Por Luis Américo Illuminati.-

«El mundo es decadencia, la vida es percepción» (Demócrito).

De un alma extraviada que ha eliminado a Dios de su vida proceden los malos pensamientos, el odio, los crímenes, la prostitución, la blasfemia, la mentira y los vicios. En estos tiempos en que la unidad de medida es la perversión -y su sombra la decadencia- convertida en el criterio, el modelo, el paradigma a seguir es necesario recordar lo trivial que se ha vuelto la existencia, del mismo modo que es necesario advertir también hoy en día que el pensamiento es lo más propio del ser humano se degrada cada vez más. Y si el pensamiento y la razón se divorcian, de tal modo que en todos los ámbitos se sustituye el diálogo sincero y la cortesía por la arrogancia, la violencia y la maledicencia es señal segura que el hombre se está convirtiendo en bestia. «Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado», la famosa y controvertida frase de Nietzsche, se parece a un acertijo o enigma propio de alguien que ha perdido la fe y no le ha encontrado sentido a la existencia humana. Entonces cuestiona su origen, su naturaleza y su esencia. Descree de sí mismo y del propósito de las acciones ajenas. Cierra su mente y su corazón y como el hijo pródigo de la parábola que abandona la casa del Padre, dilapidando en su loca odisea la herencia recibida y al final termina conviviendo y alimentándose con la misma comida de los cerdos. En tal situación límite, el individuo tiene dos caminos: o se «suicida» lentamente (caída en la más abyecta corrupción) o regresa a la casa del Padre. En este caso, es poco probable que el individuo degradado regrese a la casa paterna, sino que suma a una tragedia social de un país que sólo ofrece una loca odisea o un peregrinar errante con futuro incierto tanto para él como para el resto de los individuos de una colectividad que está a oscuras.

La percepción y la apercepción

En un mundo que ha comenzado a vivir las primeras páginas del Apocalipsis (libro escatológico poco leído, muchos creen que es una película), el coreano Byung-Chul Han escribe libros en los que recrea teorías y doctrinas de los más conocidos filósofos de la historia, que se venden muy bien. Sin embargo, sus libros no parecen influir en lo más mínimo para reducir la vorágine de locura, odio, violencia y depravación de las costumbres en ninguna parte del mundo. En la Argentina, el kirchnerismo apresura los tiempos, han destruido el país y aún tienen esperanzas de vender los escombros que dejaron. Ya están preparando una marcha como la que Beethoven le dedicó a las ruinas de Atenas. Borges escribió un cuento titulado «Las ruinas circulares» muy similar a la circular realidad argentina. Un eterno circulo vicioso. El cuento trata de un hombre que intenta crear a otro hombre a través del sueño, y que, ante la preocupación de que ese hombre se diese cuenta de que ha sido creado así, busca la forma de que viva sumergido en la ignorancia. Para que no supiera nunca que era un fantasma, previamente le infundió el olvido total de sus años de aprendizaje, pero al final del cuento, el soñador toma conciencia de que él mismo es también una creación del sueño de otro.

