Por Hernán Andrés Kruse.-

El señor Tito de Palermo tuvo la gentileza de publicar un breve comentario a mi artículo sobre la génesis del kirchnerismo. El autor menciona el excelente libro de Juan José Sebreli titulado “Crítica de las ideas políticas argentinas”, haciendo énfasis en las páginas 282/84, en las que el autor toca el tema de “las paradojas del peronismo”.

Dice Sebreli: “El impasse de la política argentina desde 1955 a 1983 estaba provocado por el carácter paradójico de las relaciones entre peronismo y antiperonismo. La restauración de la democracia se encontraba ante un dilema: la tolerancia llevada a sus límites implicaba no tolerar a los intolerantes, ante el peligro de que éstos terminaran con ella, lo cual obligaba a la vez a los tolerantes a volverse intolerantes. El sistema democrático no podía surgir de un golpe de Estado, pero sin éste el peronismo, con toda seguridad, se hubiese perpetuado en el poder hasta la muerte de Perón. Aun admitiendo el golpe como procedimiento de excepción, la posterior estabilización de la democracia no parecía posible sin la exclusión del partido peronista-por no ser democrático-, pero a la vez esto significaba la renuncia a la condición ineludible de la democracia, que exige el otorgamiento de derechos políticos a todos los individuos y grupos sin exclusión. La lucha contra el sistema antidemocrático obligaba, por lo tanto, a los demócratas sinceros-si los había-a negarse a sí mismos. Este dilema insoluble provocó en 1955 la crisis de los partidos democráticos como el socialista hasta su virtual desaparición, así como la división del Partido Radical. El sistema antidemocrático implantado por el peronismo obligaba a sus adversarios, por una lógica fatal, a ser igualmente antidemocráticos”.

El párrafo de Sebreli es por demás esclarecedor. El antiperonismo surgido con la Revolución Libertadora aplicó, para imponer su autoridad, aquellos métodos represivos que tanto había criticado durante el imperio de Perón. Para garantizar la vigencia de la democracia liberal, el antiperonismo se comportó de manera tan arbitraria como el peronismo. Como bien señala Sebreli, se trataba de un dilema insoluble. Efectivamente lo fue. Pero para ser honestos intelectualmente, cabe que formular la siguiente pregunta: ¿podía el gobierno de facto actuar de otra manera? Es fundamental, me parece, situarse históricamente. En las postrimerías de su segunda presidencia, la personalidad despótica de Perón se había manifestado en todo su esplendor. Su discurso del 31 de agosto de 1955 es la prueba más concluyente del desprecio de Perón por los valores medulares consagrados por la constitución de 1853.

Luego de producido su derrocamiento asumió el general Eduardo Lonardi, un nacionalista católico que enarboló la bandera de la conciliación (“ni vencedores ni vencidos”). Pero en aquel momento había vencedores (los antiperonistas) y había vencidos (los peronistas). La miopía política de Lonardi fue rápidamente reemplazada por el jacobinismo antiperonista del general Aramburu y el almirante Rojas. Ellos actuaron de manera tan draconiana porque consideraban que el peronismo era un virus que debía ser exterminado. Expresado en otros términos: el peronismo debía ser erradicado del territorio argentino. Ese diagnóstico llevó al gobierno de la Revolución Libertadora a proscribir al peronismo, a intervenir la CGT y a prohibir los nombres de Perón y Evita, entre otras medidas draconianas. Sebreli critica este accionar del gobierno de Aramburu y Rojas. Pero cabe reconocer que no había otra alternativa. Es fácil criticar el jacobinismo antiperonismo en el siglo XXI, como lo hace Sebreli. Pero los hechos históricos, por más dramáticos que sean, siempre hay que contextualizarlos. Ello no significa avalarlos desde la moral, por ejemplo, pero sí la intención de comprenderlos. Cabe, pues, la formulación de otra pregunta: ¿Por qué Aramburu y Rojas actuaron de manera tan despiadada? Porque para ellos el peronismo era un enemigo que debía ser aniquilado. El paso del tiempo demostró que el antiperonismo jacobino no hizo más que favorecer a su enemigo. En efecto, lo único que consiguió el antiperonismo en el poder fue transformar a Perón en un mito viviente. Pero en aquel entonces, es decir inmediatamente después del golpe contra Perón el antiperonismo furioso gozaba de un amplio consenso.

Efectivamente, se trata de un dilema insoluble. La historia demostró que el peronismo obligó al antiperonismo a peronizarse para intentar vencerlo. Pero fracasó de manera estruendosa. Por eso, al final del largo combate, el peronismo cantó victoria el 23 de septiembre de 1973, cuando Perón fue votado por el 62% del electorado.

