Por Luis Orea Campos.-

Comienzan a aparecer en el radar de los analistas algunos de los efectos nocivos de las PASO, engendro legal nacido de la mente enfermiza de Néstor Kirchner y convertido en ley por impulso del difunto apoderado del PJ Jorge Landau.

Por ejemplo, en una reciente nota publicada en la edición digital de TN el politólogo Marcos Novaro analiza la rigidez del corsé legal que significan las internas abiertas cuando en un partido o alianza emergen tumultuosas las apetencias de dirigentes estimulados por las expectativas electorales favorables mucho antes de las elecciones generales.

Pero pocos dirigentes, por no decir ninguno, alcanzan a advertir y dimensionar la incidencia que tuvieron las PASO en la profunda crisis que a ojos vista afecta a hoy a todos los partidos políticos.

El daño que les provocó a los partidos y por transición a la democracia el invento del kirchnerismo, nacido de la necesidad de NK de evitar deserciones, es inconmensurable.

Los dirigentes en general lo aceptaron creyendo que era una solución a los internismos pero ahora, en un momento crucial para el país, los partidos se encuentran encorsetados por una estructura legal que no les permite dirimir anticipadamente sus diferencias en el marco de una interna exclusivamente partidaria a fin de homogeneizar ideas y unificar liderazgos para presentar a la ciudadanía opciones consolidadas una vez que se inicie el proceso electoral que es mucho antes de lo que dicen los papeles.

En rigor de verdad, la desnaturalización de los partidos políticos argentinos viene de lejos debido a que, pese a la grandilocuencia del artículo 39 de la Constitución, se fueron degradando sus cimientos conceptuales para convertirse poco a poco en meros instrumentos electorales de facciones sin contenido ideológico ni programático alguno.

En teoría, como explica Duverger, los partidos políticos son asociaciones civiles o grupos sociales, en principio inorgánicos, unidos por ideas e intereses comunes, que históricamente preceden a la formación de los estados en la forma que hoy están constituidos.

Pero ese rasgo distintivo de ser la base de sustentación del sistema democrático ha venido siendo desvirtuado por una injerencia del Estado en sus mecanismos funcionales -so color de la preservación de la democracia interna, regularidad y transparencia de sus actividades- lo que ha provocado un esclerosamiento de su vida interna y por ende la gran mayoría de las agrupaciones se compone de islas grupales cuyo manejo queda en manos de oligarquías permanentes que las convierten en pymes al servicio de sus intereses particulares.

La consecuencia es que hoy la institución partido político como legítima plataforma de oferta electoral ha sido de hecho sustituida por alianzas transitorias que tienen como único fin ganar elecciones pero en cuyo seno bullen contradicciones, apetencias desmedidas e intereses individuales o grupales de todo tipo que conspiran contra la eficacia de la eventual gestión de gobierno en perjuicio de la sociedad toda.

Y en este sentido las PASO han contribuido generosamente a la fragmentación y la banalización de la actividad política que de canal universal para la consecución del bien común y el equilibrio social ha devenido en un campo de batalla donde en lugar de ideas se discute sobre prontuarios y en el que los dirigentes están más enfrascados en sus reyertas pueblerinas que en elaborar alternativas a largo plazo que rescaten al país del pozo institucional, social y económico en que ha caído gracias a experimentos gubernamentales que padecen de fracaso congénito.

Ello agravado porque mediante las PASO el Estado, a un costo multimillonario, ha invadido sin ambages la zona de reserva de los partidos -repetidamente reivindicada por la Corte Suprema en varios fallos- apoderándose del control de la selección de candidatos -que es indiscutiblemente de resorte interno de los partidos imponiendo reglas, plazos y fechas que son privativos de las agrupaciones partidarias y permitiendo que ciudadanos totalmente ajenos a las vicisitudes de su vida interna irrumpan en ella decidiendo anticipadamente sobre candidaturas que son propias de la asociación.

La distorsión que esto implica en el sistema es tremenda y no tiene justificativo alguno como si en las elecciones de Boca pudieran participar hinchas de Ríver amén de la manipulación de las expectativas del público que suponen los adelantos de resultados previos a la elección general.

Por todas esta razones, la legislación electoral debe ser reformada eliminando de cuajo las PASO como hemos sostenido invariablemente desde esta columna. Dejar a las alianzas, como nuevo sujeto protagónico del sistema electoral, conformar sus estructuras y elegir sus candidatos cuando lo consideren oportuno en la fecha y las condiciones que consideren apropiadas sería un gran paso hacia la recuperación del rol de los partidos, hoy instituciones sometidas a un proceso agónico que conspira contra la salud de la democracia republicana declamada por una dirigencia que sin embargo no atina a tomar el toro por las astas asustada de sus propias limitaciones y feroces controversias intestinas y aparentemente incapaces de sobrevivir sin la tutela del Estado.

Por último cabe recordar como dato anecdótico y revelador del fracaso de las PASO que la entusiasta impulsora de la famosa ley de “Democratización de la Representación Política, la Transparencia y la Equidad Electoral”, hoy vicepresidente de la Nación, puso a dedo a un candidato a presidente que no representa a nadie. La democracia interna y la representatividad se declama pero cuando conviene se van al canasto.

Sólo eso debería hacer reflexionar a los dirigentes sobre la real utilidad de las internas abiertas como mecanismo adecuado para la conformación de listas a ser ofrecidas al escrutinio ciudadano.

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