Por Hernán Andrés Kruse.-

Finalmente llegó el momento tan esperado. Donald Trump, el supuesto “outsider” de la política norteamericana, asumió la presidencia tal como lo impone la tradición: 20 de enero. En esta oportunidad se presentó gris, frío y con intermitente garúa. Si bien había mucha gente (se calculan unas 250 mil personas), el acto de asunción pareció despoblado en comparación con las dos asunciones de su antecesor, Barack Obama. En el escenario montado frente al Capitolio se congregaron las cúpulas de los poderes del Estado, la familia del presidente y el vicepresidente Mike Pence. La grieta que había producido el triunfo de Trump el 8 de noviembre pareció profundizarse en la asunción ya que mientras Trump almorzaba en el Capitolio, Washington fue escenario de varias escaramuzas entre manifestantes anti Trump y las fuerzas de seguridad. También en otras ciudades de la república imperial y en varias ciudades del planeta se registraron protestas e incidentes. A pesar de ello, el traspaso del mando fue impecable. Ambos matrimonios presidenciales, el saliente y el entrante, dieron una cabal demostración de tolerancia en democracia a pesar de no soportarse. La nota la dio el ex presidente Bill Clinton, capturado por el ojo inquisidor de su señora esposa justo cuando miraba atentamente a la señora del flamante presidente.

Lo más importante de la jornada del 20 de enero fue el discurso de la toma de posesión de Donald Trump. He aquí su texto completo (fuente: Univisión, 20/1/017).

“Gracias. Nosotros, los ciudadanos de Estados Unidos, nos unimos ahora en un gran esfuerzo nacional para reconstruir nuestro país y restaurar su promesa para todo nuestro pueblo. Juntos podremos determinar el curso de Estados Unidos y del mundo en los años venideros. Enfrentaremos retos. Enfrentaremos dificultades. Pero cumpliremos nuestra tarea. Cada cuatro años, nos reunimos en estos escalones para llevar a cabo la transferencia ordenada y pacífica del poder, y estamos agradecidos con el Presidente Obama y la Primera Dama Michelle Obama por su gentil ayuda a lo largo de la transición. Han sido magníficos. Sin embargo, la ceremonia de hoy tiene un significado muy especial. Porque hoy no estamos simplemente transfiriendo el poder de una administración a otra, o de un partido a otro, sino que estamos transfiriendo el poder de Washington D.C. y devolviéndoselo a ustedes, el pueblo estadounidense. Durante demasiado tiempo, un pequeño grupo en la capital de nuestra nación ha cosechado los frutos del gobierno mientras el pueblo ha sufragado costos. Washington floreció, pero el pueblo no se benefició de esa riqueza. Los políticos prosperaron, pero los empleos desaparecieron y las fábricas cerraron. El sistema se protegió a sí mismo, pero no protegió a los ciudadanos de nuestro país. Sus victorias no han sido las victorias de ustedes; sus triunfos no han sido los triunfos de ustedes; y mientras ellos celebraban en la capital de nuestra nación, las familias que luchan en todo nuestro país tenían muy poco que celebrar. Todo eso cambiará, a partir de aquí y ahora mismo, porque este momento es el momento de ustedes: les pertenece a ustedes. Pertenece a todos los reunidos hoy aquí y a todos los que observan en todo Estados Unidos. Éste es su día. Ésta es su celebración. Y este, Estados Unidos de América, es su país. El 20 de enero de 2017 será recordado como el día en que el pueblo se convirtió en gobernante de esta nación nuevamente. Los hombres y mujeres olvidados de nuestro país ya no serán olvidados. Todo el mundo les está escuchando ahora. Llegaron en decenas de millones para formar parte de un movimiento histórico que el mundo nunca antes había visto. En el centro de este movimiento se encuentra una convicción fundamental: que una nación existe para servir a sus ciudadanos. Los estadounidenses quieren grandes escuelas para sus hijos, vecindarios seguros para sus familias, y buenos empleos para sí mismos. Éstas son las demandas justas y razonables del público honesto. Pero para muchos de nuestros ciudadanos existe una realidad diferente: las madres y los niños atrapados en la pobreza en nuestras zonas urbanas; fábricas oxidadas esparcidas como lápidas por todo el paisaje de nuestra nación; un sistema educativo con mucho dinero, pero que priva de conocimientos a nuestros jóvenes y hermosos estudiantes; y la delincuencia, las pandillas y las drogas que han robado demasiadas vidas y le han robado a nuestro país tanto potencial desaprovechado. Esta masacre estadounidense termina aquí y ahora. Somos una nación, y su dolor es nuestro dolor. Sus sueños son nuestros sueños; y su éxito será nuestro éxito. Compartimos un corazón, un hogar y un destino glorioso. El juramento al cargo que hago hoy es un juramento de lealtad a todos los estadounidenses. Durante muchas décadas, hemos enriquecido la industria extranjera a expensas de la industria estadounidense; hemos subsidiado los ejércitos de otros países, permitiendo a la vez el triste deterioro de nuestro ejército; hemos defendido las fronteras de otros países mientras nos negábamos a defender las nuestras; y hemos gastado billones de dólares en el extranjero, mientras que la infraestructura de Estados Unidos ha caído en desuso y decadencia. Hemos hecho ricos a otros países mientras que la riqueza, la fuerza y la confianza de nuestro país ha desaparecido en el horizonte. Una por una, las fábricas cerraron y abandonaron nuestras costas, sin siquiera pensar en los millones de trabajadores estadounidenses que dejaron atrás. La riqueza de nuestra clase media ha sido arrancada de sus hogares y luego redistribuida en todo el mundo. Pero ese es el pasado. Y ahora estamos mirando sólo hacia el futuro. Los que nos hemos reunido hoy aquí estamos emitiendo un nuevo decreto que para que se escuche en cada ciudad, en cada capital extranjera, y en cada esfera de poder”.