A continuación, paso a transcribir algunos párrafos de un ensayo de María Estela Spinelli (IEHS- UNCPBA- UNMdP) sobre el peronismo jacobino.

La desperonización. Una estrategia política de amplio alcance (1955-1958)

El problema político más grave que afrontó el antiperonismo desde su triunfo por la vía armada en setiembre de 1955 fue ¿qué hacer con el peronismo? La solución consensuada, desperonización. Esta se convirtió en el signo distintivo y la nueva fuente de conflictos, violencias y frustraciones del gobierno surgido de la autodenominada “Revolución Libertadora”. Si bien la estrategia de desperonización,- a diferencia de las de desfascistización y desnazificación en las que se inspiraba-, fracasó y resultó política y moralmente condenada, quedando a la larga sepultada en el olvido por la mayor parte de sus impulsores, constituyó en la etapa histórica que analizamos una salida política legítima para la mayor parte del antiperonismo. El texto analiza, por un lado, las ideas, sentimientos y experiencias que fundamentaron el objetivo de desperonizar y por otro, la materialización de las políticas desperonizadoras en el contexto de los gobiernos de los generales Lonardi y de Aramburu (…).

La gestión de Aramburu y Rojas. Agudización del conflicto peronismo-antiperonismo.

El rápido traspaso del poder al general Pedro Eugenio Aramburu, cuya nominación había sido previamente acordada con los altos mandos de la Marina y la Aeronáutica, significó en el Ejército, la hegemonía de los sectores partidarios de la desperonización a ultranza y el compromiso por parte del nuevo presidente de consensuar las decisiones con las fuerzas armadas (33). Significó también una mayor participación de los partidos antiperonistas en el diseño de las políticas y el ingreso de sus cuadros dirigentes a la función pública, que había sido uno de reclamos insatisfechos por la gestión anterior. Así se ingresó en la etapa que el sector más radicalizado del antiperonismo y una significativa parte de la historiografía, basándose en el carácter protagónico otorgado a los partidos políticos antiperonistas, llamó democrática. Para entonces la desperonización había adquirido su propia dinámica y marco legal, imponiéndose como el tema central del clima político post-revolucionario. Desde mediados de noviembre de 1955 fue definida como objetivo básico del gobierno, destinado a desmontar el andamiaje del “aparato totalitario” (34). Este comenzó a ponerse en práctica inmediatamente con medidas orientadas contra el peronismo, contra el nacionalismo recientemente desplazado y poco después contra el comunismo, a quién se acusó de colaborar con los peronistas en actos de desestabilización y sabotaje. El mismo día que entró en funciones el presidente Aramburu, junto a la designación de los nuevos ministros de su gabinete – donde sólo se mantuvieron intactos los equipos del Ministerio del Interior y de Educación- firmó el decreto que declaraba intervenida la CGT, uno de los reclamos de la dirigencia política antiperonista desde el mismo 23 de setiembre (35). Otro decreto declaraba disuelta la Secretaría de Prensa y Actividades Culturales de la Presidencia que había sido denunciada en los últimos episodios como el nuevo centro de operaciones nazi-fascistas. Ambas medidas, acompañadas por la separación de los consejeros nacionalistas de la Junta Consultiva Nacional, fueron justificadas políticamente algunos días más tarde (…)

El nuevo carácter del proyecto desperonizador se hizo explícito en el discurso del presidente Aramburu, al pretender corregir el equívoco de la anterior gestión y responder a la naciente oposición: “…Estimo oportuno aclarar el verdadero sentido de la frase “No hay vencedores ni vencidos” que se está explotando para hacer aparecer al actual gobierno como cambiando el rumbo inicial de la Revolución. No debe confundirse su significado, que es de paz y concordia entre los argentinos, queriendo tomar esta frase al pié de la letra, como dando a entender que no ha habido un verdadero triunfo revolucionario, sino una pausa en el combate. – A ello agregaba- que la Revolución perseguía la concordia y amenazaba a los conspiradores, porque la frase no estaba referida a ellos, ni tampoco a los responsables de la tiranía y que sobre ellos recaerían las sanciones que correspondan” (43). Así, el antiperonismo del nuevo gobierno se mostró radical en su objetivo de desperonizar y la consigna magnánima del discurso anterior perdió vigencia. Perseguía la paz social, podría interpretarse que a diferencia del peronismo, que en su opinión la había quebrado al enfrentar a una clase contra otra, pero lo pretendía al precio de anular la identidad política del vencido. Y allí precisamente era donde debería plantear la lucha, porque evidentemente allí residía, según ellos, el órgano enfermo que contaminaba al cuerpo social (44).

(*) historiapolitica.com

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