Por Hernán Andrés Kruse.-

Desde hace tiempo que el Congreso nacional tiene una mala imagen. En la época de Carlos Menem ese recinto fue escenario de la decisión de una mayoría circunstancial para legitimar el desguazamiento del Estado, aprobando las leyes de emergencia económica y de reforma estatal. Durante la efímera y traumática presidencia de Fernando de la Rúa, el senador Antonio Cafiero acusó a algunos de sus pares del peronismo de haber recibido dinero de parte del gobierno nacional para garantizar la aprobación de la ley de flexibilización laboral exigida por el Fondo Monetario Internacional. Más acá en el tiempo, en la época del matrimonio Kirchner, la oposición acusó continua y públicamente tanto a Néstor Kirchner como a su sucesora de haber transformado el parlamento en una escribanía. Con Mauricio Macri en el poder el Congreso no supo estar a la altura de las circunstancias al aprobar la capitulación de la Nación Argentina frente a los denominados “holdouts”, que no son otra cosa que delincuentes internacionales, como los que figuran en la larga lista que se acaba de filtrar desde Panamá.

Quizá sirva de consuelo pero la historia enseña que desde siempre el Congreso de la Nación lejos estuvo de servir a los intereses del pueblo. En 1913 apareció publicado uno de los libros más famosos de José Ingenieros, “El hombre mediocre”. El capítulo VII lleva por título “La mediocracia”. Parece escrito el año pasado. Reitero: este libro apareció publicado en 1913, es decir, en pleno auge del orden conservador, de la “Belle Époque”. Dice Ingenieros: “En ciertos períodos la nación se aduerme dentro del país. El organismo vegeta; el espíritu se amodorra. Los apetitos acosan a los ideales, tornándose dominadores y agresivos. No hay astros en el horizonte ni oriflamas en los campanarios. Ningún clamor de pueblo se percibe; no resuena el eco de grandes voces animadoras. Todos se apiñan en torno de los manteles oficiales para alcanzar alguna migaja de la merienda. Es el clima de la mediocridad. Los Estados se tornan mediocracias” (…) “Entra en penumbra el culto por la verdad, el afán de admiración, la fe en las creencias firmes, la exaltación de ideales, el desinterés, la abnegación, todo lo que está en el camino de la virtud y de la dignidad” (…) “En la primera década del siglo XX se ha acentuado la decadencia moral de las clases gobernantes. En cada comarca, una facción de vividores detenta los engranajes del mecanismo oficial, excluyendo de su seno a cuantos desdeñan tener complicidad en sus empresas” (…) “Políticos sin vergüenza hubo en todos los tiempos y bajo todos los regímenes; pero encuentran mejor clima en las burguesías sin ideales” (…) “Eso es la mediocracia: los que nada saben creen decir lo que piensan, aunque cada uno sólo acierta a repetir dogmas o auspiciar voracidades. Esa chatura moral es más grave que la aclimatación de la tiranía; nadie puede volar donde todos se arrastran. Conviénese en llamar urbanidad a la hipocresía, distinción al amaneramiento, cultura a la timidez, tolerancia a la complicidad; la mentira proporciona estas denominaciones equívocas. Y los que así mienten son enemigos de sí mismos y de la patria, deshonrando en ella a sus padres y a sus hijos, carcomiendo la dignidad común” (…) “Cuando las naciones dan en bajíos, alguna facción se apodera del engranaje constituido o reformado por hombres geniales. Florecen legisladores, pululan archivistas, cuéntanse los funcionarios por legiones: las leyes se multiplican, sin reforzar por ello su eficacia” (…) “El nivel de los gobernantes desciende hasta marcar el cero; la mediocracia es una confabulación de los ceros contra las unidades. Cien políticos torpes juntos, no valen un estadista” (…) “Las jornadas electorales conviértense en burdos enjuagues de mercenarios o en pugilatos de aventureros. Su justificación está a cargo de electores inocentes, que van a la parodia como a una fiesta” (…) “Los deshonestos son legión; asaltan el Parlamento para entregarse a especulaciones lucrativas. Venden su voto a empresas que muerden las arcas del Estado; prestigian proyectos de grandes negocios con el erario, cobrando sus discursos a tanto por minuto; pagan con destinos y dádivas oficiales a sus electores, comercian su influencia para obtener concesiones a favor de su clientela. Su gestión política suele ser tranquila: un hombre de negocios está siempre con la mayoría. Apoya a todos los gobiernos” (…) “En ciertas democracias novicias, que parecen llamarse repúblicas por burla, los Congresos hormiguean de mansos protegidos de las oligarquías dominantes. Medran piaras sumisas, serviles, incondicionales, afeminadas: las mayorías miran al porquero esperando una guiñada o una seña. Si alguno se aparta está perdido; los que se rebelan están proscritos sin apelación” (…) “Es de ilusos creer que el mérito abre las puertas de los parlamentos envilecidos. Los partidos-o el gobierno en su nombre-operan una selección entre sus miembros, a expensas del mérito o a favor de la intriga. Un soberano cuantitativo y sin ideales prefiere candidatos que tengan su misma complexión moral: por simpatía y por conveniencia” (…) “No sólo se adula a reyes y poderosos; también se adula al pueblo. Hay miserables afanes de popularidad, más denigrantes que el servilismo. Para obtener el favor cuantitativo de las turbas, puede mentírseles bajas alabanzas disfrazadas de ideal; más cobardes porque se dirigen a plebes que no saben descubrir el embuste. Halagar a los ignorantes y merecer su aplauso, hablándoles sin cesar de sus derechos, jamás de sus deberes, es el postrer renunciamiento a la propia dignidad”.