“A partir de hoy, una nueva visión regirá nuestra tierra. A partir de este momento, será Estados Unidos primero. Cada decisión sobre comercio, impuestos, inmigración, asuntos exteriores, se hará para beneficiar a los trabajadores estadounidenses y a las familias estadounidenses. Debemos proteger nuestras fronteras de la devastación provocada por el hecho de que otros países fabriquen nuestros productos, se roben nuestras empresas, y destruyan nuestros empleos. La protección conducirá a una gran prosperidad y fuerza. Yo lucharé por ustedes con cada fibra de mi cuerpo, y nunca los decepcionaré. Estados Unidos comenzará a ganar de nuevo, como nunca antes. Traeremos de vuelta nuestros empleos. Traeremos de vuelta nuestras fronteras. Traeremos de vuelta nuestra riqueza. Y traeremos de vuelta nuestros sueños. Construiremos nuevas carreteras y autopistas, puentes y túneles, aeropuertos y ferrocarriles en toda nuestra maravillosa nación. Nuestro pueblo ya no necesitará el bienestar social porque tendrá empleos, reconstruyendo nuestro país con manos estadounidenses y trabajadores estadounidenses. Seguiremos dos reglas sencillas: comprar productos estadounidenses y contratar trabajadores estadounidenses. Buscaremos la amistad y la buena voluntad de las naciones del mundo, pero lo haremos con el entendimiento de que es el derecho de todas las naciones anteponer sus propios intereses. No tratamos de imponer nuestro modo de vida a nadie, sino dejaremos que brille como un ejemplo a seguir para todos. Reforzaremos las viejas alianzas y formaremos nuevas, y uniremos el mundo civilizado contra el terrorismo islámico radical, el cual vamos a erradicar completamente de la faz de la tierra. La piedra angular de nuestra política será una total lealtad hacia Estados Unidos de América, y a través de nuestra lealtad a nuestro país, redescubriremos nuestra lealtad entre nosotros mismos. Cuando se abre el corazón al patriotismo, no hay espacio para los prejuicios. La Biblia nos dice “Qué bueno y qué agradable es cuando el pueblo de Dios se reúne en armonía”. Debemos pronunciarnos abiertamente, debatir nuestros desacuerdos honestamente, pero siempre perseguir la solidaridad. Cuando Estados Unidos se une, Estados Unidos es totalmente imparable. No debería haber ningún temor, estamos protegidos y siempre estaremos protegidos. Estaremos protegidos por los grandes hombres y mujeres de nuestro ejército y nuestras fuerzas policiales y, lo que es más importante, estamos protegidos por Dios. Por último, debemos pensar en grande y soñar más en grande aún. En Estados Finidos, entendemos que una nación vive sólo mientras se esfuerza. Ya no aceptaremos políticos que sólo hablan y no cumplen, que se quejan constantemente, pero que nunca hacen nada al respecto. El tiempo para las palabras huecas ya acabó. Ahora llega la hora de la acción. Que nadie les diga que no se puede lograr. Ningún desafío es demasiado grande para el corazón, la lucha y el espíritu de Estados Unidos. No fracasaremos. Nuestro país crecerá y prosperará nuevamente. Nos encontramos en el nacimiento de un nuevo milenio, listos para revelar los misterios del espacio, para liberar el planeta de las miserias de la enfermedad, y para encauzar las energías, las industrias y las tecnologías del mañana. Un nuevo orgullo nacional conmoverá nuestras almas, levantará nuestras aspiraciones, y sanará nuestras divisiones. Es hora de recordar esa vieja sabiduría que nuestros soldados nunca olvidarán: ya seamos negros o morenos o blancos, todos sangramos la misma sangre roja de los patriotas, todos disfrutamos de las mismas libertades gloriosas y todos saludamos la misma gran bandera estadounidense. Y si un niño nace en la zona urbana de Detroit o en las llanuras azotadas por el viento de Nebraska verá el mismo cielo nocturno, llenará su corazón con los mismos sueños, y recibirá el aliento de vida del mismo Creador todopoderoso. Así que todos los estadounidenses, en cada ciudad, cercana y lejana, pequeña y grande, de montaña a montaña, y de océano a océano, escuchen estas palabras. Nunca serán ignorados de nuevo. Sus voces, sus esperanzas y sus sueños definirán nuestro destino estadounidense. Y su valentía, bondad y amor siempre nos guiarán por el camino. Juntos, haremos de Estados Unidos un país fuerte nuevamente. Haremos de Estados Unidos un país rico nuevamente. Haremos de Estados Unidos un país orgulloso nuevamente. Haremos de Estados Unidos un país seguro nuevamente. Y sí, juntos, haremos de Estados Unidos un gran país nuevamente. Gracias, Dios los bendiga y que Dios bendiga a Estados Unidos”.

