Por Hernán Andrés Kruse.-

El miércoles 3 de agosto fue el día soñado por Sergio Massa. Seguramente pasará a la historia como el ministro de Economía que, en su asunción, opacó completamente al presidente de la nación. Daba la impresión de que se estaba asistiendo, en realidad, a un traspaso de mando. Alberto Fernández era la imagen del presidente que, resignado a no conseguir la reelección, le colocaba la banda presidencial a quien lo había vencido en las elecciones presidenciales. ¿Esa fue la intención de Massa y de la fuerza que lo apoya, el Frente Renovador? ¿El tigrense buscó hacer de su asunción como ministro de Economía la génesis de un nuevo gobierno? La gran cantidad de público que se hizo presente en la jura y la algarabía de los “muchachos renovadores” hacen pensar que Massa intentó presentarse como el futuro presidente de los argentinos. En algunos medios opositores, como La Nación+, pusieron en la pantalla, con mala intención, la escena de un Alberto retirándose del escenario, cabizbajo y resignado, y un Massa exultante, dueño del centro del ring.

La realidad, me parece, es muy diferente. Conviene tener memoria. En mayo de 2019 Cristina Kirchner sorprendió a todos al ofrecer a Alberto Fernández la candidatura presidencial por el FdT. Todos nos quedamos perplejos porque Alberto Fernández se convirtió, luego de su salida del gobierno de Cristina en 2008, en uno de sus críticos más duros e impiadosos. Colaboró estrechamente con Sergio Massa en la elección de medio término de 2013 que le truncó a Cristina su sueño reeleccionista. Más adelante, acompañó a Florencio Randazzo en la elección de medio término de 2017, cuyos votos, que no fueron muchos, le impidieron a Cristina triunfar en la provincia de Buenos Aires. Fue, además, uno de los críticos más implacables del recordado memorándum de entendimiento con Irán. Llegó a acusarla, nada más y nada menos, que de encubrir a los responsables de la voladura de la AMIA.

¿Por qué, entonces, Cristina le ofreció ser candidato a presidente por el FdT? La respuesta se resume en la siguiente palabra: realpolitik. Cristina era perfectamente consciente de que si encabezaba la fórmula presidencial, Macri obtendría su reelección en el balotaje. La única chance que tenía Cristina de evitar la continuidad de Cambiemos en el poder era a través de la conformación de una fuerza política que aglutinara a todos los sectores del peronismo y eventuales aliados no peronistas. Consideró que la figura de Alberto Fernández era la más adecuada para lograrlo. Hábil negociador, carente de votos propios y de carisma, logró convencer a los gobernadores del PJ, a la CGT, a los intendentes del conurbano y, fundamentalmente, a Sergio Massa, de que apoyaran la fórmula del FdT. Ese fue el gran mérito de Alberto.

El triunfo sobre Macri significó el retorno de Cristina al poder en calidad de vicepresidente de la nación. Alberto, obviamente, se sentó en el sillón de Rivadavia, y el tercer socio de la alianza, Sergio Massa, obtuvo la presidencia de la Cámara de Diputados de la nación. Cristina, Alberto y Massa fueron las caras visibles del flamante gobierno. Al comienzo todo marchaba sobre rieles hasta que entró en escena un actor no previsto por nadie: el coronavirus. Durante varios meses de 2020, la cuarentena le permitió a Alberto gozar de las mieles del poder. Fue su mejor momento político. Tanto Cristina como Massa se vieron obligados a cederle el protagonismo.

Pero cuando la población comenzó a cansarse de tanto encierro impuesto, Alberto comenzó a cometer yerro tras yerro, en una clara demostración de incapacidad para ejercer el poder. Consciente de ello, Cristina comenzó a atacarlo sin piedad. La embestida se tradujo en las “renuncias” de gran parte de los ministros fieles, como Marcela Losardo y Matías Kulfas. Mientras tanto, el ministro de Economía, Martín Guzmán, no lograba hacer pie. La situación económica empeoraba sin remedio. El gobierno comenzó a tambalear cuando Cristina comenzó a criticar con extrema dureza a Guzmán. Mientras tanto, Massa guardaba un prudente y calculado silencio. El ministro de Economía tuvo conciencia del poder de Cristina y La Cámpora cuando no logró forzar el despido de un funcionario del área de Energía, apadrinado por Máximo Kirchner. El gobierno se transformó en una gran olla a presión que terminó por explotar cuando Guzmán renunció provocando un fuerte cimbronazo al gobierno.

