Por Jorge Raventos.-

A un mes y monedas de que Cristina Kirchner traspase a su sucesor la banda presidencial que su familia habrá ostentado durante 4383 jornadas, el poder K se encuentra ya en inocultable estado de evaporación.

Un botón significativo de muestra: Florencio Randazzo continúa en el cargo de ministro de Interior y Transporte. El martes 3, Randazzo entronizó a una cúpula temporaria de la empresa estatal de Ferrocarriles con un acto en plena Casa Rosada, cuatro días después de responsabilizar por los medios a su Presidente por la performance electoral del peronismo, opinión que coronó incluso con una ironía: “Los resultados están a la vista”.

Cuando el poder K no mutaba todavía a la condición de holograma, semejante atrevimiento habría sido castigado al instante o no hubiera tenido lugar. Ahora, en cambio, Randazzo sigue en el gabinete y exhibe, además, otro antecedente de desobediencia: antes de las primarias rechazó (¡por correo electrónico!) la instrucción presidencial de ser candidato a gobernador bonaerense (vacío que terminó colmando Aníbal Fernández… con los resultados están a la vista).

Cambia, todo cambia

Lo de Randazzo no es el único síntoma de la evanescencia del poder K. Horacio Verbitsky, uno de los faros de la inteligencia política kirchnerista, describió el último domingo en Página 12 la “intensa actividad del subjefe de Estado Mayor de la Armada, vicealmirante Álvaro Manuel González Lonzieme, quien está trabajando con los equipos de Defensa de Cambiemos, junto con un grupo de retirados y con varios contraalmirantes y capitanes de navío en actividad”. Sería una desusada exhibición de tolerancia oficial que esto ocurra justo cuando la Presidente y sus corifeos describen al candidato opositor como un demonio. ¿O más bien se trata de otra manifestación del colapso del poder K?

El miércoles 4, un fallo de la Corte Suprema: declaró la inconstitucionalidad de la ley de subrogantes y descalabró así un póstumo intento de la Casa Rosada de colonizar la Justicia con propia tropa. El frente judicial es un punto de extrema sensibilidad para el kirchnerismo: quedan muchos expedientes abiertos que ya no contarán con el notable hándicap a favor del ejercicio del poder político. Esto no implica que el oficialismo no siga participando de esos intentos hasta el final de su mandato con la esperanza de que alguno prospere.

Los resultados del 25 de octubre fueron el emergente de una oleada de renovación que moviliza a la sociedad y que va más allá del triunfo de Cambiemos en la decisiva provincia de Buenos Aires. Se manifiesta asimismo en desplazamientos internos dentro y fuera del peronismo (reemplazo de liderazgos desgastados por personalidades más abiertas y modernas en muchos distritos), en balances nuevos en las instituciones.

Incomodidad de Scioli

El impacto tiene otros ingredientes. Espantado por la idea de la privación de poder e influencia, el kirchnerismo intenta postergar la retirada en base a agresividad. Las diferencias y desgarraduras que provocó en sus falanges una candidatura indeseada como la de Daniel Scioli han sido cauterizadas de apuro y ahora esa militancia empuja al candidato a una campaña ácidamente confrontativa que no es la que él preferiría ni en la que se siente más cómodo.

En la situación de balotaje, Scioli se ve forzado a tomar en cuenta el mayor peso relativo de la amplia porción cristinista de su electorado y a dejar de lado parcialmente su discurso conciliador (que le dio rédito político y le permitió en su momento vencer resistencias internas y convertirse en candidato) para equilibrar sus fuerzas con otra lógica y en un punto diferente.

El candidato no puede ignorar en esta instancia el discurso de la Presidente, empeñada en conducir la campaña aún en su momento de menor poder real, cuando el síndrome del pato rengo es ostensible. El acto a repetición que protagonizó la señora el último jueves de octubre en la Casa Rosada fue una muestra de esa retórica vecina de la campaña sucia, que Scioli se resigna a admitir porque sirve para atornillar el voto ultrakirchnerista, así sea el que prefiere ignorar su nombre y su cara, como aconsejó ella a sus seguidores.

Aun cuando Scioli no quiere embarcarse personalmente en esa dialéctica y aún cuando se escuchan voces del mismo oficialismo (el gobernador Urtubey, José Pampuro) y del sciolismo más razonablemente fervoroso (Gustavo Marangoni) que la rechazan, es evidente que el kirchnerismo militante avanza en esa dirección, contaminando la atmósfera relativamente consensual que dominó la primera vuelta.

Y, según las encuestas que se conocen, perjudicando las chances de Scioli, que hoy se encontraría varios puntos (entre 6 y 10) por debajo de Macri, cuando dos semanas atrás estaba arriba por tres puntos.

Jacobinismo e intolerancia

Los gobernadores peronistas ya han empezado a tomar distancia del núcleo duro camporista, anticipando una nueva relación interna sea cual sea el resultado de la elección. Anuncian que los congresistas que están vinculados a ellos ya no volverán a votar iniciativas “inadecuadas e inopinadas” como la que esta semana impuso dos miembros nuevos (camporistas) en la Auditoría, el ente que debe investigar la acción de gobierno. “Hay que poner fin a la exasperación, los caprichos y las iniciativas extremas”, sostienen.

Los gobernadores quieren que Scioli triunfe. Y tienen una opción B: convivir con un gobierno de Macri si Cambiemos se impone el domingo 22. El peronismo suele reconstruirse a la sombra de gobiernos ajenos y conviviendo con ellos: así ocurrió en tiempos de Alfonsín con la renovación que luego llevaría a Antonio Cafiero al gobierno bonaerense y a Carlos Menem al poder nacional.

El camporismo no se prepara para una convivencia de ese tipo: no parece estar en su naturaleza. Pero así como en la coalición que encabeza Scioli se siente el peso de un ala ultraconfrontativa, no es ningún secreto que en la alianza electoral que impulsa a Macri también hay sectores de la misma propensión, aunque de signo contrario. Por ahora Macri ha tenido éxito en contenerlos, pero allí están. Tan es así que intelectuales ligados a esa corriente, como el distinguido historiador Luis Alberto Romero, advierten la necesidad imprescindible de “la búsqueda de acuerdos” que den legitimidad “ y les pide a los políticos de Cambiemos “controlar los impulsos, particularmente los revanchistas” y “tratar de construir un orden estable”. El candidato de Cambiemos comparte la inquietud: “No nos tenemos que equivocar, no tenemos que ir por ninguna revancha”, advirtió el viernes.

Ante el fin del ciclo K y la fragmentación anticipada del poder, cualquiera sea el resultado del balotaje, parece sensato estar alerta frente al riesgo de jacobinismos de signos opuestos, que suelen alimentarse recíprocamente. Y también frente a los rasgos de elitismo discriminatorio, de izquierda o de derecha.

Lo que el país necesita para salir adelante es actuar con la perspectiva de la unión nacional, consolidar un poder representativo y participativo, desarrollar la cultura de la inclusión y el encuentro (o el reencuentro), como predica el Papa Francisco.

El final del ciclo debería clausurar el estilo de la confrontación permanente e inaugurar el de la convergencia y el trabajo mancomunado.

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