Ingenieros utiliza una contundente expresión para caracterizar la vida política de su época: “la política de las piaras”. Si a comienzos del siglo XX hubo piaras, cómo no las va a haber en la segunda década del siglo XXI. Las piaras se dejaron ver sin pudor luego del ascenso de Mauricio Macri al poder. Es como si el cambio de clima político las hubiera envalentonado. En la Cámara de Diputados el FPV conformaba la primera minoría. En poco tiempo esa primera minoría pasó a retiro por la decisión de un grupo de piaras comandadas por el ex titular de la ANSES, Diego Bossio, quien hace poco expresó sin ruborizarse que nunca había sido kirchnerista. Ese desgajamiento del bloque kirchnerista le garantizó a Cambiemos controlar la Cámara Baja. Ello explica porqué Macri se mostró confiado a partir de entonces en la aprobación del polémico “acuerdo” con los buitres. La aprobación llegó de manera “natural” gracias al voto afirmativo de esas piaras. Lo mismo aconteció en el Senado días más tarde. Las piaras conducidas por Miguel Ángel Pichetto le ofrendaron al presidente la gran victoria que necesitaba. Si Ingenieros hubiera vivido en esta época hubiera dicho exactamente lo mismo que hace un siglo: “Los deshonestos son legión; asaltan el Parlamento para entregarse a especulaciones lucrativas”. En efecto, hoy en la Argentina el Congreso está dominado por los inmorales, los alcahuetes, los traidores; está dominado por una lacra vil y repugnante, en suma.

En 1933 apareció publicado este texto del gran Roberto Arlt titulado “Aspiro a ser diputado” (Aguafuertes porteñas). Su texto goza de una estremecedora vigencia. “Señores: Aspiro a ser diputado, porque aspiro a robar en grande y a “acomodarme” mejor. Mi finalidad no es salvar al país de la ruina en la que lo han hundido las anteriores administraciones de compinches, sinvergüenzas; no señores, no es ese mi elemental propósito, sino que, íntima y ardorosamente, deseo contribuir al saqueo con que se vacían las arcas del Estado, aspiración noble que ustedes tienen que comprender es la más intensa y efectiva que guarda el corazón de todo hombre que se presenta a candidato a diputado. Robar no es fácil señores. Para robar se necesitan determinadas condiciones que creo no tienen mis rivales. Ante todo, se necesita ser un cínico perfecto, y yo lo soy, no lo duden señores”.

“En segundo término, se necesita ser un traidor, y yo también lo soy, señores. Saber venderse oportunamente, no desvergonzadamente, sino “evolutivamente”. Me permito el lujo de inventar el término que será un sustitutivo de traición, sobre todo necesario en estos tiempos en que vender el país al mejor postor es un trabajo arduo e ímprobo, porque tengo entendido, caballeros, que nuestra posición, es decir, la posición del país no encuentra postor ni por un plato de lentejas, créanlo”.

“Cierto es que quiero robar, pero ¿quién no quiere robar? Díganme ustedes quién es el desfachatado que en estos momentos de confusión no quiere robar. Si ese hombre honrado existe, yo me dejo crucificar. Mis camaradas también quieren robar, es cierto, pero no saben robar. Venderán al país por una bicoca, y eso es injusto. Yo venderé a mi patria, pero bien vendida. Ustedes saben que las arcas del Estado están enjutas, es decir, que no tienen un mal cobre para satisfacer la deuda externa; pues bien, remataré al país en cien mensualidades, de Ushuaia hasta el Chaco boliviano, y no sólo traficaré al Estado, sino que me acomodaré con comerciantes, con falsificadores de alimentos, con concesionarios; adquiriré armas inofensivas para el Estado, lo cual es un medio más eficaz de evitar la guerra que teniendo armas de ofensiva efectiva, le regatearé el pienso al caballo del comisario y el bodrio al habitante de la cárcel, y carteles, impuestos a las moscas y a los perros, ladrillos y adoquines. ¡Lo que no robaré yo, señores! ¿Qué es lo que no robaré?, díganme ustedes. Y si ustedes son capaces de enumerarme una sola materia en la cual yo no sea capaz de robar, renuncio ipso facto a mi candidatura. Piénsenlo aunque sea un minuto, señores ciudadanos. Piénsenlo. Yo he robado. Soy un ladrón, y si ustedes no creen en mi palabra, vayan al Departamento de Policía y consulten mi prontuario. Verán que performance tengo. He sido detenido en averiguación de antecedentes como treinta veces; por portación de armas -que no tenía- otras tantas, luego me regeneré y desempeñé la tarea de grupí, rematador falluto, corredor, pequero, extorsionista, encubridor, agente de investigaciones; fui luego agente judicial, presidente de comité parroquial, convencional, he vendido quinielas, he sido, a veces, padre de pobre y madre de huérfanas, tuve comercio y quebré, fui acusado de incendio intencional de otro bolichito que tuve. Señores, si no me creen, vayan al Departamento. Verán ustedes que yo soy el único entre todos esos hipócritas que quieren salvar al país, absolutamente el único que puede rematar la última pulgada de tierra argentina. Incluso, me propongo vender el Congreso e instalar un conventillo o casa de departamentos en el Palacio de Justicia, porque si yo ando en libertad es que no hay justicia, señores”. Para aplaudir de pie.

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