Fue en ese momento cuando entró en escena Sergio Massa. Creyendo que había llegado su momento presionó para obtener una importante cuota de poder dentro del gobierno. Pero se encontró con la lógica resistencia de Cristina y Alberto. Al no obtener lo que pretendía decidió replegarse dando por descontado el fracaso de Batakis, la economista designada para reemplazar a Guzmán. Los hechos le dieron la razón. Batakis jamás logró afirmarse en el cargo, agobiada por un dólar blue intratable. Fue entonces cuando Massa apretó el acelerador a fondo. Apoyado por poderosos empresarios, la CGT e importantes medios de comunicación, forzó al presidente a aceptar su ingreso al gobierno. Alberto cedió y Cristina, astuta y pragmática, optó por apoyar en silencio el golpe palaciego.

La llegada de Massa al gobierno como un superministro demuestra claramente el fracaso de la política económica implementada por Guzmán con el apoyo de Alberto. Pero evidencia, además, la absoluta incapacidad del presidente para ejercer el poder. Evidentemente, no aprendió nada de Néstor Kirchner, un verdadero animal político. Massa está hoy en el centro de la escena no por méritos propios sino por el fiasco que ha significado Alberto como titular del Poder Ejecutivo. El tigrense no hizo más que saber esperar para pegar el zarpazo en el momento oportuno. El gobierno sigue siendo el mismo pero ahora el poder está en manos de Cristina y de Massa, quien es perfectamente consciente de que sin el apoyo de la dama hoy no sería el ministro de Economía.

Apéndice

Un golpe de palacio encubierto

La ciencia política define el golpe de palacio como un tipo específico de golpe de estado en virtud del cual el gobernante y el sector del gobierno que lo apoya son desplazados de manera ilegal por fuerzas que son del mismo palo. Ello sucede cuando el sector golpista del gobierno obliga a punta de pistola al gobernante y al sector leal a abandonar el poder. Lo que aconteció en la Argentina la semana pasada se asemeja bastante a esta definición, pero con una diferencia sustancial: quienes protagonizaron el golpe palaciego no necesitaron de armas para provocarlo. En consecuencia, estamos en presencia de un golpe palaciego encubierto o, si se prefiere, recubierto de legalidad. Veamos. La renuncia intempestiva de Martín Guzmán provocó un terremoto político. En efecto, su partida dejó a la intemperie al presidente quien, evidentemente, jamás imaginó semejante reacción de Guzmán. Gran error político de Alberto. Emergió un vacío de poder que hizo temer lo peor. En esas horas de incertidumbre cobró protagonismo Sergio Massa. Durante todo ese caótico fin de semana se sucedieron varias reuniones entre el presidente y el presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, quien presionó de manera desembozada para forzar su ingreso al gobierno. Pero chocó con la resistencia de Alberto, quien se negó a satisfacer las demandas del tigrense.

¿Por qué lo hizo? En su columna política del pasado domingo en Página/12, Mario Wainfeld escribe lo siguiente: “Queda un enigma interpretativo para debatir, no saldado en el Agora: por qué no ingresó Massa directamente tras la renuncia de Martín Guzmán. Puesto de otro modo, por qué el binomio presidencial optó por el (ahora se sabe) costoso y efímero interregno de Batakis. Este cronista piensa sin plena certeza, en parte por información y en parte por análisis, que las demandas iniciáticas de Massa les resultaban excesivas a Alberto y Cristina. Poniendo al revés una famosa frase de la película “El Padrino”: que había formulado una propuesta que no se podía aceptar. En todo caso, dos grossos pedidos no coronaron: la Agencia Federal de Ingresos Público (AFIP) y el Banco Central. La AFIP parece blindada a virtuales avances con el nombramiento de Carlos Castagneto, dirigente de Kolina. Un espacio nuevo para el kirchnerismo, cuyos funcionarios no fueron afectados por los cambios. Castagneto ya trabajaba en AFIP, tenía buena relación de trabajo con la ex titular Mercedes Marcó del Pont”.

