Por Nicolás Márquez.-

Tras la caída formal de la Unión Soviética en 1992, muchos sectores del mundo libre descansaron en ese triunfalismo que brindaba la sensación de que la utopía colectivista había perdido para siempre. Pero pocos años después, abrazando nuevas banderas y reinventando su discurso, el hoy llamado neocomunismo (o progresismo cultural) no sólo pasó a dominar la agenda política sino en gran medida la mentalidad occidental.

Los viejos principios socialistas de lucha de clases, materialismo dialéctico, revolución proletaria o violencia guerrillera, ahora fueron reemplazados por una rara ingesta intelectual promotora del “indigenismo ecológico”, el “derecho-humanismo” (selectivo), el “garantismo jurídico” y por sobre todas las cosas, por aquello que se denomina como “ideología de género”, suerte de pornomarxismo de tinte pansexual, impulsor del feminismo radical, el homosexualismo ideológico, la pedofilia como “alternativa”, el aborto como “libre disposición del cuerpo” y todo tipo de hábitos autodestructivos y/o reñidos con la naturaleza como forma de rebelión ante “la tradición hétero-capitalista” (así la denominan los neomarxistas en su jerga) de Occidente.

Toda esta ensalada vanguardista se escuda bajo lemas de apariencia noble, tales como el “igualitarismo”, la “inclusión”, la “diversidad” o los “derechos de las minorías”: verdaderas caretas de la ideología de género, cuyo contenido constituye la prioridad militante en esta izquierda desarmada que resolvió canalizar su odio por medio de grupos marginales o conflictuados que ella captura y adoctrina para sí, con el fin de vehiculizarlos de manera funcional a su causa y, de esta forma, dominar la academia, hegemonizar la literatura, monopolizar las artes, manipular los modos del habla, modificar hábitos e influir en los medios de comunicación.

La nueva izquierda no busca más secuestrar empresarios sino el sentido común1; no persigue tomar una fábrica sino la cátedra, y ya no trata de confiscar cuentas bancarias sino la forma mental: “La revolución verdadera no es la Revolución en la calle, es la manera de pensar revolucionaria” [1] advertía Charles Maurras con sentida preocupación.

Pero lo más grave de todo lo antedicho, es que esta “manera de pensar revolucionaria” hoy es aceptada acríticamente por bienpensantes de centro y sedicentes libertarios, quienes mediante estudiantinas bullangueras, utopismo twittero y neo-hippismo rebeldón, gratuita y funcionalmente trabajan para el marxismo cultural, aunque sus activistas no lo adviertan. Pero quien sí lo previno adelantándose mucho a su tiempo, fue el propio Von Mises quien en 1922 advirtió sobre estos grupetes que en aras de una infantil indisciplina pretendían transgredir el orden natural, tras alertar sobre movimientos rebeldes que “creen que deben combatir instituciones de la vida social con la esperanza de remover, por este medio, ciertas limitaciones que la naturaleza ha impuesto al destino humano, entonces ya es un hijo espiritual del socialismo. Porque es característica propia del socialismo buscar en las instituciones sociales las raíces de las condiciones dadas por la naturaleza, y por tanto sustraídas de la acción del hombre, y pretender, al reformarlas, reformar la naturaleza misma”.[3]

Y desde una ideología antagónica a la de Mises, fue el freudo-marxista Herbert Marcuse (referente por antonomasia de la Escuela de Frankfurt), quien mofándose de estos anarquistas de juguete anotó: “El enemigo tiene ya su ‘quinta columna’ dentro del mundo limpio: los hippies y sus semejantes, con el cabello largo y sus barbas y sus pantalones sucios: aquellos que son promiscuos y se toman libertades que les son negadas a los limpios y ordenados” y añadió “sin duda se encuentran allí los revoltosos, los escapistas de buena y mala fe (…) cuyas aspiraciones libertarias aparecen como una desublimación metódica”[2], elegante manera de Marcuse de tildar de idiotas útiles a quienes creyéndose sus enemigos, velan gratis en su favor.

Estas y otras graves preocupaciones me llevaron a mí y a mi amigo Agustín Laje a escribir este exhaustivo trabajo que dimos en llamar El libro Negro de la Nueva izquierda. Ideología de género o subversión cultural,1 primer texto en hispanoamérica que ataca y cuestiona todos y cada uno de los “dogmas” de un progresismo revolucionario que arrasa buscando destruir el sentido común y la cultura vigente para, sobre sus escombros, reproducir aquel “paraíso” que por error o subestimación muchos dieron por muerto y hoy representa una gravísima amenaza no sólo por su perversión inherente, sino por la ausencia de concientización de quienes teóricamente deberían oponerse a ella.

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[1] Maurras, Ch. Mis ideas políticas. Buenos Aires, Huemul, 1962, p. 183.

[2] Marcuse, H. Eros y Civilización. Madrid, Sarpe, 1983. p. 79.

[3] Von Mises, Ludwig. Socialismo. Análisis económico y sociológico. Madrid, Unión Editorial, 2007, pp. 107-108.

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