Por Hernán Andrés Kruse.-

En su edición del martes 26 de julio, La Nación publicó un editorial titulado “Un cambio indispensable en las relaciones laborales”, en el que hace una apología de la esclavitud laboral. Para el mitrismo los trabajadores deberían trabajar de sol a sol por un sueldo miserable en aras de la inserción de la Argentina en el primer mundo. Ese es su mensaje pero claro, se cuida mucho de manifestarlo en forma tan cruda. Por el contrario, lo encubre con bellas y pomposas frases para que no provoque un rechazo visceral de la mayoría de la sociedad.

Dice el mitrismo: “Las dificultades por las que atraviesa la economía debido a la herencia recibida, reclaman, entre otras necesidades, el aumento del empleo privado y una mejora de la competitividad” (…) “Sin embargo, ninguno de estos propósitos podrán lograrse sin una reforma del modelo vigente de relaciones laborales en la Argentina. Se requieren modificaciones legales y estructurales, tanto en las reglas de alcance individual sobre el trabajador, como en las que hacen a los acuerdos colectivos” (…) “Como marco general debe lograrse que el modelo sindical sea transparente y que asegure el pleno ejercicio de la libertad gremial, individual y colectiva. Se debe asegurar la democracia sindical en todos los planos, no solo en el electivo, sino en lo que hace a la participación real de los representados en la vida interna de los gremios” (…) “Un aspecto sustancial de una reforma laboral es que la negociación de salarios y condiciones de trabajo tenga en consideración la productividad y los límites y posibilidades de cada empresa. Para ello debe realizarse entre interlocutores genuinos, que aunque tengan intereses distintos, estén finalmente alineados en la búsqueda del éxito de la empresa a la que pertenecen” (…) “Sólo un acuerdo de salarios y condiciones laborales en el nivel de empresa, con sus propias ventajas y dificultades, asegura la convergencia de intereses entre el empresario y sus empleados y trabajadores. En cualquier caso, el acuerdo debería ser colectivo y no individual. El carácter colectivo comprende el conjunto de los asalariados de la empresa, cualquiera sea su oficio o especialidad” (…) “La negociación descentralizada debe ser un motor de la reformulación del modelo de relaciones laborales. La capacidad negociadora de los trabajadores siempre se asegura con el derecho de huelga” (…) “el arbitraje oficial debiera ser la última instancia frente a desacuerdos que no puedan ser resueltos por las partes. La condición aconsejable es que el árbitro deba optar por una u otra posición, no pudiendo resolver ni sugerir ninguna posición intermedia o distinta” (…) “En el plano individual, uno de los aspectos relevantes es ayudar a la empleabilidad promoviendo la capacitación, el entrenamiento y un nivel profesional adecuados. La forma de incentivar y facilitar la demanda de trabajo es flexibilizar y facilitar la contratación y que a la vez se brinden garantías para que no se produzcan contingencias imprevisibles y desproporcionadas” (…) “También debe tenerse en cuenta que los nuevos procesos y el avance de las tecnologías hacen necesarias la multifuncionalidad, la polivalencia funcional y la jornada variable o flexible” (…) “El país está frente a una muy difícil coyuntura económica y social como consecuencia de la herencia recibida de la gestión kirchnerista. Pero está también frente al enorme desafío y la oportunidad de una profunda transformación. La reforma laboral es, sin duda, uno de los puntales del cambio estructural que puede llevar a la Argentina al Primer Mundo que nunca debió abandonar”.

La Nación propone un listado de modificaciones legales y estructurales tendientes a reformar el modelo vigente de relaciones laborales en el país. Propugna la modificación del esquema de indemnizaciones por despido para que sea financiado tanto por las empresas como por los trabajadores, la flexibilización de las relaciones laborales a través de una desvinculación más simple y a menor costo, el establecimiento de menores cargas fiscales y de nuevas formas de contratación más baratas, la limitación de la intervención del ministerio de Trabajo en las negociaciones salariales y el establecimiento de paritarias por empresa. Hugo Yasky, secretario general de la CTA, no se anduvo con vueltas: “Van a hacer trizas la legislación laboral”. “Están planteando que el salario no se discuta más colectivamente, que no haya más paritarias, que el salario sea un arreglo individual, persona por persona, con cláusula de secreto, es decir que el compañero de trabajo no se puede enterar del acuerdo salarial que vos pautaste de manera individual”, agregó. Por su parte, el diputado por el Frente para la Victoria, el abogado laboralista Héctor Recalde, consideró que “plantean regresar a 1903, antes de la sanción de la ley de descanso dominical y la primera ley de riesgos del trabajo, hoy fustigada por el presidente Macri”. A comienzos de julio Jorge Triaca, ministro de Trabajo, confirmó que el gobierno tiene decidido realizar cambios en el sistema de riesgos de trabajo, en sintonía con históricos reclamos de las cámaras empresarias como la Unión Industrial Argentina y las aseguradoras nucleadas en la UART, reclamos que se traducen en el fin de la litigiosidad, la minimización de los riesgos y la baja de costos. Lo que propone el ministerio de Trabajo es trasladar las controversias judiciales del fuero Laboral al de la Seguridad Social para finiquitar los juicios de una buena vez. Además, pretende restaurar la obligatoriedad de que los trabajadores, antes de comenzar a reclamar en la Justicia, recurran a las Comisiones Médicas que fueron declaradas contrarias a la Constitución por la mismísima Corte Suprema (fuente: Página 12, 27/7/016).