Muy claro el diagnóstico de Wainfeld. Massa, envalentonado, exigió demasiado. Una vez más, quedó demostrado que la petulancia es una mala consejera. Ese fin de semana el tigrense se quedó con las manos vacías. El ministerio de Economía quedó en manos de Silvina Batakis, quien fue elegida por descarte. En otros términos: Alberto, con la venia de Cristina, le ofreció el cargo a Batakis porque nadie quería agarrar semejante brasa. Al día siguiente, los mercados reaccionaron de mala manera. El dólar blue estalló por los aires, en una clara demostración de falta de confianza. Batakis había comenzado su gestión con el pie izquierdo. Sin poder, hizo lo que pudo. Tardó varios días en armar su equipo de colaboradores y cuando estaba a punto de poner primera, fue eyectada del gobierno.

Batakis se enteró de su remoción cuando estaba a punto de subir al avión luego de su estadía en Estados Unidos. Lo mismo pasó con Felipe Solá cuando se enteró de que no era más canciller en pleno vuelo. Luego de varias horas de incertidumbre el gobierno confirmó la designación de Massa en el ministerio de Economía. ¿Por qué cabe calificar al aterrizaje de Massa en el gobierno como un golpe palaciego encubierto? Porque tuvo lugar sin el consentimiento del presidente. Si hace un mes Alberto se negó a aceptar a Massa por sus desmedidas demandas ¿por qué ahora habría dado el visto bueno si las exigencias de Massa son similares? Es cierto que no logró quedarse con la AFIP ni con el Banco Central, pero de todos modos quedó como una suerte de primus inter pares dentro del gabinete. La presión de los gobernadores del PJ, de la propia Cristina, de importantes empresarios y, fundamentalmente, la escalada sin control del dólar blue terminaron por torcerle el brazo al presidente.

En el mencionado artículo Wainfeld expresa: “El poder desgasta a quien no lo tiene, dijo, palabra más o menos, el político italiano Bettino Craxi. O a quien no lo ejercita a pleno como el presidente Alberto Fernández. Massa tendrá la idea entre ceja y ceja, tras lograr una cuota notable de poder político que cohabitará con el debilitamiento presidencial (…) Massa se constituye como la figura principal del ejecutivo, fortifica su potencial dentro del Frente de Todos. Arriesga mucho, sobran protagonistas que no se meterían en el brete aquí y ahora. Se tiene fe, una autoestima sin techo, es audaz”. Efectivamente, Massa es ahora la figura principal del ejecutivo. El problema es que carece del apoyo de la mayoría de la sociedad. Todas las encuestas son coincidentes: su imagen negativa roza el 70%. No hay que olvidar que en 2019 nadie votó a Massa como presidente. Estamos en presencia de la llegada de un dirigente al gobierno impuesta, reiteramos, por la vicepresidenta, los gobernadores, por importantes empresarios y relevantes medios de comunicación. En definitiva, estamos en presencia de un golpe palaciego encubierto que ha sido aceptado con mansedumbre por el pueblo.

Emerge en toda su magnitud la capacidad del peronismo para conservar el poder. Como bien señala Eduardo van der Kooy en su columna de hoy (3/8) en Clarín (“Sergio Massa asume tras un golpe blando encubierto que cambia el sistema de poder en el gobierno”): “Habrá que aceptar, una vez más, que el peronismo, en todas sus variantes, posee una inigualable imaginación cuando se trata de alquimias políticas para conservar el poder. Nunca, como en las últimas semanas, estuvo tan cerca de perderlo antes de tiempo por la licuación que sufrió la figura del presidente Alberto Fernández”. Seguramente, en la intimidad, tanto Cristina, como el propio Massa y los gobernadores del PJ tuvieron el siguiente diagnóstico: “Alberto ya no tiene poder. Nadie lo respeta. Si no reacciona no llegamos a fin de año. Algo tenemos que hacer y rápido. La situación no da para más”. El peronismo encontró en Massa al dirigente dispuesto a inmolarse. Ambicioso, soberbio y calculador, el tigrense consideró que había llegado su hora, el momento de jugarse el todo por el todo. Rápido de reflejos, aceptó el desafío. En cuestión de horas prestará el juramento de rigor. Después, anunciará sus primeras medidas. Estará acompañado por conocidas figuras de la política, como Daniel Marx y De Mendiguren. Qué duda cabe que puso en marcha su plan presidencial.