«La vida no es más que una sombra en marcha; un mal actor que se pavonea y se agita una hora en el escenario y después no vuelve a ser escuchado: es un cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que nada significa», escribió Shakespeare, en su obra dramática «Macbeth». Y, «la vida es una pesadilla de la que trato de despertar», agrega James Joyce en su libro «Ulysses». ¿Es así la vida del hombre en la Tierra? ¿Es tan sombrío el panorama? ¿Tiene un sentido la existencia humana y el hombre un destino? La frase de Demócrito -Padre del Átomo- sobre la percepción -que encabeza esta nota- le está sugiriendo al hombre de hoy en día la búsqueda de un estado intermedio, un estado de equilibrio, de calma, un puente o pasadizo que le permita a la sociedad salir del laberinto y la oscura caverna de Platón. Pues toda filosofía, toda doctrina, es pura especulación si no va acompañada de un ejemplo sublime como el de Sócrates y de Cristo. A uno la cicuta y al otro la cruz. Toda especulación a la larga o a la corta es ciencia ficción que con el tiempo para bien o para mal se hace realidad, más distópica que utópica. La misma ética hoy en día no se enseña ni se practica, no es un ideal ni nada que se le parezca, el nihilismo ocupa hoy su lugar. Qué es la percepción de la que hoy se habla tanto y sobre la cual se han fraguado cientos de teorías extravagantes y/o delirantes que figuran en el ranking, tabla o guía de los perplejos o descarriados, aquellos que ilustraba Maimónides. Veamos una teoría que ha quedado olvidada -no refutada- en la «oficina de objetos perdidos». La palabra «percepción» se ha vuelto polisémica, lo mismo que democracia, república, ley, coincidencia, convocatoria, etc., percepción en términos generales alude primariamente a una aprehensión, sea cual fuera de la realidad aprehendida, en que la percepción es un acto propio del entendimiento, del tal modo que ella y la posesión de «ideas» es una y la misma cosa (Locke). En tal sentido, el entendimiento es definido como el poder de percepción. Al respecto, Leibniz distingue entre percepción y apercepción o conciencia, y define a la primera como el estado pasajero que comprende (engloba) y representa una multiplicidad en la unidad, es el estado interior de la mónada cuando representa las cosas externas, y la apercepción es la conciencia o conocimiento reflexivo de ese estado interior. La apercepción es, según ello, la conciencia de la percepción, conciencia que distingue el alma propiamente dicha de las mónadas inferiores, las que según Leibniz tienen ideas confusas y oscuras. El estado de las mónadas puras y simples es «el estado de aturdimiento». La apercepción posee a su vez la apetición que es la tendencia a transformar esas percepciones oscuras en percepciones cada vez más claras. Por eso Leibniz llama apetición a la acción del principio interno que produce el cambio o tránsito de una percepción a otra. Las mónadas no tienen partes, y por lo tanto no son extensas ni tienen ventanas. Son lo individual y lo absolutamente unitario. Son en sí mismas universos, expresiones diferentes de una misma realidad total. Las mónadas son representaciones todas distintas y discernibles cuya totalidad forma una jerarquía, finalmente hasta llegar a la mónada suprema, hasta lo puramente inteligible, es decir, hasta Dios. El asunto de las mónadas Leibniz lo trató y explicó en un libro muy interesante titulado «La Monadología», un libro que no hay quedarse sin leerlo, que es como una brújula y un mapa que nos ponen en la mano para encontrar el Norte.

¿Profecía o Acertijo?

El grave problema de estancamiento, caos y aturdimiento en que la Argentina se halla envuelta hace casi 80 años, obedece a una sola y misma causa. El aturdimiento de la inteligencia y la conciencia. Nuestro país está perdido, aturdido, anonadado, como una mónada atrapada en una «oscura caverna» cuyos habitantes si bien se liberaron de las cadenas en el siglo XIX, no logran hoy hallar la salida, caminan a tientas por un interminable laberinto igual de oscuro. Pero el mapa y la brújula son insuficientes si no se tiene una antorcha que ilumine el camino. Esa antorcha es la verdad de la fe, la unión y la benevolencia. Las demás percepciones que no son naturales sino artificiales o inducidas son aberraciones. La conclusión que es siempre provisoria y nunca es definitiva viene a ser como un acertijo o una adivinanza derivada de un karma que nos lleva a interrogarnos a los argentinos, si estamos dormidos, anestesiados, inmersos en una pesadilla o estamos despiertos como sonámbulos y ante el peligro de ser reemplazados por androides o robots humanoides creados por la IA (inteligencia artificial). Sólo la auténtica percepción, la autoconciencia de una profecía ya cumplida, que se diferencia radicalmente de la adivinación, ilumina el horizonte, ya que es una Promesa de Salvación, una promesa real que trajo al mundo aquel pequeño y frágil Niño de Belén, una salvación que consiste en no escuchar los engañosos cantos de sirena y a los falsos profetas que nos han llevado a esta postración, a esta involución, a este estado de «ruinas circulares». La vida no es una teoría ni el hombre un silogismo. El ser-ahí (Dasein) es el protagonista de este drama que es la historia humana y la angustia es el sentimiento de estrechez del hombre ante el Universo que lo agobia -la finitud frente a la infinitud de Dios- cuando el ser no capta el fundamento de la existencia. En ese trayecto el ser descubre que la verdad es una voz que sola clama en el desierto, una verdad que es incómoda, una verdad que hiere como la luz que penetra en una habitación oscura, como la voz del P. Leonardo Castellani que le dijo a la Jerarquía eclesiástica: «La iglesia argentina es un montón de escombros» (Carta al Cardenal Arzobispo de Buenos Aires Mons. Antonio Caggiano, Pascua de 1966). Y por carácter transitivo esta profecía le cabe a la claudicante sociedad argentina cuya alma colectiva está perdida como «turco en la neblina». Un «estado en ruinas» como dejó el kirchnerismo a la Argentina, que de estar vivo el genio de Beethoven le dedicaría a la Argentina una marcha u obertura similar a la «Marcha Turca», composición escrita para una obra de August von Kotzebue llamada «Las Ruinas de Atenas» que se estrenó en Budapest en 1812. Su ritmo es un esquema dinámico, altamente sugestivo, empieza muy suave, creciendo poco a poco hasta llegar un clímax elevadísimo y luego cae y desciende abruptamente.

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