Por Elena Valero Narváez.-

La economía preocupa al mundo entero, pero como sucedió luego de la Segunda Guerra, saldrán más rápido de la crisis provocada por la pandemia, quienes estén más preparados, e inspiren mayor confianza a los inversores, quienes miraran con microscopio dónde se encuentran las mejores oportunidades. Habrá que acertar con el rumbo económico, luego de una primera etapa en la que los gobiernos tratarán de auxiliar a quienes más lo necesiten, y de alentar a las empresas con más posibilidades de ayudar a salir de la crisis, eliminando los obstáculos a la iniciativa individual.

No será el caso de nuestro país. En una economía, dirigista, estatista e inflacionaria, será muy difícil inspirar confianza a quienes tengan fondos para invertir, sin lo cual, dejan de tener importancia los recursos naturales. Y, aunque se abriera la economía, con la ineficiencia que aqueja a buena parte de las empresas, más el peso de las regulaciones estatales, sumado a la parálisis provocada por el coronavirus, pocas de ellas podrían competir internacionalmente. El Gobierno debería preparar el camino para que pronto pudieran hacerlo, dejando de lado, continuar, indefinidamente, con el sistema que no ha permitido despegar al país, y nos ha llevado al escenario actual que los economistas denominan stangflation.

La combinación de inflación con depresión económica, desempleo y precios en alza, está aumentando los grados de incertidumbre; de seguir así, llegará a un nivel crítico, que obligará a buscar soluciones. Ya hemos vivido períodos inflacionarios, donde la gente deja de tener parámetros que guíen su conducta, provocando un peligrosísimo estado de indecisión en toda la población. No se puede, a esta altura, seguir tomando medidas con criterio político, solo destinadas a mantener la popularidad del Gobierno. En la situación actual llevaría al infierno.

El coronavirus demostró cuan rápidamente se pueden aumentar las regulaciones. Esto conlleva en sí, el peligro de un desenlace autoritario. El Gobierno continúa coqueteando con los problemas. La solución es atacarlos todos a la vez, con un plan de estabilización realizado por especialistas y con un ministro de economía que inspire confianza y dirija la puesta en práctica, sin olvidar que solo la economía de mercado podría satisfacer las demandas básicas de la sociedad. Se precisaría, una vez más, del sacrificio general, ya que los gastos no deberían sobrepasar los recursos obtenidos vía impuestos. Tampoco se podría alimentar el ego de los gobernantes con proyectos fastuosos, se requeriría postergarlos en pos del saneamiento monetario y financiero.

Si no se logra una moneda estable y estructuras económicas sanas, como desde hace tanto tiempo los economistas liberales reclaman, seguirá bajando el nivel de vida. La crisis debiera empujar para que, lo más rápido posible, se reforme el Estado y se realicen otras transformaciones que hacen al mejoramiento de la economía. Deberíamos emprender el camino, aunque costara al principio, sabiendo que mucho peor sería imitar el modelo venezolano. Luego, cuando pasara el peligro, se podrían hacer promesas de bienestar y prosperidad.

En resumen, la gran tarea para transformar la estructura económica es estabilizar la moneda, liberar los precios y reducir el gasto público, y también ir hacia una profunda desregulación de todas las actividades económicas dentro del orden jurídico constitucional.

Cuando los niveles de inflación se disparen no podrá resolverse el problema de a poco. Habrá que estabilizar la moneda de golpe como se hizo en el Gobierno del ex presidente Menem. No podremos seguir sin inversiones productivas, tasas de interés altas, sin reducir el gasto público, financiando el déficit creando moneda, directa, o indirectamente, para lograrlo.

Cerrar la economía, regimentarla, seguir estatizando es quedarse atrás. El sector público termina con el espíritu creativo y el incentivo que permite la libertad, amén de disminuir la eficiencia y la productividad que, por lo general, alcanza el sector privado.

