Por Mauricio Ortín.-

Felipe y Marcela Noble Herrera son hijos adoptivos de la señora Ernestina Noble Herrera y, según se sospecha, ambos serían hijos biológicos de combatientes terroristas desaparecidos en la última dictadura militar. Las “Abuelas de Plaza de Mayo”, con la conducción de la Sra. Estela de Carlotto, buscan a aquellos hijos (de sus hijos muertos) que no fueron devueltos a sus respectivas familias. Notable gesto de amor, si lo que se persigue es terminar con la angustia y la impotencia de los que no conocen la suerte de aquel nieto, hermano o sobrino, intangible para los cinco sentidos mas, no así para el corazón. Mas, en el caso de los hijos de Ernestina Herrera de Noble (también, en otros) no parece ser ésa, precisamente, la intención; porque, en los argumentos y en las acciones de las abuelas, si algo falta, es amor; y, si algo sobra, es rencor.

La dictadura militar, que continuó la guerra sucia que instauraron los facciosos de derecha e izquierda durante el gobierno constitucional peronista, se apropió de niños recién nacidos en el cautiverio de sus progenitoras. Esperaban a que parieran las madres capturadas para recién matarlas y no entregaban a esos niños a sus abuelos o familiares directos. La razón es simple: ello habría significado delatarse a sí mismos por la suerte corrida por la madre. Una versión ridícula de los hechos pretende instalar en la opinión pública la idea de que los militares hicieron nacer a esos niños con el propósito de lucrar o apoderarse de ellos. Mucho más admisible y natural es pensar que el esperar a que las madres dieran a luz tenía que ver con la convicción de que el niño, todavía en el vientre materno, no tenía por qué compartir la responsabilidad ni la suerte de su progenitora. Eran inocentes y, por lo tanto, preservaron sus vidas (Los nazis y los estalinistas no se complicaban tanto). Ello no justifica ni la desaparición ni la tortura de las madres; mas, la selectividad para matar sólo al combatiente no es lo común en las guerras. No la tuvieron los aliados en la Segunda Guerra Mundial. El bombardeo de Hiroshima, Dresde, Hamburgo, etc., eximen de mayores comentarios. Tampoco, los Montoneros y el ERP exhibieron un alto grado de selectividad al matar. Las hijas asesinadas del Capitán Viola y del Almirante Lambruschini son pruebas de ello. Por cierto, ellas también tenían abuelas, madres y hermanos.

Felipe y Marcela Noble Herrera, si es que se comprueba que, efectivamente, son hijos de desaparecidos y, por este hecho, se manda a la cárcel a su madre adoptiva, Ernestina Herrera de Noble, habrán pasado por la cruel e insólita situación, siguiente: a) que el Estado argentino les haya matado a sus padres; b) que ese mismo Estado les haya dado otros padres y, a su vez estos, otra identidad; y c) que el Estado argentino a esa madre, que antes les dio y a la que ellos consideran su verdadera su madre, la encierre en una cárcel. Todo esto en nombre de la verdad, la justicia y los derechos humanos. ¿Se puede ser más cruel?

Cuenta la Biblia que el rey Salomón, en cierto día, debía decidir entre dos mujeres que reclamaban a un recién nacido como suyo. Ante la intransigencia de ambas, Salomón solicitó que a espada partieran en dos al niño y se lo repartieran. Entonces, una de ellas, airadamente, desistió en su demanda y pidió que entregaran el niño a la otra. Entonces el rey sentenció: “Entregad a aquella el niño vivo, y no lo matéis; ella es su madre”. Ahora bien, es imposible saber si Salomón obró de tal manera porque tenía la íntima convicción de quién era la verdadera madre o, más bien, porque tenía la íntima convicción de quién, de las dos, merecía serlo. Ni tenía a su disposición, ni necesitó de un análisis de ADN para hacer justicia. En el caso de Felipe y Marcela Noble Herrera, si el análisis en cuestión deriva en la devastación de sus vidas por su madre presa, la prueba de ADN está de más. En el supuesto de que Felipe y Marcela fueran hijos de desaparecidos en la dictadura, debe quedar claro que Ernestina Herrera de Noble no mató a los padres de aquellos niños. Lo que ella hizo fue brindarles el afecto y la contención de un hogar. Hay que forzar de manera extrema el orden del cosmos para confundir ese acto de amor con un crimen de “lesa humanidad”.

Por eso, aunque con usted no la hayan tenido, ¡tenga piedad por esos chicos, señora Estela de Carlotto!

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