Fue un discurso de campaña electoral y no de asunción del mando. Donald Trump le habló a quienes lo votaron, a la militancia, al trabajador blanco que se quedó sin trabajo y que se siente ignorado por el sistema. El magnate apeló al corazón y no al cerebro del americano blanco medio. Se dirigió a su sentimiento y no a su razón. Fue un discurso populista, más propio de un gobernante latinoamericano que norteamericano. El pasaje más impresionante del discurso está al principio. Ahí Trump expresa que con su asunción se está transfiriendo el poder de la capital estadounidense al pueblo estadounidense. Vale decir que para el magnate hasta el 20 de enero el poder había estado en manos de las élites, de la oligarquía de Washington, y que ahora, gracias a su asunción, retornaba al pueblo. Luego descerraja munición gruesa sobre el período de Obama. Habló de destrucción del empleo, del incremento de la pobreza y de la violencia. Pero fundamentalmente tocó el amor propio del pueblo norteamericano, malherido según él desde hace mucho tiempo. Si cumple con lo prometido Estados Unidos se cerrará a sí mismo, cuidará sus fronteras, levantará muros y protegerá a sus industrias y, fundamentalmente, a los trabajadores norteamericanos. La política exterior sufrirá cambios radicales. Habrá que archivar la doctrina del Estado gendarme, del Papá Estado que protege al mundo entero de los “malos”. Trump piensa exclusivamente en el pueblo norteamericano y adecuará la política exterior de Estados Unidos en función de la defensa de los intereses de los norteamericanos. Trump le acaba de decir “adiós” a la globalización y a la expansión imperialista de los Estados Unidos. Su objetivo es cerrar una etapa histórica y abrir otra, nada más y nada menos. Se presenta como un punto de inflexión histórica y, como dato novedoso, hizo referencia al “movimiento” aunque no da la sensación de que haya leído a Perón.