La industria argentina, salvo raras excepciones, ha dependido de la ayuda del Estado, el cual, no da puntada sin hilo, a cambio de sus favores, durante décadas, ha aumentado su injerencia en la economía. Cuando las empresas de un sector obtienen protección siempre es a costa de la desprotección de otros. Mediante convenios o acuerdos directos con el Gobierno algunas empresas obtienen, en caso de adherirse voluntariamente, un sinnúmero de privilegios para su propio beneficio, en franco perjuicio del resto de las empresas y de los consumidores. Las que no adhieren voluntariamente, se ven excluidas del otorgamiento de estos beneficios conmoviendo sus posibilidades de competir y hasta de sobrevivir. Es por ello, que no se ponen de acuerdo, incluso las que quisieran, a remover las barreras al comercio, lo cual beneficiaría a todas. Por el contrario, las desprotegida se ven obligadas a comprar a las predilectas del Gobierno, por lo que no tienen más remedio que pedir, también, protección. Y así se convierten en parte del sistema vicioso.

Los partidos políticos actuales se diferencian poco en las proposiciones económicas. Es por eso que los partidos liberales deben ofrecer una propuesta clara, que deje atrás la demagogia, atrayendo a las voces más confiables del país para que ayuden a exponer la gravedad de los problemas, los cuales, ya están pasando por la puerta principal, de lo contrario, no habrá más remedio que sentarnos a observar cómo se debilitan, aún más, el bienestar y la libertad de los argentinos. Sin un plan global e integral y sin opinión pública que lo apoye no hay solución posible.

Nos va a alargar la crisis, la homogeneidad de ideas de la mayoría de nuestros dirigentes políticos. Hay escasez de liderazgos bien informados, con una concepción coherente del mundo y de las circunstancias reales del país, que tengan voluntad y coraje para tomar decisiones difíciles como desregular lo más que se pueda la economía. Son muy pocos. Ello se debe a que la mayoría de los argentinos fueron amamantados con ideas socialistas, la fatal consecuencia fue que el Estado también se entrometió en la educación. Éste no da una amplia oferta educativa, donde los padres puedan tener más posibilidades de elegir cómo y dónde se educarán sus hijos. El conocimiento, a nivel estatal, se maneja con criterios políticos ajenos a las normas constitucionales, se enseña lo que se les ocurre a los funcionarios, menoscabando la libertad de los establecimientos educativos. Casi no existe competencia entre ellos. Se cree que con rígidos controles se puede manejar el sistema olvidando que la educación requiere libertad y responsabilidad. Los adolescentes terminan el secundario sin tener, por ejemplo, una cabal comprensión de cómo funciona la economía de mercado, el Estado benefactor y en qué se diferencian. Las materias de Ciencias Sociales del ingreso a la Universidad son un lavado de cerebro. No hay objetividad, la historia argentina está cargada de imprecisiones y adjetivaciones. Son materias de adoctrinamiento. De allí surgieron quienes hoy nos gobiernan, tienen ideas socialistas, por ello nos costará tanto salir del estado de postración actual.

A los funcionarios se les pasa por alto que el notable éxito de Argentina, en el siglo XIX y principios del XX fue obra del sistema capitalista. Permitió, con nuevos medios de transporte, barcos y ferrocarriles, ayudar al mundo a vencer el hambre que era el común denominador de la época. El puntapié inicial de ese progreso fue la Constitución alberdiana, los alimentos se hicieron accesibles a sectores cada vez más numerosos, y la producción industrial comenzó a desarrollarse. Olvidar en las escuelas y universidades lo que hizo la grandeza de nuestro país, es causa fundamental de nuestros fracasos.

La libertad depende de que no se congele a la sociedad: la lucha de ideas, la competencia, la rivalidad, la tolerancia dentro de los cánones de una ley que proteja a todos por igual, constituyen la savia que civiliza y produce gente innovadora que trabaja para el mejoramiento de la sociedad. Si el Estado absorbe muchas áreas de la vida social, se convierte en victoria para el autoritarismo o el totalitarismo.

Hoy, el Gobierno se apresta a asaltar a quienes producen, a quienes ponen recursos propios a disposición del mercado lo más eficientemente posible, de este modo aumentará los trastornos de la economía y bloqueará la competencia y el trabajo empresarial; con el nivel exorbitante de impuestos seguirá socavando los incentivos y la producción.

Sin recursos para cooptar a las masas y a los líderes sindicales, y con funcionarios elegidos, no por la preparación, sino por reconocida lealtad, sobrevendrá la extenuación de la sociedad civil, el autoritarismo, como ya se insinúa, salvo que ocurra un milagro.

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