Por Hernán Andrés Kruse.-

La humanidad asiste azorada al escenario bélico montado en la frontera que separa a Rusia de Ucrania. Cada minuto que pasa se acrecientan las chances de un conflicto bélico entre ambos países que, de llegar a producirse, puede provocar una hecatombe de alcances impredecibles. Una vez más el poder, la razón de Estado, la obsesión por dominar al vecino, imponen sus códigos. Vladimir Putin, el autócrata que gobierna Rusia desde hace dos décadas, tiene todo preparado para lanzar una invasión sobre territorio ucraniano. Aparentemente el ex jefe de la temible KGB no vería con buenos ojos que Ucrania pase a formar parte de la OTAN. En las últimas horas mantuvo un tenso diálogo telefónico con Jose Biden, presidente de Estados Unidos. Según han hecho constar diversos medios de comunicación, el demócrata le habría advertido a Putin que si llega a invadir Ucrania las consecuencias serían devastadoras para su país.

La pregunta que todos nos estamos formulando en estos momentos es si una vez más el horror de la guerra se hará presente. Sólo Putin sabe la respuesta. De él depende que no estalle un conflicto bélico que puede arrasar con todo vestigio de vida humana. No hay que olvidar que Rusia es una potencia nuclear. El problema es que Estados Unidos también lo es. Si finalmente Putin y Biden deciden resolver la cuestión por la fuerza, la extinción de la humanidad está a la vuelta de la esquina.

¿Primará la cordura, la sensatez, la racionalidad? Ojalá que ello suceda. Soy consciente de que lo que propongo es imposible, pero sería aconsejable que alguien allegado a Putin y otro alguien allegado a Biden les acerquen un ejemplar de un libro extraordinario de Juan Bautista Alberdi, “El crimen de la guerra”, aconsejándoles que lean el capítulo VII titulado “El soldado de la paz”. Jamás leí un alegato a favor de la paz tan extraordinario.

Escribió el padre de la Constitución de 1853:

“La paz es una educación como la libertad, y las condiciones del hombre de paz son las mismas que las del hombre de libertad. La primera de ellas es la mansedumbre, el respeto del hombre, la buena voluntad, es decir, la voluntad que cede, que transige, que perdona. No hay paz en la tierra sino para los hombres de buena voluntad (…) La nación que no sabe ceder de su derecho en beneficio de otra nación, es incapaz de paz estable. No pertenece a la civilización moderna, es decir, a la cristiandad, por su moral práctica (…) Ceder de su derecho internacional en provecho de otra nación, no es disminuirse, deteriorarse, empobrecerse. La grandeza del vecino forma parte elemental e inviolable de la nuestra y la más alta economía política concuerda en este punto del modo más absoluto con las nociones de la política cristina, quiero decir, honesta, buena, grande (…).

Formad el hombre de paz, si queréis ver reinar la paz entre los hombres. La paz, como la libertad, como la autoridad, como la ley y toda institución humana, vive en el hombre y no en los textos escritos (…) La ley escrita es el retrato, la fotografía de la ley verdadera, que no vive en parte alguna cuando no vive en el hombre, es decir, en las costumbres y hábitos cotidianos del hombre; pero no vive en las costumbres del hombre lo que no vive en su voluntad, que es la fuerza impulsiva de los actos humanos. Es preciso educar las voluntades si se quiere arraigar la paz de las naciones. La voluntad, doble fenómeno moral y físico, se educa por la moral religiosa o racional, y por efectos físicos que obran sobre la moral. Y como no hay moral que haya subordinado la paz a la buena voluntad tanto como la moral cristiana, se puede decir que la voluntad del hombre de paz es la voluntad del cristiano, es decir, la buena voluntad (…).

La paz significa el orden; pero el orden no es orden sino cuando la libertad significa poder. Regla infalible de política: la voluntad que no está educada para la paz, no es capaz de libertad, ni de gobierno. El poder y la libertad no son dos cosas, sino una misma cosa vista bajo dos aspectos. La libertad es el poder del gobernado, y el poder es la libertad del gobernante; es decir, que en el ciudadano el poder se llama libertad, y en el gobierno la libertad se llama facultad o poder (…) La paz está en el hombre, o no está en ninguna parte. Como toda institución humana, la paz no tiene existencia si no tiene vida, es decir, si no es hábito del hombre, un modo de ser del hombre, un rasgo de su complexión moral. En vano escribiréis la paz para el hombre que no está amoldado en ese tipo por la obra de la educación; su paz escrita, será como su libertad escrita: la burla de su conducta real. Dejadme ver dos hombres, tomados a la casualidad, discutir un asunto vital para ellos, y os digo cual es la constitución de su país”.

Sublime.

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