Por Cosme Beccar Varela.-

Nada más fácil ni menos peligroso, ni nada más justo y caritativo que escribir una carta a Macri pidiendo el indulto para los más de mil secuestrados políticos, ilícita y perversamente encarcelados desde hace más de doce años. Otros 366 fueron muertos por homicidio de Estado estando tras las rejas, por falta de atención, por la tortura que implica el régimen carcelario, por enfermedades mal tratadas y por la angustia de ver sufrir a sus familias días tras día. E inclusive, hoy me informa un lector que la Señora del Coronel Jorge Toccalino, uno de los secuestrados, murió, pero su marido no fue autorizado a salir de su prisión (tiene más de 80 años) para «ver el cadáver de su amada esposa y procurarle un sepelio digno, el Juez ha decidido que el cuerpo de tan digna mujer sea depositado en la morgue judicial, por “muerte dudosa”. Tal es así que no se tuvo la decencia de permitir su sepultura.» ¡Esos son los jueces que pueden decidir sobre nuestra libertad! ¡Unos perfectos malvados!

Ya expliqué en el nro. 1370 que esas personas privadas de su libertad son casi todos miembros de las FFAA de edad avanzada y que la injusticia de su detención es notoria porque «los jueces que los «condenaron» prevaricaron porque eran parciales y porque violaron en sus sentencias varias normas inderogables del derecho penal: contradijeron la cosa juzgada, aceptaron como válida la inaceptable «anulación» de las amnistías e indultos dictados por ley y por decreto en tiempos de Alfonsín y Menem; aplicaron retroactivamente leyes penales; sacaron a los acusados de sus jueces naturales convalidando la abolición de la Justicia militar; dictaron sentencias aceptando pruebas notoriamente inválidas, como lo fueron las declaraciones de testigos claramente parciales pues habían sido parte de la guerrilla combatida por los acusados; permitieron que las audiencias judiciales fueran un aquelarre de izquierdistas que presionaban a los jueces con su ira infernal; siguieron la presión de la prensa, siempre implacable y denigratoria de los acusados; etc. etc. etc »

O sea, no se trata de convalidar lo que algunos de esos miembros de las FFAA puedan haber hecho mal en los años 70 en su lucha contra el terorrismo. Yo no lo convalido. Lo que se trata es de hacer cesar una situación de hoy, criminal y despreciable, totalmente contraria a la Justicia y actuar como actúa la gente de bien, es decir, ayudar a esas personas que han sido arteramente condenadas a muerte sin sentencia válida, cuya situación atroz es un oprobio para todo argentino decente.

Como los jueces que prevaricaron para hacer posible esta monstruosidad siguen todos en sus cargos, no es dable esperar que ellos revoquen por contrario imperio las iniquidades que cometieron y como en el Congreso tiene mayoría el «kirchnerismo», el peronismo y la izquierda, tampoco es imaginable que dicten una ley de amnistía. Luego, la única manera de que cese esta brutalidad es un decreto de indulto presidencial que debe dictar Macri en uso de la facultad que le concede el art. 99 inciso 5to de la Constitución Nacional (versión 1994).

Propuse esto en tres artículos y en una súplica a todos los argentinos de bien para que escriban una carta a Macri como la que publiqué en el nro, 1371 de este periódico y la entreguen en la Casa Rosada bajo recibo o la manden por correo certificada los que no puedan llegar hasta la casa de gobierno.

Inclusive, a través de dos militares retirados amigos pedí a los dirigentes de la Unión de Promociones, que agrupa a miles de oficiales y suboficiales retirados (son 60.000 en total, aproximadamente), que promuevan el envío de esa carta por parte de sus asociados.

También esperaba que los Abogados por la Justicia y la Concordia, que son casi 600, se dieran por enterados del pedido y enviara cada uno de ellos la carta en cuestión a Macri.

Pues bien, he recibido sólo la carta del Sr. Carlos A. Bonorino avisando que la mandará y ninguna otra más. O sea, la totalidad de los lectores de «La botella al mar» (que son unos 10.000), los militares retirados, los Abogados por la Justicia y la Concordia y el resto de los argentinos que pudo enterarse de la propuesta o habérsele ocurrido por sí mismo, ignoraron esa obra de misericordia (incluyendo el Papa y los Obispos a pesar de que no dejan de proclamar falsamente que estamos en «el año de la misericordia») con una hipocresía de tartufos consumados.

Macri no contestó mi carta del 26 de Enero y, por supuesto, no tiene la menor intención de indultar a los secuestrados políticos. Por el contrario, al nombrar a Claudio Avruj Secretario de Estado de «Derechos Humanos», sabiendo que es un empecinado partidario de dejar morir a todos los secuestrados políticos en la cárcel, ha cometido una estafa política de las más repugnantes. Consiguió los votos de las familias de los secuestrados con la implícita (o explícita, a veces) promesa de liberarlos y ahora que está en el poder, sólo tiene ojos para las abuelas de la plaza de mayo y para cuanto kirchnerista acepta integrarse en su gobierno, pero no para las víctimas del odio terrorista y del prevaricato judicial.

Sin embargo, cumple a rajatabla el pacto de impunidad que seguramente firmó con la usurpadora presidencial, puesto que no ha denunciado a ninguno de los ladrones públicos de miles de millones de dólares que asolaron el país. La denuncia de un pequeño sátrapa del PAMI, por una malversación de poca monta, suena como un intento de promoción personal (a la que se ha dedicado desde que se hizo peronista y del PRO) más que como una excepción que viole ese pacto.

Esa indiferencia perversa del Presidente era de suponer, conociendo a Macri. ¡Pero que ninguno de los que puede esperarse compasión por las desventuradas víctimas de la «política de Estado» de los «derechos humanos», en la que, según dijo el Presidente de la Corte Suprema Lorenzetti, están empeñados los tres poderes del Estado de consuno, haya escrito esa carta pidiendo el indulto eso me ha dejado estupefacto y asqueado!

Realmente la Argentina desapareció, la argentina repugna, y los argentinos que saben y no actúan sólo inspiran desprecio. A los secuestrados políticos sólo les queda una salida: el llamado de Dios para que dejen esta vida. Les ruego que preparen sus almas para ese trance.

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