nacionalismo industrial por el cual la mayoría de los argentinos compran caro pero producido en el país o van como, en la actualidad ocurre, a países vecinos donde los precios son razonables. La importación de productos extranjeros se ve como un sacrilegio y un acto de entrega al capital extranjero.

No ayuda tampoco la estructura sindical corporativista, sin libertad sindical, que desde 1945, salvo en periodos muy cortos, nos ató a un régimen similar al de la Italia de Mussolini. Se reclaman privilegios al Estado y se lo amenaza con ejercer una oposición activa si no se les concede logrando, en muchas ocasiones, mantener al Gobierno como rehén sometido a sus caprichos y también a la sociedad, la cual sufre las huelgas decididas de la noche a la mañana. Se suma la retención de parte del salario de los trabajadores y de las obras sociales más la contribución patronal, con lo cual los sindicatos manejan fortunas que sus líderes han utilizado, en su mayoría, para convertirse en personas acaudaladas mediante mal manejo de fondos.

En Argentina el Estado protege a quienes lo amenazan. Subsidian, por ejemplo, al cine por lo cual nos vemos obligados a entregarle parte de nuestra riqueza a directores quienes por obtener el subsidio realizan obras de baja calidad artística.

La obra pública es uno de los mejores negocios de políticos inescrupulosos. Es por ello que los gobiernos evitan la participación privada. Se endeudan y aumentan los impuestos para poder realizar los negocios que tiene que ver con licitaciones y compras manejadas por funcionarios que se hacen “la América” a nuestra costa.

Nos hemos acostumbrado a la dominación del Estado. Y son pocos los que pueden protestar, no todos tienen el poder de los líderes sindicales. A los jubilados, por ejemplo, se los mantiene en la miseria. Viven con inseguridad económica y psicológica mientras los gobiernos saquean sus ahorros para financiar el gasto público que privilegia, para mantenerlos tranquilos, a los sectores que están en condiciones de enfrentarlo.

La situación de Argentina no ha variado mucho en el gobierno actual. Es cierto que hay mas grados de democracia, transparencia, libertad de la opinión, contactos amistosos con países del primer mundo y otras cosas positivas. Pero, un Gobierno que espera tantos meses para realizar un cambio que promueva una sociedad con mejor calidad de vida, en aras de ganar elecciones es peligroso. El tiempo es oro, cuatro años pasan en un suspiro. La carga impositiva perjudica, como nos dicen los manuales de economía, a vendedores y compradores. Ninguno se salva, unos venden menos y los otros compran menos, se pierde eficiencia e inversión por lo tanto perjudica el bienestar de la población. No falta mucho para que no se puedan pagar los impuestos. El estado también se perjudica porque si se reduce la producción y el consumo dejara de percibir ingresos. Esto se llama círculo vicioso.

El gobierno no debiera perder un minuto. Tendría que mostrar a la sociedad un buen plan de estabilización antes de las elecciones. Ya debieran tenerlo y lo antes posible también comenzar a ejecutarlo. Decirle a la sociedad cuáles son los objetivos a corto y largo plazo y las políticas para alcanzar el crecimiento económico. Evidentemente a esta altura les convendría saber que erraron el rumbo. Hay que ir hacia otro lado. Explicar y actuar. Dejar atrás los mitos nacionalistas que no tienen razón de ser en un mundo interrelacionado, donde un país estornuda y los otros se resfrían. Permitir que la gente produzca comparando los precios mundiales con el precio interno para producir aquello en lo que tiene una ventaja comparativa o sea en lo que pueda competir y especializarse en aquello que sepa y pueda hacer mejor, dejar de obligar a comprar argentino si es más caro y de inferior calidad.

Los impuestos, a los cuales nos tienen acostumbrados, sobre las importaciones de bienes, por presión de las empresas, permiten que los productores nacionales se beneficien sin competir y el Estado recaude más pero, otra vez, las perdidas las sufren los consumidores y son superiores a esas ganancias.

Los impuestos distorsivos hacen que la sociedad pierda los beneficios de la eficiencia del mercado, porque el Estado fagocita los recursos y altera los incentivos. También él se perjudica porque sus ingresos se reducen si achica el tamaño del mercado.

Ir hacia el libre comercio es la mejor política. No mantener empresas deficitarias y achicar el Estado para poder bajar los impuestos.

Si el presidente Macri quiere ganar elecciones debiera recordar que Ronald Reagan fue elegido presidente por un programa de gobierno que incluía una fuerte reducción de impuestos sobre la renta. La historia muestra, también, como se castigó con el voto a otros presidentes que subieron los impuestos. Entre otros ejemplos, la sociedad americana descontenta porque George Bush impuso nuevos impuestos no lo volvió a votar, eligió a Bill Clinton.

Cuando hay tantas voces que reclaman al Gobierno una política que mejore la economía, no habría que esperar que venga la tormenta y lo encuentre con un paraguas agujereado

Para absorber la desocupación y con ello disminuir la pobreza, el buen remedio es fortalecer la actividad privada, porque bajaría la inflación. Volver a principios filosóficos que marquen el rumbo liberal indicado en la Constitución alberdiana, sin el cual seguiremos sufriendo desórdenes y contradicciones.

Share