La lectura del editorial de La Nación me hizo acordar a dos grandes films: “Tiempos Modernos”, protagonizado por Charles Chaplin, y “La clase obrera va al paraíso”, protagonizado por Gian María Volonté. Ambos artistas interpretan a un típico operario que pasa gran parte de su vida enclaustrado en una fábrica, embrutecido por un trabajo rutinario y asfixiante. Ambos films constituyen una feroz crítica al capitalismo salvaje, magistralmente denunciado por Carlos Marx en “El Capital”. El capitalismo salvaje es un sistema económico basado en la más cruda explotación del trabajador por el dueño de la fábrica, a quien considera tan solo un instrumento al servicio de sus intereses. En efecto, en la fábrica capitalista el obrero no es más que una herramienta más, es igual de relevante que un clavo. Al término de la jornada laboral, el obrero termina exhausto y al día siguiente no tiene más remedio que levantarse a la madrugada para volver a cumplir otra inhumana jornada laboral en la fábrica. El sistema capitalista de explotación necesita imperiosamente contar con trabajadores sumisos, obedientes, cansados y, fundamentalmente, carentes de espíritu de cuerpo. Necesita como el agua en el desierto que cada trabajador sea un ente individual, insolidario, incapaz de organizar con sus compañeros algo parecido a un movimiento de protesta. De ahí que para el empresario capitalista el sindicalismo sea lo peor que existe sobre la tierra. Porque el sindicalismo es la única protección de que goza el trabajador para defenderse de los garrotes del dueño de la fábrica. Porque para el capitalista no es lo mismo negociar con trabajadores aislados que con trabajadores defendidos por el sindicato. Al capitalista no le interesa negociar con el trabajador condiciones dignas de trabajo sino imponer su voluntad y punto. Pues bien, a eso apunta, precisamente, el editorial de La Nación: a que las relaciones entre el capital y el trabajo dejen de ser tales para pasar a ser la imposición absoluta de la voluntad del empleador sobre el empleado. Ello explica que en un sistema económico de esta índole sea fundamental la presencia de un ejército de desocupados para disciplinar a los trabajadores que tienen la suerte de no estar en la calle. Porque con un alto nivel de desempleo y trabajadores dejados a la deriva, sin protección sindical, el capitalista se hace un festín, hace lo que quiere con ellos, tratándolos no como personas sino como esclavos.

Pero faltaba la frutilla del postre. El miércoles 27, La Nación publicó un editorial titulado “Un golpe a la libertad y a la igualdad ante la ley”, en el que critica la norma que prohíbe a grandes cadenas comerciales de Rosario abrir los domingos. Dice el mitrismo: “Preocupantes derivaciones presenta el conflicto desatado con la instrumentación de la ley de la provincia de Santa Fe que regula la apertura y el cierre de grandes comercios los domingos en el municipio de Rosario” (…) “Se ha verificado lo pronosticado desde estas columnas hace apenas unos días al referirnos al tema: las cadenas de hipermercados afectadas registraron caídas en la facturación del orden del 25 por ciento, mientras que los comercios no alcanzados por la ley las ventas aumentaron un 20 por ciento. Es claro que la norma tampoco ayuda al mercado laboral, jaqueado ya por políticas inflacionarias e inseguridad jurídica durante el régimen kirchnerista. Lejos de beneficiar a los trabajadores que ya no pueden acceder al plus salarial correspondiente para incrementar sus ingresos, los efectos se traducen en menos oportunidades de trabajo y, muy probablemente, en cesantías y despidos” (…) “A los únicos sectores que puede beneficiar esta arbitraria medida prohibicionista es a los pequeños y medianos supermercados y autoservicios que no alcanzan los 1200 metros cuadrados de superficie, que logran eliminar a la competencia a la hora de llenar un changuito de paseo por un Shopping en día domingo” (…) “El planteo limita la libertad de trabajar, de comerciar, de usar y disponer de la propiedad y violenta, además, el principio constitucional de igualdad ante la ley” (…) “Este nuevo avance del intervencionismo y el regulacionismo estatal expone una alta dosis de ideología retrógrada sobre la libertad de trabajo que no parece amparada en la necesidad de profundizar los derechos sociales, sino más bien en una simple acción de lobby de pequeños comercios con llegada al poder político local”.

Lo que hace el mitrismo es defender los intereses de los supermercados gigantes que no ven con buenos ojos cualquier mínimo atisbo de competencia de parte de los más chicos. La Nación hace apología del monopolio más crudo y duro protagonizado por firmas como Cotto y Jumbo que, entre otras cosas, obligan a sus trabajadores a soportar duras condiciones laborales. Además, hubiera correspondido, en honor a la verdad, que el mitrismo hubiera hecho mención de la presencia de patovicas financiados por Cotto para “embarullar” la sesión que tuvo lugar en el Consejo Municipal de Rosario cuando los concejales trataron esta norma. En definitiva, el mitrismo no ha hecho más que ser fiel a su historia: estar siempre del lado de los poderosos, de los explotadores, de quienes, al creerse superiores al resto, pretenden situarse por encima del gobernador, la intendenta de Rosario, jueces, concejales y periodistas, a quienes consideran meros empleados a su servicio.

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