En su edición del sábado 21 de enero, Página/12 publicó un artículo de Atilio Borón titulado “Las palabras y los hechos”, en el que analiza la asunción de Trump. Dice Borón: “Donald Trump ya es el 45 presidente de Estados Unidos. El consenso entre los analistas es que durante su gestión “veremos cosas terribles”, como asegura Immanuel Wallerstein. También dice, y lo subraya con razón Marco Gandásegui, que el magnate neoyorquino es un personaje “totalmente impredecible”. Pese a ello no sería extraño que la inflamada retórica proteccionista y el “populismo económico” de su discurso inaugural puedan carecer de un correlato en el plano más proteico de los hechos políticos, económicos y militares. Trump es lo que en la jerga popular norteamericana se llama “un bocón”. Por eso habrá que ver qué es lo que logra concretar de sus grandes promesas y flamígeras amenazas una vez inserto en los gigantescos y complicadísimos engranajes administrativos del gobierno de Estados Unidos. No cabe la menor duda de que es un hábil demagogo, que agita con maestría un discurso reaccionario, racista, homófobo, belicista, y “políticamente incorrecto”. Pero su irresistible ascenso no sólo es resultado de sus dotes de demagogo. Revela también una inusual capacidad para denunciar los efectos devastadores que el neoliberalismo produjo en la sociedad norteamericana: pobreza, falta de acceso a la educación y la salud, desindustrialización. En suma, extinción del “Sueño Americano”, temas negados por la clase política tradicional y subrayados en su discurso de ayer. Su fulminante irrupción es síntoma de dos procesos de fondo que están socavando la primacía de Estados Unidos en el sistema internacional: uno, el clivaje en la unidad ideológica y programática de la “burguesía imperial”, dividida por primera vez en más de medio siglo en torno a cuál sería la estrategia más apropiada para salvaguardar su cuestionada hegemonía en el plano global. Dos, los ya mencionados efectos de las políticas neoliberales y sus secuelas, lo que arrojó a grandes sectores de la población en brazos de un outsider político como Trump que en épocas más felices de EEUU hubiera sido barrido de la escena pública en las primarias de New Hampshire”.

“Trump dijo, e hizo, antes de entrar a la Casa blanca, cosas terribles: desde acusar a los mexicanos (y por extensión a todos los latinos) de ser violadores seriales, narcotraficantes y asesinos, hasta declarar públicamente, para horror de los alemanes, que era “germanófobo”. O de provocar al dragón chino llamando por teléfono a la presidenta de Taiwán” (…) “decirles a los europeos que la OTAN es una organización obsoleta y que lo del Brexit fue una buena decisión. Pero como aseguran los más incisivos analistas de la vida política norteamericana, por debajo de la figura presidencial está lo que Peter D. Scott denominó “estado profundo”: el entramado de agencias federales, comisiones del Congreso, lobbies multimillonarios que por años y años han financiado a políticos, jueces y periodistas, el complejo militar-industrial-financiero, las dieciséis agencias que conforman la “comunidad de inteligencia”, tanques de pensamiento del establishment y las distintas ramas de las fuerzas armadas, todas las cuales son las que tendrán que llevar a la práctica-o “vender” política o diplomáticamente-las promesas de Trump. Pero esos actores, a quienes nadie elige y que ante nadie deben rendir cuentas, tienen una agenda de largo plazo que sólo en parte coincide con la de los presidentes” (…) “¿Deben tenernos sin cuidado los exabruptos verbales de Trump? De ninguna manera. Será preciso estar alertas ante cualquier tropelía que pretenda hacer en nuestra América Latina. Casi con seguridad continuará con la agenda de Obama: desestabilizar Venezuela, promover el “cambio de régimen” en Cuba, acabar con los gobiernos de Bolivia y Ecuador y encuadrar a los países del área como obedientes satélites de Washington. Para lograr este objetivo, ¿irá a escalar esta ofensiva, que Obama no quiso, o no pudo, detener?” (…) “Conclusión: el personaje es voluble, caprichoso e impredecible, pero el “estado profundo” que administra los negocios del imperio a largo plazo es mucho menos. Y en estos pasados quince años los pueblos de Nuestra América aprendieron varias lecciones”.

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