A propósito de Daniel Marx, quien primero salió a criticar su nombramiento fue Claudio Lozano, quien en diálogo con AM 750 expresó: “Resulta francamente alarmante que aparezca en el equipo del futuro ministro Massa alguien como Daniel Marx. Un personaje que cumplió un papel clave en la decisión de no investigar el endeudamiento externo en los albores de la democracia, participando de la gestión del Dr. Alfonsín”. “Fue un factor central en el diseño del plan Brady donde se incrementó nuestro endeudamiento, al tiempo que se aceptaron cláusulas absolutamente lesivas para el interés nacional. Y se habilitó prácticamente el desguace estatal vía la utilización de los bonos de deuda pública para garantizar la compra a precio vil de las empresas del estado argentino”. “Como si esto fuese poco, participó también en el Blindaje y el Megacanje, acompañando a Domingo Cavallo en el marco de la crisis del año 2001 para hoy capitanear una consultora denominada Qantum, con vínculos con el cofundador y presidente durante 20 años del fondo Blackrock”. “Daniel Marx es y ha sido uno de los principales responsables de mantener la lógica del endeudamiento perpetuo y la subordinación a esta lógica por parte de la economía argentina prácticamente desde el comienzo de la democracia hasta aquí”. “Esta nominación tiñe de sombras la perspectiva de la política económica que pueda llevar adelante el próximo ministro Sergio Massa” (Fuente: Perfil, 2/8/022).

Lozano menciona al Plan Brady, emblema del saqueo de la Argentina durante la etapa menemista. ¿En qué consistió dicho plan? Dice Seoane en su libro “El saqueo de la Argentina”: “Un paso decisivo, y que explica el crecimiento de la deuda y su implosión en el 2000-2002, fue el llamado Plan Brady, concretado en 1992. En ese momento, la Argentina debía a los bancos del exterior unos 30 mil millones de dólares, de los cuales 7.800 millones correspondían a intereses atrasados. Pero los papeles de la deuda argentina valían en el mercado apenas el 18% de su valor. La propuesta de Brady, formulada en 1989, consistía en un mecanismo por el cual los bancos aceptaban hacer una quita de la deuda a cambio de la garantía del deudor de pagar el 100% del capital adeudado. Esa garantía se concretaba con la compra por parte del deudor, con un crédito de los organismos financieros internacionales, de bonos cupón cero del gobierno norteamericano, además de pago cash de 700 millones de dólares por los intereses atrasados. Es decir, el deudor volvía a endeudarse para garantizar el pago del capital de la deuda vencida”.

“La incorporación de la Argentina al Plan Brady fue dirigida por el ex secretario del Tesoro norteamericano, Mulford. Comenzaba una operación que-según los dichos posteriores del secretario de Finanzas Marx (el mismo que está a punto de asumir en el equipo de Massa)-para el equipo de Cavallo era como “ir a la verdulería” a negociar y vender deuda, un dicho que recordaba a Martínez de Hoz cuando sostuvo que vender usinas era como vender caramelos. Entre los antecedentes de Marx, por esa época, figuraba el haber sido gerente de Corporate Banking del Banco Río, del grupo Pérez Companc (…) Para encarar la etapa de implementación de los acuerdos con la banca acreedora que implicaban llevar adelante el Plan Brady, la Subsecretaría de Finanzas, en la órbita de Marx, por orden de Cavallo y con acuerdo de Menem, dejó ese proceso totalmente en manos extranjeras”. El Plan Brady fue ruinoso para el país. Pues bien, este personaje-Daniel Marx-está a punto de regresar a la función pública de la mano de Sergio Massa, con el apoyo de Cristina, La Cámpora, el PJ, la CGT, y parte del establishment empresarial y los medios d ecomunicación.

Faltan pocas horas para la jura de Massa como superministro. El golpe palaciego encubierto quedará finalmente consumado. Quien acaba de sentenciar al flamante presidente en ejercicio es Javier Milei. En diálogo con el periodista Pablo Rossi afirmó: “La macroeconomía está podrida, con indicadores sociales peores que en 2001, indicadores monetarios que muestran el doble desequilibrio que había previo al Rodrigazo y dinámicas de activos financieros propios del segundo semestre del 88, antesala de la híper”. “Para que el programa de estabilización sea exitoso se requiere estabilidad, que tiene dos componentes, la reputación y la solvencia técnica”. “Aun cuando trajeras a los mejores economistas de la historia, esto va a fracasar”. “La piña es inexorable” (Fuente: Perfil, 3/8/022).

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